26 de julio de 2019 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Una cordobesa fue…
Entre el material expuesto en el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla figuraba hasta hace unos años una variante de “El Vito”, canción y danza popular andaluza, cuya letra aparecía transcrita con su peculiar fonética:
Yo soy el indio moriyo/ que ha venido de La Habana.
Con el vito, vito, vito/ con el vito, vito, va
no se me acerque usted tanto/ que me pongo colorá.
Salero, salá, / mate usted el toriyo/ valiente estocá.
Yo soy el Niño Manuel, / que viene de Veracruz
di más besos a mi negra/ que la Virgen a Jesús.
Con el vito, vito, vito/ con el vito, vito, va
en la cara te conozco, / que tú estás enamorá.
Salero, salá, / mate usted el toriyo, / valiente estocá.
Yo soy el indio moriyo, / que viene de Andalucía
Y traigo para vender, / huevos para mi quería.
Con el vito, vito, vito, / con el vito, vito, va
venga usted todas las noches, / que se hará aficioná.
Salero, salá, / mate usted el toriyo, / valiente estocá.
Atendiendo al nombre con el que es designada habrá quien piense en la posible concordancia de esta danza con una de esas manifestaciones patológicas, como el “baile de San Vito”, que recuerdan las convulsiones y los extremados movimientos de los afectados de corea o tarantismo, enfermedades que asolaron Europa en un tiempo en que la medicina estaba en manos de médiums, curanderos, y sangradores.
Pero lo realmente cierto es que su partitura aparece anotada por vez primera en el “Cuaderno de Canciones Españolas” del compositor ruso Mijaíl Glinka; y que en palabras de D. José Otero Aranda ─ “el mejor maestro de baile español del mundo, y tan grande dentro de su propio estilo como la divina Isadora Duncan en el suyo”─ su primera puesta en escena tiene lugar en 1849, en el Teatro san Fernando de Sevilla, con motivo de la representación de una pieza cómica que lleva por título El Tío Caniyitas, o El Nuevo Mundo de Cádiz.
Que fue el propio maestro Otero quien le referiría al americano Irving Brown que la primera persona a quien viera ejecutar la danza del Vito ─ “una parodia del toreo que posteriormente sería desarrollada y llegaría a hacerse famosa”─ fue a María “La Cazuela”, “gitana de pura sangre” de la Cava Vieja, del sevillano barrio de Triana.
Más información sobre el Vito nos ofrece el ecijano D. Benito Mas y Prat, en sendos artículos que salen a la luz en “La Ilustración Española y Americana”, los días 22 y 30 de julio de 1882, bajo el título de “Costumbres andaluzas. Bailes de palillos y flamencos”.
En un precioso y pormenorizado estudio, que también afecta a los instrumentos musicales, el escritor abarca las distintas épocas, y los principales hitos que conforman nuestra cultura, situando esta danza, complementaria del flamenco y de los “bailes de palillo”, entre los que él mismo denomina “bailes mixtos”:
─ “En los famosos Carros del Corpus y en los corrales de comedia, apareció por último el baile teatral andaluz, término complementario de estos dos géneros.
Este baile (…) participa (…) de la voluptuosidad del flamenco y de la movilidad del de palillos, diferenciándose del primero en que usaban en él las castañuelas y del segundo, en que se bailaba por una sola bolera”.
Y entre aquéllos son el Vito y el Jaleo de Jerez, ramas del mismo tronco, los que “se acomodan más a la escena”, según el ecijano entiende.
Concretamente el Vito tiene “la particularidad de bailarse con montera o sombrero calañés, y la circunstancia de repetir la bolera figuradamente todas las faenas que gustan hacer los toreros en plaza”.
Del auge experimentado por estas danzas, y del interés despertado en el extranjero, y entre foráneos y turistas, será testigo el nicaragüense Rubén Darío en un libro escrito en 1904 que lleva por título “Tierras Solares”, según apunta en el capítulo dedicado a Málaga:
─ “El baile español se ha hecho un número preciso en todo programa de café─ concert o music─ hall que se respeta, y hay países en donde es singularmente gustado, como en Rusia y en los Estados Unidos. Carolina Otero conoce la admiración de los rublos. Y el ilustre cubano José Martí contó, en una de sus bellas cartas, a los lectores de La Nación de Buenos Aires, cómo los yanquis salían de su frialdad anglosajona al mover sus estupendas piernas aquella ruidosa y preciosa Carmencita, que quedó, para regocijo de los ojos, perpetuada en la tela de Sargent, que guarda el Luxembourg.
Así, toda joven que aprende a bailar, sueña, si es bella, con la felicidad que existe en el extranjero, con las contratas en grandes ciudades en que hay gloria y amor rico, en las victorias de las Carmencitas, Oteros, Guerreros y Chavitas que van conquistando el mundo a son de sevillana, jota, vito, seguidilla o tango”.
Cuando aún el cine se encuentra en pañales, cuando los medios de comunicación no han impuesto todavía su dictadura, ni los vientos de generalización puesto cerco a la memoria, escritores de la talla de Rubén Darío, Emilia Pardo Bazán, Francisco Rodríguez Marín, y otros, ya desconfían de los niveles rasantes, de la vulgaridad, y de los falsos efectismos del arte.
Nada que ver con sabiduría popular, tendente en todo tiempo a reinventarse, y capaz, en su sencillez, de ajustar sentidos y naturaleza, individuo y sociedad, en un armonioso todo