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21 de junio de 2018 | Joaquín Rayego Gutiérrez

El Club de la Mesa Redonda

─ “Sueña el rico en su riqueza, / que más cuidados le ofrece…”.

El Club de la Mesa Redonda
Los termómetros anuncian que, aunque tardío, el verano por fin sentó plaza en estas benditas tierras del Mediodía.

Cual Jano bifronte, la vista puesta ora en la obligación, ora en la devoción, a estas alturas de mes más de un abnegado ciudadano estará en un tris de romper la frágil hucha de los ahorros para contar la calderilla atesorada, y para ponderar en familia el valor real de los sueños, que en la expresión popular son pecadillos que cuestan “un ojo de la cara”:

─ “Coge tu sombrero, y póntelo. Vamos a la playa, calienta el sol…”

Atrás quedarán por fin las restricciones de todo un año, el sentido de la responsabilidad y el estrés, las horas de trabajo extra, los brillos tétricos de la oficina, las charlas de NO─ DO del taimado televisor, la mirada apagada de tahúr del Mississippi del mafioso de marras, las trabas que a todo proyecto noble pone el vil metal, los placeres de familia, la tertulia de amigos, el humo de un cigarrillo, el aroma de un café…

Que a pesar de la experiencia, y de tanta vida derramada por los caminos de Dios ─ que “no todo el monte es orégano”, según el sentir popular ─ el españolito de a pie siempre optó por la solución más penosa, la de trabajar como un burro; la de no medrar al arbitrio de “los buenos”, ni a la sombra de una secta, partido, logia o casa de hermandad, del estilo de la Trilateral, el Skull and Bones (La Orden de la Calavera y los Huesos), el Bohemian Club, La Round Table, el Council of Foreing Relations (CFR), o el Club Bilderberg.

De esta clase de “cofradías” es de la que pretende informar este artículo, en la idea de que si no le resultara creíble piense que “la vida es sueño”, como diría Calderón de la Barca, y de que todo lo que lea es producto de una fértil imaginación, como dice Anthony Blake.

Para estudiosos del tema de la talla de Michael C. Ruppert, Lyndon LaRouche, James Tucker, Daniel Estulin ─ “Los secretos del Club Bilderberg”─, o la sevillana Cristina Martín Jiménez─ “El Club Bilderberg. Los amos del mundo”─, el hecho de ser invitado a una de las reuniones de este famoso club ya significa haber sido agraciado con la suerte del ganador.

Hay incluso quienes dicen que “Bildelberg es igual que Gran Hermano, el ojo que todo lo ve y todo lo controla”; que no actúan por dinero, que ya es mucho el que tienen, sino por seguir detentando el poder, convertir a la gente en esclavos, y seguir siendo “ad vitam aeternam” un “Gobierno en la sombra”.

Fundado oficialmente del 29 al 31 de mayo de 1954, el Club tomaría su nombre del Hotel donde tuvieron lugar sus primeras reuniones, en una localidad holandesa.

Curiosamente el dueño de aquellas instalaciones, el príncipe Bernardo, había sido en otro tiempo un encendido colaborador de los nazis.

Junto al padre de la reina Beatriz, conformarían la plana central de aquel Club personajes de la talla de los David Rockefeller, Giovanni Agnelli, Joseph Retinger, Henry Kissinger, y toda la flor y nata de aquellas grandes fortunas, empecinadas en vender las bondades del libre mercado, en un momento en que las dos grandes tendencias mundiales se enzarzan en una especie de Guerra Fría.

A aquellos primeros padres se irían añadiendo otros muchos personajes en la sombra, comprometidos en la defensa de tan siniestros intereses que ven que en el pueblo llano una marioneta de fácil manejo y, en última instancia un chip sobre el que proyectar todo un sofisticado sistema de información “virtual”.

Según Cristina Martín ─investigadora sevillana natural de El Viso del Alcor, y autora de una tesis doctoral que lleva por título “Los planes del Club Bilderberg para España”─, entre los españoles que participan en semejante invento, o que participaron alguna vez en reuniones clandestinas, estarían la reina Sofía, Ana Patricia Botín, Felipe González, Rodrigo Rato, Matías Rodríguez Inciarte, Juan Luis Cebrián, Joaquín Almunia, Pedro Solbes, Joseph Borrell, Javier Solana, Esperanza Aguirre, y un largo etcétera…

Y entre los asistentes a este último congreso ─ el celebrado entre los días 7 y 10 del mes que corre, en la ciudad italiana de Turín ─ estaban, según la referida observadora, los Albert Rivera, Soraya Sáenz de Santamaría, Ana Patricia Botín y Juan Luis Cebrián, no descartando la asistencia “de algunos de los nuevos ministros de Sánchez y del número dos del BCE, Luis de Guindos”.

En tales juntas, al parecer, los científicos afines, los analistas prospectivos, y las mentes más brillantes del sistema, se enredan en los llamados “Juegos de Guerra”, y “Juegos Políticos”, para escenificar virtualmente “situaciones de crisis extrema sobre asuntos de política internacional”, que llegado el momento tendrán su correspondiente puesta en práctica; “Juego de Tronos”, que diría el líder de “Podemos”, no atreviéndose a hablar del tema ni en broma, con tal de no desgraciar su futuro político, y con él su millonario chalé, obtenido en la tómbola de una providencial herencia de familia.

En la reunión número 66 celebrada en Turín figuraban en la agenda temas de gran trascendencia para el futuro de la Humanidad, y para el lucro de los interesados ─ que algún día, como subraya en sus Coplas el palentino Jorge Manrique, es de suponer que morirán, dejando tirados por tierra sus mal logrados bienes ─, que de vez en cuando “comparten” para dejarse querer, tales como: el populismo en Europa, la desigualdad, el trabajo del futuro, las noticias falsas, el mundo pos-verdad, las amenazas de las armas químicas, la inteligencia artificial, la ciber─ seguridad, la cuestión rusa, etc, ...

Del modo y manera en que se hayan desarrollado semejantes conciliábulos es más que probable que ni usted ni yo nos enteremos jamás, de no ser porque algún “mandado” se asuste de la trascendencia del asunto, por sus inmediatas consecuencias sobre la población, o por el breviario de una doctrina amparada bajo el rótulo de “unanimidad”, y desarrollada por los colaboradores necesarios del poder.

Ellos son los que conocen las mil maneras de servirse de los demás, y de utilizar los medios de comunicación necesarios para despistar, desinformar, y favorecer sus estomagantes fines.

Diseñando para ello programas educativos destinados a pinchar la burbuja de un crecimiento que se les antoja atroz, y que está llamado a no escapar de sus afiladas garras de usureros.

Haciéndonos creer que estas cosas de la economía son una “jartá” de difíciles, y que sólo la podrían entender los becarios de primera fila.

Halagando nuestros sentidos con música de tan tan, y regalándonos con cocaína, para que nos empolvemos la nariz.

Reescribiendo la Historia, y haciendo de los manuales unos libritos de cuentos muy fáciles de digerir.

Enseñándonos a reír con la risa cínica y rosa de “la puta vieja Celestina”, o con la chabacanería descocada de los colaboradores de “Help”.

Pura filosofía del espectáculo cómico en que las calidades se miden no por la búsqueda personal, la honradez, y el esfuerzo, sino ─ como subraya Miguel Delibes en “Los santos inocentes”─ por la falta de espíritu crítico, la capacidad de enredar y meter mierda, o por la capacidad “servil” de poner la mejor pieza a tiro de los señores.

Pero esto es algo que algún día deberíamos abordar desde el foro más adecuado de la experiencia personal y de las más variadas razones, o quizás desde las páginas amigas de este periódico, para exigir a nuestros ilustres representantes un debate sobre Educación; una reforma en profundidad de los planes de estudio que fomenten un mejor nivel cultural de la población, y no “el lavado de cerebro” que con tanto marketing y esmero nos dispensan cada día ; donde tengan su oportuna proyección las matemáticas, la economía, la creatividad, y todo aquello tan necesario para no dejarse manipular por una “falsa” democracia”, ni por esos grupos de presión tan interesados en provocar conflictos y turbulencias, y en financiar sus planes por medio del mercado de las drogas.

Hace tan sólo unos días tuvo lugar en Sevilla una manifestación por la Sanidad, de la que al parecer a esa clase de gente suele levantar ampollas, por lo poco que informan. Y, sin embargo, sigue y seguirá pendiente un grito de libertad, como aquél, para arropar con mil puños el futuro de nuestros hijos: la Reforma de la Educación en España.

Somos testigos silentes de las más oscuras decisiones llevadas a cabo por estos clubs: de la separación de Quebec, del nacionalismo catalán, de la muerte de ben Laden, del terror del 11─ S, de las guerras de Afganistán, de la sangría de Kosovo, del conflicto de los Balcanes, etc…

Todas tácticas muy antiguas, si miramos hacia atrás y recordamos las argucias del “tío Sam” ─ “Remember El Álamo”, “Remember the Maine, to Hell with Spain” ─ el filibustero aquél que suele sacar de su sombrero de copa toda clase de sapos, y de culebras, mientras echa por la comisura de sus labios una pestilente baba de tabaco.

Que lo que le interesaría saber a una población que se supone que no condiciona su voto a insomnes y repetitivas percusiones de marketing, es si la guerra de Kosovo se debió a una cuestión de tráfico de drogas; si el petróleo y el gas natural de las regiones de Cáucaso, y de la cuenca del Caspio son los pozos negros de su ruina; si la gran riqueza de las minas de diamantes de Siberia, son causa de extraños conflictos; si la desintegración de Yugoeslavia se debió a la resistencia de Milosevic a dejar la economía de su nación en manos privadas; si los atentados del 11─ S tuvieron como telón de fondo la escasez de petróleo de los tinglados financieros; y si la intoxicación a que nos someten el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, y los continuos vaivenes bursátiles, justifica de alguna manera la ruina de naciones tan ricas como Irán, y la mala bilis de estos malos bichos.

Que si por casualidad uno tiene la mala fortuna de ser objeto de su atención es probable que sigan nuestras conversaciones telefónicas, que analicen la basura de nuestro ordenador para saber de las buenas o de las malas advocaciones de nuestro santoral, que hurguen en los archivos de los datos hospitalario, y que sepan de nuestros gustos para comer, para vestir, nuestra tendencia política, y hasta el número de zapato que usamos; y mucho mejor sería que, en semejante situación, nos fuésemos pronto a la cama, apagásemos el televisor, cerrásemos la puerta con doble llave, y echáramos a un contenedor nuestros magníficos teléfonos móviles de última generación. Los silenciosos espías que murmuran cosas poco interesantes acerca de nosotros.

Pero si alguien de nosotros cree que eso de la “Table Ronde” son simples teorías conspirativas nada tendría que temer, que para un condenado a muerte un simple gesto de aceptación ya es mucho.

Como diría un televisivo mentalista, que se hace llamar Anthony Blake:

─ “Todo lo que has visto ha sido producto de tu imaginación no le des más vueltas, no tiene sentido”.
 

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