19 de enero de 2019 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Españolear
─ “¡Si me olvidara de ti, ¡Oh España!, mi diestra sea olvidada!” (Max Aub)
Desde mucho antes del J´accuse!, de Emile Zola, o de que irrumpiera en las pantallas de nuestros cines el “Ciudadano Kane”, de Orson Wells, el mundo entero sabía de la importancia de una buena o mala publicidad.
Y es gracias a esos sofisticados modos de venderse y de vender que la vieja Gades fenicia, la ciudad de donde partió Aníbal a la conquista de Roma, se volvió a poner de moda a raíz de que el “New York Times” la señalase como uno de los cincuenta mejores destinos turísticos.
Destacaba el cronista el parecido de la ciudad con La Habana─ que “La Habana es Cádiz con más negritos; y Cádiz es La Habana con más salero”─, la prestancia de sus caballos, el prestigio de sus bodegas, la fragancia de sus caldos, la trascendencia cultural de sus costumbres, las excelencias de su cocina, etc.
Posiblemente olvidó decir que Cádiz es mucho más que todo eso: que Cádiz es la eterna pregunta que se mece en una ola; la misteriosa “canción” en la que se encierra el espíritu de nuestro viejo Romancero─ “¡Quién hubiera tal ventura/ sobre las aguas del mar, / como hubo el infante Arnaldos/ la mañana de San Juan!” ─; la armonía que compuso la diosa Minerva al diseñar aquel puzzle de casitas de vecinos, de torres─ miradores, de edificaciones barrocas, de una Catedral de dulce, de baluartes y murallas… ; que Cádiz fue la cuna de Moret y Castelar, dos de aquellos oradores que hicieron un arte de la palabra hablada; que Cádiz es el mascarón de proa del barco de la libertad, y espejo donde se miran personalidades de la talla humana y espiritual de Fermín Salvochea.
Posiblemente, por cuestiones de espacio, el cronista se olvidara de mencionar la célebre frase de que “África empieza en los Pirineos”─ de la que nadie alcanza a saber si fue Napoleón, o si fue Alejandro Dumas quien la dijo─, o esa otra, no menos cierta, atribuida a la envidia, de que “África empieza en Despeñaperros”.
¿Se imagina la publicidad que le harían a Andalucía, a Extremadura, y a quienes tenemos la “mala” suerte de vivir por debajo de la línea roja de la Europa del progreso?
Un estudio muy reciente llevado a cabo por la Universidad de Auckland sostiene que el lenguaje se originó en África; y que las seis mil lenguas que existen en la actualidad comparten ese mismo origen; así que no hay por qué empecinarse en señalar con el dedo.
Y no sólo eso, es que si los genes y el lenguaje evolucionan de un modo similar, la única conclusión posible es que, como suelen decir los cantaores flamencos, todos “primos”; y siendo familia no es cosa de pelearse por el color de la piel, o por un quítame allá esas pajas.
Que no hay más que ver cómo ha quedado reflejado en nuestra lengua el rico legado del mundo árabe, en el que figuran palabras tan hermosas como: abalorio, arriate, albahaca, alhucema, arrayán, jazmín, arrope, jengibre, alfajor, azafrán, almadraba, alazán, azul, añil, carmesí, escarlata, laúd, biznaga, etc…
Posiblemente el publicista de “New York Times” también se olvidó de decir que Cádiz─ Sevilla─ Huelva fueron parte y arte del célebre triángulo en el que se forjó el sueño de América, mal que pese a los ingleses, al pantagruélico Alejandro Dumas, o al “lechuguino” de Napoleón.
Decía Bertrand Russell que “la importancia del conocimiento no estriba sólo en lo práctico, también en que estimula una disposición mental contemplativa”; y en ese aspecto el sentido de la vista es para los andaluces el más preciado de los dones─ “Dale limosna, mujer, / que no hay en la vida nada/ como la pena de ser / ciego en Granada”─; más concretamente para el gaditano, que hacen de su día a día una escuela de arte, y un canto a la alegría de vivir.
En la mañana del domingo, día 13 de enero, una expectante multitud de propios, y de gente venida de fuera, tuvo la suerte de asistir a la salida del puerto de Cádiz del barco escuela Juan Sebastián Elcano.
Allí era de ver al personal haciendo piña en el muelle, en clamorosa procesión junto al Paseo de Castelar, ocupando los jardines de la Alameda Apodaca, apoyados sobre las recias balaustradas de piedra camaronera, asomados a un baluarte, o viendo desplegar velas por las murallas de San Carlos.
─ “¡Salve, Reina de los Mares!”
“Salve al viento”, que en aires de sevillanas les regala Mª Elena Lería MacKay a esos marineritos del Juan Sebastián Elcano que tienen a gala españolear por esos mares de Dios:
─ ¡Babor y Estribor de Guardia!/ Que “Elcano” se hace a la mar…
Fuerte viento de poniente / que le ayuda a navegar.
Los palos de mi navío: / Trinquete, mayor, mesana
Van diciendo por el mundo/ la grandeza de mi España.
Allí los descendientes de aquéllos que hicieron del mestizaje un rasgo fundamental de la raza hispana, como diría el filósofo francés Hipólito Taine ─ “Hay un momento superior en la especie humana: la España desde 1500 a 1700”─ , y como documenta el historiador Borja Cardelús en su libro “La civilización hispánica” (Edaf, 2018); y no piratas, ni puritanos, que esquilmaron a los nativos, y que no contentos con ello, a los pocos que quedaban los condenaron a vivir en “reservas”, en medio de la nada, como si la historia se redujera a una mala película de vaqueros y de apaches.
Que así lo reconocieron destacados hispanistas, como Archer Milton Huttington, fundador de la Hispanic Society of America en cuyos locales hoy lucen las pinturas de Sorolla, en un canto a la unidad de España, y a los rasgos tan peculiaridades y distintivos de cada región.
Y así lo manifestó el mejicano Agustín Lara─ el compositor de canciones tan bellas como “Granada”, “Piensa en mí”, “Noche de ronda”, “María Bonita”, o “Solamente una vez”─, cuando allá por el año 1947, al pisar suelo español, dijo el más bello saludo que se podría decir:
─ ¡Hola, madre! ¿Cómo estás?