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20 de octubre de 2018 | Joaquín Rayego Gutiérrez

José María Luján Murillo, o la hora bruja de los espejos

En las pasadas fechas salió a la luz en Sevilla la novela “Como leona herida”, de Ediciones En Huida

José María Luján Murillo, o la hora bruja de los espejos
Su autor es un viejo conocido de los lectores de “Infoguadiato”: el amigo José María Luján Murillo (Granja de Torrehermosa, 1955), Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Hispalense, miembro del equipo redactor del “Diccionario Histórico de las calles de Sevilla, funcionario de la Junta de Andalucía, cantante tenor en diferentes corales, amante de los boleros, etc…

La presentación del acto tuvo lugar en “La Carbonería” ─ uno de los espacios culturales de más solera flamenca en los atardeceres sevillanos─ , y a él acudió un numeroso público─ allí la presencia, entre otros, de conocidos docentes, de amigos del escritor, de granjeños, y de mis paisanas peñarriblenses Manuela y Milagros Nieves, acompañadas de sus respectivos…─, que siguió con interés la crítica de la profesora de Dª Amalia Vahí Serrano, quien, haciendo gala de una fresca expresividad destacó la riqueza de vocabulario de la obra, el “compromiso” del escritor, y la densidad de un relato que, cual “matrioska” rusa, encierra varia novelas en una.

Para la Dra. Vahí tres son los pilares sobre los que se asienta la obra: una historia personal; un cuento sobre la comunidad, en el que se transparenta el amor a la tierra; y un fuerte poder comunicador, con Sierra Morena de fondo, en el que se desgrana todo un interesantísimo catálogo botánico, de hierbas medicinales, de nombres de pájaros, de topónimos (nombres de ríos, cerros, pueblos, lugares…), de recetas de cocina, de historias y relatos fantásticos, etc…

Y para el profesor D. Antonio Castro, estudioso incansable, y fino crítico literario que ya se tomó la ventaja de venir bien leído, la novela tenía el marchamo de un magnífico escritor.

Con tan poderosos argumentos ya me dirán ustedes quién se resiste a coger entre sus manos un libro que tantas historias evoca, para adoptarlas como propias por aquél que las vivió.

Sobre la obra, una vez leída, me atrevería a decir que es un relato especular (de espejo, que se refleja en él). Vivencias que reviven entre el azogue de los espejos, y que más me duelen que esa “culebrina” que no me deja dormir.

La misma portada del libro es ya un emblema: la imagen de un relieve asirio en el que se puede ver la marcha voluntariosa de una leona herida; y la idea se repite en el relato del pastor Silverio, que hace referencia a una loba recién parida, herida por el pastor y acosada por mastines, que se arriesga a saltar el redil para llevarse una cegajo, y dar así de comer a sus hambrientos lobeznos.

La imagen se repite a la largo del relato y guía la intención última de la obra:

─ “Aún hoy, es posible encontrar por esas tierras y pueblos muchas leonas heridas en las personas de mayor edad, porque resisten fieles a una forma de entender la vida que muere con ellas, porque su civilización ha sido asaeteada por la actual cultura dominante, insolidaria y frívola, basada en usar y tirar”.

Si usted tuvo la suerte de ver, aunque fuese en una lámina, “Las Meninas” de Velázquez, o “El matrimonio Arnolfini” de Jan van Eyck, habrá observado que el espejo era una forma sutil del pintor de mostrar lo que no se ve, pero que en ocasiones son pequeños detalles que revelan el lenguaje secreto de las cosas.

“La gran fuerza de la humildad”, de que hablaba Dostoievski, son los mimbres con los que se construye la personalidad de D. Manuel, el maestro; el espíritu bohemio de Tarro, de Malcocinado; la bondadosa actitud de unas vecinas, que cuidan de Eduarda sin olvidarse de limpiarle la casa, o de llevarle un buen plato de comida; la sabiduría popular del Sr. Gracián, un anciano capaz de saber las labores necesarias para el campo, de obtener el mejor cuajo, de reparar las cinchas, y los cencerros, de amaestrar a los mastines, de distinguir el ganado (La Bizca, La Orejona, la Golosa, La Carnicera), y de conocer su número con una simple ojeada, de predecir el tiempo, etc…

Pues con tan delicados hilos José María Luján enhebra esta saga familiar, de claras resonancias auto─ biográficas, que básicamente consiste en una novela de formación, en que el narrador─ niño aprende de sus mayores y, cuando aquéllos desaparecen, pasa a ser adoptado por una sociedad altruista que arropa sus noches, que protege sus sueños, y que ejerce las veces de madre cariñosa, o de maestra vigilante, en las figuras de Andrés, de D. Manuel, etc…

─ “Con frecuencia se refugiaba en sus recuerdos como si, con el manto de su memoria, se estuviera protegiendo contra el olvido”.

Y vuelta a empezar, que la historia es circular, y “con ella vino la esperanza, la luz y la alegría”, el final prometedor que abrirá un nuevo capítulo.

Y pues dijimos que la obra es un relato de formación, no es de extrañar pues las relevantes digresiones acerca de la mitología, de la enseñanza, del modo de construir un chozo, de la vida en la ciudad, donde “si saludas a todos y los miras, no llegarías nunca al sitio que quisieras ir”, del refinamiento y de los recursos dialécticos que usan las mujeres de pueblo cuando de diplomacia se trata.

Toda novela es un ente de ficción que admite múltiples posibilidades, como que un pastor se exprese con la delicadeza y sabiduría de un maestro, o que un profesor no sepa leer bien unos versos, y carezca de la habilidad de escribir, que es algo que, si no se hace al dictado, requiere una determinada sensibilidad, y tener algo que decir:

─ “Con un trozo de madera y mi navaja puedo hacer casi cualquier utensilio (…) Pero escribir tiene mucho más valor; es una creación diferente porque con lo que se cuenta es con lo que uno tiene dentro (…) Quien escribe, puede decirlo todo a todo el mundo”.

A quien tuvo la suerte de disfrutar de la naturaleza de hierro de aquellas mujeres no les puede pasar desapercibido el retrato de Lorenza, “morena de un pelo negro que brilla al sol; nariz pequeña, unos grandes ojos marrones que destacan por su capacidad de atraer las miradas de tan vivos y alegres como son”; ni su buena disposición para la lucha por la vida; ni su natural inteligencia; ni su capacidad para los negocios, y para no dejarse engañar por individuos tan esquinados como el Revuelto.

A quien arañó la fragancia de una escena pastoril, no se le puede pasar de largo la idílica imagen de unas cabras “tan blancas, que cuando están comiendo entre el monte, vistas de lejos parecen grandes flores de jara en movimiento”.

A quien frecuentó de la soledad en compañía, o de una sabrosa conversación consigo mismo, no le cogerá desprevenido la sabiduría del bueno de Andrés, que “sabe que el tiempo todo lo consume, que, como el amor, todo lo puede, que, como el dinero, todo lo allana, y que, como la muerte, todo lo acaba”.

Y a quien se preguntara alguna vez por el delicado tema de las relaciones sociales, tal vez le interese saber lo que piensa Andrés, el latero:

─ “Lo que nos diferencia a unas personas de otras no es el por qué hacemos lo que hacemos, sino lo que hacemos o dejamos de hacer. La intención que tenemos al actuar de una forma u otra es un asunto muy complicado de juzgar, ni uno mismo sabe qué es lo que le motiva a ser bueno, malo, o regular con los demás”.

Como leona herida, atrapado en la hora bruja y en la magia de los espejos, las palabras de Luján me llevan y me traen con toda su gran carga de esperanza, con la nostalgia de los recuerdos, con sus verdades, y con su sonrisa.

Tan sólo me queda decir: “¡Gracias, José María!”

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