5 de agosto de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez
La libreta de los perfumes
“Perfumes, perfumistas, diseñadores de modas, y mujeres famosas” es el título de la libreta que el industrial y perfumista sevillano D. José Chacón Moreno ha puesto confiadamente entre mis manos, animándome a compartir su afición: una pasión que durante tantos años ha dado brillo a su vida; y de la me arriesgo a extractar unos párrafos para disfrute de los lectores de “Infoguadiato”.
El origen de los perfumes, según anota mi amigo Pepín en las primeras líneas de su libreta, habría que buscarlo en aquellos tiempos en que el hombre aprendió a hacer fuego, y pronto se dio cuenta de que, al arder, determinados arbustos y resinas emanaban un intenso aroma.
De ese humo oloroso procedería el término latino “per- fumun”.
Y de tales aromas tendríamos noticias gracias a la Arqueología, y a unos vasos de alabastro encontrados en Egipto, que tenían la finalidad de conservar esas resinas aromáticas, con anterioridad al año 3.000 a. d. C.
Después, en el s. XVIII, alcanzarían unas altas cotas de perfección y armonía en la combinación de las distintas fragancias.
Y cuando la sociedad se industrializó en el s. XIX, y el consumo del perfume se democratizó, dejaría de ser un producto artesanal; y, con los continuos avances de la Química, pasarían a utilizarse sustancias sintéticas.
Para cada ocasión, para cada estación del año, y para cada tipo de personalidad, existe un perfume que viene expresado por una “marca” de fábrica, y de autor; así, los Poeme, Lancome, Balestra, Basala, Blonde, Blue Balestra, Coco Chanel, Arpege, Joy, Tresor Lancôme, 1990, Isabel Rosellini, L´heure Bleue, Shalimar, Femme, Miss Dior, L´air de temps, Opium, Nº 5 de Chanel, etc…
Sus componentes son las más variadas fragancias, contrastadas por las mejores “narices”; así, el polvo de raíces de lirio, el sándalo, la canela, la mandarina, el geranio, la violeta, el azahar, el nardo, el iris, el jazmín, la retama, el pomelo, la pimienta, la bergamota, el musgo, la madera de cedro, la nuez moscada, el pachuli, etc…
Sustancias todas ellas que el enigmático protagonista de la novela “El Perfume”, Jean─ Baptiste Grenouille, solía usar intuitivamente, en una perfecta sinfonía de armónicos:
─ “Ámbar, algalia, pachuli, madera de sándalo, bergamota, vetiver, apopónaco, tintura de benjuí, flor de lúpulo, castóreo…”
Por los caminos de la seda y de las especias llegaron estas joyas de los sentidos hasta nuestras manos, procedentes de Oriente Próximo ─ Persia, India, China, Arabia…─, para entrar a formar parte de nuestra visión del mundo, y de nuestra cultura.
Desde un principio se les relacionó con determinados poderes, tales como proteger al individuo de toda clase de males, purificar el cuerpo, potenciar la memoria, y servir de intermediario para invocar a los dioses.
Beneficios que hoy en día proclama la Aromaterapia, un método curativo basado en el uso de las esencias naturales contenidas en flores y plantas, que se utiliza por sus efectos relajantes, para combatir la depresión, o bien por sus propiedades terapéuticas.
Queda constancia histórica de la especial relevancia que en todo tiempo alcanzó esta ciencia.
Se dice que cuando murió el rey Herodes se emplearon quinientos esclavos para cargar los aromas de sus exequias.
Y que cuando murió el rabino Gamaliel el Viejo, se quemaron cuarenta kilos de esencias en su funeral.
Que los Reyes Magos, llevaron al Niño Dios oro, incienso y mirra.
En oro se mide desde muy antiguo la talla de los poderosos; pero el incienso y la mirra sirven para mil utilidades de orden sanitario, tales como su capacidad de repeler serpientes e insectos; o bien sanar un miembro roto, mediante la aplicación de un apósito de esos aceites procedentes de árboles de las especies Commiphora myrrha, y boswellias.
En “el libro de los libros” por el que se rigen los cristianos se dice que María Magdalena derramó un valioso vaso de perfumes sobre la cabeza de Jesús:
─ “Estando él en Betania, sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho valor; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza”.
Que por encargo de Dios, Samuel consagró rey a David con un cuerno lleno de aceite.
Y que un seguidor de Jesús, el rico José de Arimatea, no dudó en desafiar la ira de los judíos procurando una tumba de su propiedad a Cristo yacente, y ungiendo su cuerpo con aceites aromáticos.
“Algo tendrá el agua cuando la bendicen”, refiere el dicho.
Y por esas y tantas otras virtudes que a nadie pasan desapercibidas los olores, y la ciencia de los perfumes han sido objeto de atención por parte de los estudiosos.
En 1933 unos investigadores belgas descubrieron que los espermatozoides se guían por el olfato en su camino hacia el óvulo.
En los referidos mensajeros genéticos se comprobó la presencia de receptores, similares a los que se encuentran en la nariz, que responden a señales químicas como las que producen la sensación olorosa.
Y ya por fin se sabe que el óvulo fabrica una sensación olorosa que permite a los espermatozoides un mejor olfato, para seguir su camino hacia la fecundación.
Los científicos especulan con la posibilidad de que algunos casos de infertilidad se deban a ciertas mutaciones en los receptores olfativos de los espermatozoides, lo que provocaría su desconcierto e inmovilidad, y el no llegar a tiempo a la meta.
De las capacidades y sutilezas de los olores son los franceses unos consumados maestros.
Ello explica que la única Osmoteca, el único museo olfativo del mundo, se encuentre en el número 36 de la Rue du Parc de Clagny, en Versalles.
La creó Jean Kerleo, de Perfumes Paton, en colaboración con la “Societé Francaise Perfumeurs”, reuniendo en una especie de museo los perfumes lanzados al mercado desde mediados del s. XIX hasta la época presente, tanto si están actualmente a la venta, como si no.
Especialmente llama la atención del público el agua de Colonia que usó Napoleón en su destierro en la isla de Santa Helena.
Y es que esta ciencia de los perfumes encierra un mundo de sensaciones, y admite numerosas clasificaciones, tales como: perfumes de hombres, de mujeres, de niños, unisex; perfumes para baño, para viajes, oleosos,...
─ La esencia o extracto, admite una concentración del 15 al 30% de esencia, diluida en alcohol de 90º, melaza o caña de azúcar. Basta una gota en la base del cuello, o tras la oreja, para que se mantenga su aroma.
─ Eau de perfum. Lleva una concentración de un 10 a un 15% de esencia diluida en alcohol etílico de 90º.
─ Eau de toilette. Del 5 al 10% de esencia diluida en alcohol de 85%. Se puede usar con vaporizador.
─ Agua de Colonia. De un 3 a un 5% de esencia, diluida en alcohol de 70º. Se utiliza para llevar al trabajo, o para el día a día…
Personajes históricos como Cleopatra, o como María Antonieta, rociaban su cuerpo con agua de rosas; que la rosa, según dicen, es una flor que expresa dulzura, alegría, pasión, dolor…
De las miles de variedades que la citada flor existen, sólo dos especies se usan para la obtención de perfumes: la rosa damascena, cultivada en Siria, y la rosa centifolia, o Rosa de Mayo, que se cultiva en toda la cuenca mediterránea, y muy particularmente en Grasse (Francia).
Para obtener un Kilo de esencia se necesitan tres mil Kilos de rosas; si bien, para hacer agua de rosas en plan casero, podemos utilizar una pequeñísima cantidad de ellas, e iniciarnos en un prometedor futuro como perfumistas siguiendo los siguientes pasos:
─ Coger 20 ó 25 pétalos de rosas.
─ Dos horas después de la salida del sol separar los pétalos uno a uno, quitando los que estén marchitos, y dejar que se sequen al sol durante dos días.
─ Machacarlos en un mortero, y poner el líquido obtenido y los pétalos machacados en una botella.
─ Añadir 125 c.c. de alcohol etílico de 90º.
─ Tapar bien la botella y, en un ambiente oscuro y fresco, dejarla reposar durante mes y medio.
─ Por último filtrar con papel, o tela de lino el agua obtenida, y añadir 250 c.c. de agua destilada.
Como resultado de este proceso artesanal obtendremos un agua de rosas, de olor agradabilísimo.
Ya sólo nos queda que nos regalemos con una música suave, que nos relajemos en un baño de agua de rosas, y que retengamos en la retina aquella miniatura de Paraíso que Jan Brueghel “el Viejo” retrató en una de esas tablas famosas que se conservan en el Museo del Prado, y a la que su autor puso por nombre “El Olfato”.