12 de diciembre de 2018 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Sombras que pasan
─ “¿Qué es lo que hace que este viento, /vestido de señorita, / cruce el papel taconeando? / La tinta es hilo con que coso al papel sombras que pasan.” (Julia Uceda)
“Nadie quiere a Sánchez. Nadie quiere a Sánchez” susurra una voz nerviosa a mis espaldas, como en secreto de confesión.
“Este Sánchez es un veleta”, suena una recia voz, a tan solo un metro de mí, donde una pareja de ancianos espera pacientemente su turno, en la cola de una entidad bancaria:
─ “Ya le dije que los martes tengo tertulia, pero me ha encargado que ingrese los ciento sesenta euros de toda la semana. Y como el horario de pago es hasta las once…”
Al señor de la muleta le conozco de haberle visto en la biblioteca tomando apuntes en su cuaderno, bolígrafo en ristre, y gafas caídas sobre la punta de la nariz.
El señor de la mirada cordial, que ahora solicita mi brazo para incorporarse de su asiento, se toma su tiempo de espera en ilustrar a su compañero de viaje, y al que le quiera oír, con un rosario de comedidas razones acerca de la situación del país:
─ “La patada no iba para ella, la patada en el culo iba dirigida a Pedro Sánchez…”
Ya sea por la simple apariencias física, por el tono de la voz, o por el modo en que se enhebra un discurso, hay personalidades que expresan su sabiduría ─ la sabiduría de vivir, y de compartir su tiempo libre─, a las que nos habría gustado conocer desde muchos años antes para aprovechar sus conocimientos en cuestiones tales como de qué va este permanente bombardeo al que nos someten los de Jazztel, los chicos de “La Voz”, los programas de cocina, o la progresía de la “deconstrucción”: esos censores de palabras cuyo proyecto de vida se reduce al “de aquí no me echan ni con agua caliente”.
Probablemente en amigable aroma de café lo que nos resulta aburridamente farragoso en la boca de un experto nos lo explicaría nuestro “gurú” en términos comprensibles: así lo del “factor RH” de catalanes y vascos; las cambiantes razones que empujan a los Gobierno a hablar hoy de gobernabilidad, y mañana del pernicioso integrismo que socaba los cimientos del país; los virus de bomba fétida con los que se adoba el miedo, y la publicidad; la fiabilidad de quien dijo que “una cosa es predicar y otra dar trigo”; las intermitencias verbales de aquellos frailes que “frailan”, sin renovar su código ético, ni los malos hábitos del partido, etc…
“Mi pequeño saltamontes” cuántas y cuántas preguntas esperando respuesta de tus maestros, y cuántos ─ incluidos el Sr. Google, y el Sr. Kung Fu─ sin atreverse a responder, o bien andándose por las ramas:
─ “Adivina, adivinanza. / De negro y en procesión, / adivina quiénes son”.
“De negro y en procesión” va y viene la soberbia, vestida de señorita, con su caballerete D. Dinero, negrero de voluntades; “de negro y en procesión” los compañeros de expolio, borrachos de dopamina e inmerecidos halagos; “de negro y en procesión” los energúmenos que corean siniestras consignas─ “¡Ortega Lara, vuelve al zulo” ─que recuerdan la España de los aquelarres, y las pinturas negras de Goya ; “de negro y en procesión” los del “condón sanitario”, que ayer tarde, a la salida de clase, regalaban preservativos a ensoñadores infantes, por si algún “capullo diésel” lanzaba la bola del sexo hacia la “segunda base”.
“Manadas” de lobos, atentos al interés del Juego de la Oca (… “y tiro porque me toca”), a la moda del figurín que un día pregona la “revolución sexual”─ con un manual bajo el brazo que le da derecho a todo ─, y al día siguiente habla de implantar un “cordón sanitario” que proteja a la población contra toda clase de enfermedades, incluidas las venéreas; o lo que es lo mismo: profilaxis contra fachas, curas, monjas, fascistas y demás lacras sociales, en una especie de “readaptación curricular” para aquellos que no tengan sus luminosos criterios.
Porque si bien a todos repugna la actitud del “señorito” de antaño que se jugaba a su mujer en las mesas de juego, o la del bohemio que ponía a la venta a su esposa por la módica cifra de cincuenta duros, no menos cierto es que hace tan sólo unas décadas una progresía de salón, bufandita republicana al cuello, se jactaba de “llegar a la base meta” con un par de jovencitas, con la aquiescencia babosa de un público solidario.
Para concretar se me ocurre traer a colación las palabras del “progre” de marras a una encantadora jovencita: “Camarada, no nos vamos a andar con preámbulos como hacen los burgueses… ¿Te vienes conmigo a la cama?”. Y la chica: “Si es la primera vez que lo veo, si no le conozco de nada…”.
O bien lo que nos sucedió a unos vecinos del barrio, convocados en lo que fue un antiguo colegio. Se trataba de hacer diversas propuestas en las que invertir unas “partidas presupuestarias” destinadas al Distrito, para votar a continuación por aquélla que nos pareciese de más interés para el común.
Entre otras muchas ideas salió a la luz una brillantemente defendida por dos chicas que, tras presentarse a los asistentes, y esgrimir su condición sexual, planteaban la necesidad de reeducar a nuestros hijos en el disfrute y una mejor consideración de la homosexualidad.
Todo el mundo interpretó aquellas palabras sin más vueltas de hoja, con respeto y buen talante, si bien al final el voto se decantó por la propuesta más humilde, aquélla de poner arbolitos de sombra en desiertos de alquitrán, y arreglar aquellos oscuros baches donde siempre metemos el pie los menos advertidos.
Ante tales resultados, y convertidas en auténticas furias humanas, aquellas jóvenes no pararon de insultar, tachando al personal de fascista y reaccionario. A continuación de los cual vendría la consonante respuesta por parte de un animoso vecino que habló de intransigencia, de la democracia del voto, y de la inoportunidad de los insultos.
Finalizado el teatrillo todo el mundo se retiró con viento fresco, y las oportunas disculpas de un “lo siento, otra vez será”.
Y aquí la pregunta de marras: “¿En qué consiste el hecho de ser de izquierdas, o de derechas?”, que creo que en una ocasión ya intentó contestar D. Julio Anguita.
Lo primero sería, a mi entender, preguntarse por el significado real de las palabras, y por el sesgo que a veces adquieren nuestros propios comportamientos, que nos hacen tipos deleznables, o un tesoro de persona, a los ojos de los demás.
Quién diría a estas alturas que Aznar fue “más criminal” que Solana, como a uno le oí decir en su momento, si los dos estuvieron metidos en guerras, y demás trapacerías; quién que los “Bildu” sean “mejores asesinos” que los de la banda de Corleone; quién que la izquierda radical y dialogante no esté bendecida por Torras, el ermitaño de Monserrat; y quién no sabe a estas alturas que hay partidos que sirven los intereses económicos de golpistas larvados , y de las multinacionales del crimen.
Mala gente es la que tergiversa la verdad por puro fanatismo, por propia conveniencia, o por una mal interpretada fidelidad sectaria, se llamen blancos, rojos, negros, verdes o azules.
Mala gente es la que explota al que tiene la necesidad de dar de comer a sus hijos.
Mala gente es la que asesina a sus congéneres, la que hace escarnio del débil, o la que insulta a quien no merece que a diario se le arrojen cubos y cubos de basura.
“No insulte”, recomienda a los pasajeros el anuncio del bus.
“A buenas horas, mangas verdes”, cuando hasta los “padres de la patria” gritan, insultan y humillan, tan solo por no lucir en público sus propios temores, sus lacras y sus vergüenzas. Y esas palabras son trasfondo de una triste realidad, que como dice el refrán: “Dime de qué presumes, y te diré de lo que careces”.
Ya lo dice Tom Wolf en su artículo “Lo lamento, pero su alma ha muerto”, incluido en el libro “El periodismo canalla y otros artículos”. Los intelectuales del insulto han llegado a elaborar todo un catálogo detallado de las clases de fascismos.
Según estos “cráneos privilegiados” hay fascismo incipiente, fascismo preventivo, fascismo local, fascismo inminente, fascismo informal, fascismo latente,… ( y perdonad si me acuso de no aguantar a estos inquisidores que van anotando adjetivos con los que incoar a sus víctimas unos procesos “sumarísimos” ).
Y “fascismo feminista”, también sería el de aquella profe que tachaba de machistas a sus alumnos, sin decirles que ella almidonaba los cuellos de las camisas para que el guapo de su marido pudiese lucirlas en el Parlamento de Andalucía; y “fascismo de Pero Grullo” es el de aquella otra profesora que, según comenta Tom Wolfe, impartía clases de teoría feminista, y que rechazaba el término “women” como plural de “woman”, sustituyéndole por “womyn”, palabra de su invención que no contenía el término “hombre” ( “men”), y con la que habrían de comulgar sus alumnos sí o sí, para no granjearse su inquina, y para así no tener una mala nota de examen.
Pero dejemos hablar al autor de “La hoguera de las vanidades”, y que se explique a sus anchas:
─ El término “fascismo” fue un invento marxista. En realidad los marxistas tomaron prestado el nombre del partido de Mussolini, los fascisti, y lo aplicaron a los nazis de Hitler, encubriendo con habilidad el hecho de que los nazis, (…) eran socialistas revolucionarios. En efecto, la palabra “nazi” era (irritantemente) una abreviatura del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Los marxistas europeos consiguieron imponer la idea de que el nazismo era el último y brutal coletazo del “capitalismo” decadente.
El “antifascismo” se convirtió en una pistola láser universal, perfecta para borrar del mapa a cualquiera (…) El Everest de la Indignación Intelectual.
Concluidas las elecciones de la Junta de Andalucía, y computados los votos, lo conveniente sería que los políticos se pusieran a trabajar de una pajolera vez en beneficio de quienes le pagan religiosamente.
Hay muchas cosas que quedaron pendientes, por culpa de sus intereses mezquinos, que los ciudadanos aún sufren en carne propia.
Que la profilaxis del cordón político ─sanitario comience por ellos mismos, y que no se quede en el “bistec” del convite; que se vayan a sus casas, y que suden en el brasero, con una copita de quina, ese terrible virus que les hizo creerse señores de vidas y haciendas, educadores perniciosos, y moralistas consentidos.
Y ahora que está en la Plaza Nueva la feria del libro, que lean y que reflexionen sobre lo que hicieron o dejaron de hacer, sobre el “tempus fugit”, el “carpe diem”, y tantos otros pensamientos nobles, como como aquél que la idealista Larisa Fiódorovna Guichard (Lara) compartía con su amado Yuri Andréyevich Zhivago (el doctor Zhivago), antes de ser condenada a morir en un campo de concentración:
─ El misterio de la vida, el misterio de la muerte, el encanto del genio, el encanto de la desnudez, esto sí, lo comprendíamos. Pero las pequeñas bagatelas del mundo, como la reconstrucción del globo terráqueo, eso, perdonad, nada tenía que ver con nosotros.