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19 de junio de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Pablito clavó un clavito

Pablito clavó un clavito
En el primer tercio del s. XVII el paremiólogo Gonzalo Correas anotó en su “Vocabulario de frases proverbiales y refranes” un sinfín de dichos, frases hechas, trabalenguas, y refranes, de uso coloquial.
Entre ellos está aquel refrán que advertía al caminante de las malas artes de la trapacería que tenía asiento en la Plaza del Potro: “A fuer del Potro: tú un maravedí y yo otro”.
O aquel dicho del juego de la mentira que gustaba de usar con nosotros mi tío Miguel: “Hombre chiquitín, embustero y bailarín”.
Amén de aquellos ingeniosos trabalenguas con los que la chiquillería mostraba su buen manejo del idioma: “Pablito clavó un clavito en la calva de un calvito…”
Pues bien, semejante tesoro léxico no sólo conserva su vigencia en la actualidad, sino que además se alimenta de nuevos significados. Así la conocida frase de “clavar un cuadro”, acabaría haciendo fortuna como sinónimo de “falsificación y engaño” en el terreno del arte.
Y no deja de llamarnos la atención el buen uso que tiene, entendiendo que para muchos el arte actual representa un auténtico trabalenguas, cuando no un juego de pícaros, como los celebrados de la cordobesa Plaza del Potro, o los malagueños del Perchel…

Decía Pérez de Ayala que “desdichadamente muchos confunden lo moderno con lo que está de moda”; y que “los rasgos distintivos de la moda son inestabilidad y esterilidad”.
Y a esa misma conclusión llegaron quienes tuvieron la fortuna de conocer a uno de aquellos que gusta de llamarse artista.
“Pablito”, que así nominaremos al artífice de esta historia, agarró un día sus cuadros, y se fue con ellos “a clavarlos” en la clase de sus alumnos universitarios; o lo que es lo mismo, a sorprender su ignorancia.

Con trazos de rotulador grueso, y sobre láminas de acetato, había dibujado el virtuoso unas grecas tan elaboradas, y al tiempo tan simples, como quien repite mil veces el número dos.
La primera en salir a escena fue la trasparencia hisopada en tachones de azul.
Con parsimoniosa dedicación, el artista complementaba el referido cuadro con una grabación sonora, en la que parecían destacar los efusivos jadeos de unos ejecutantes del sexo.
El segundo de los acetatos, salpicado de amarillo ─ que, como el artista apuntó, el verde es un color impuro─, lo hacía acompañar de una segunda grabación, mucho menos sugerente que la primera, en que se percibían claramente los gritos que utilizan los contendientes de kárate.
El tercero de los acetatos, salpimentado en grecas rojas, semejaba el pizarrín de un alegre parvulario.
Y aquí los gritos, y los susurros se trocaban de improviso en un intenso ruido de motores, y en el ajetreo diario de una urbe charlatana y majareta, como sólo podría serlo una ciudad italiana, o española.
Después todo consistía en una paulatina superposición de sonidos, y de acetatos, que acababa en una suerte de empanada mental, tal que “el Rosario de la Aurora”.
Por allí un enervante zumbido, por allá un tibio gemido, por acá el persistente traqueteo de una amoladora, acullá el claxon de un coche resuelto en desenfrenados jadeos amorosos.
Y tras esta algarabía el temblor convulsivo de los presentes, que simulaba tomar aire como un fuelle, daba paso a una espontánea risotada, propiciada por una nueva “salida de pata de banco”, en la voz de Dª Concha Piquer:

─ Él iba en un barco/ de nombre extranjero…
Unos interminables minutos no bastarían para que el personal se tranquilizara, pero llegado el momento de opinar el colegial con más concha ─ que era el que más disentía del tufo anodino de aquellas clases─ dio un paso adelante, que los demás esperaban “como agüita de mayo”:

─ Como diría André Malraux: “el arte no es una sumisión, es una conquista”. Y lo que usted nos ha mostrado en clase es, a mi entender, un logro.
El uso artístico del plástico, material elástico y democrático donde los haya, que encarna el triunfo de la modernidad.
Sobre placas de acetato “cabalgan” también los pinchadiscos: para deleitar a los oyentes con sus canciones.
En este caso la comunicación es una mezcla de sensaciones no solamente auditivas, que también los colores adquieren aquí su tradicional simbolismo.
El final de doña Concha Piquer es de un chirriante romanticismo, un recado “maldito” que esgrime el artista “pour épater le bourgeois”, que es tanto como decir, para dejar patitiesos a los “burgueses” que vivimos de espaldas al arte.

Agarrado a un mechón de tan impresionante barba mesiánica el hinchado artista se tomó un tiempo en responder, y con destapada vanidad espetó a los presentes:

─ Como habrán apreciado ustedes la obra de arte suscita siempre múltiples respuestas. A mí, personalmente, me parecen increíbles los comentarios que mi obra provoca.

Y algo así debió de ser, pues dirigiéndose a tan mal intencionado “cobista” uno de aquellos jóvenes cuchicheó en voz baja:

─ ¡Qué pedazo de c..! ¡Menudo artista estás tú hecho..!
***

En “F for Fake” (1974), el actor y director cinematográfico Orson Welles saca a escena “la gran mentira del arte”.
El gran embaucador de la adaptación radiofónica de “The war of the Words” ─ que el 30 de octubre de 1938 desencadenó una oleada de pánico en su país─ saca a flote la historia del falsificador Elmyr de Hory, y de su biógrafo Clifford Irving, autor de una falsa biografía del excéntrico multimillonario Howard Hughes.

─ “El valor depende de las opiniones. Las opiniones dependen de los expertos”.

Y si un falsificador de la talla de Hory consigue burlar la “sabiduría” de esos grandes conocedores, entonces ¿en manos de quién está el arte?

“Mi opinión sobre los expertos ─ dice Elmyr─ es que están demasiado sobrevalorados. Es una especialidad que ni siquiera debería existir (…) Nunca he ofrecido una pintura o un dibujo, a un museo que no lo haya comprado. Nunca rechazaron ninguna”

“Que no te asusten los expertos”, fue la lección que Clifford Irving aprendió de su maestro, cuando éste sometió a los entendidos a la prueba del algodón:

─ Yo quería descubrir cómo era en verdad obtener una pericia sobre una falsificación, y le pedí a Elmyr que me hiciera tres dibujos: dos Matisse y un Modigliani (…) y puso una pequeña mancha de café en el Modigliani para que se viera.

El Museo de Arte Moderno examinó detenidamente los cuadros, y determinó su autenticidad.
“Les metieron la castaña” a los duchos en la materia; que, como escribía Eduardo Zamacois aconsejando a un amigo:

─ Si quieres abrirte camino pronto hazte crítico (…) de arte.
Si te metes a crítico, te recomiendo muy seriamente que uses lentes; que cuando salgas a la calle lo hagas llevando algunas revistas extranjeras en la mano, que no te rías nunca y que te dejes redondear la barriga.

“Como el pintor de Orbaneja” “, del que hablaba Cervantes, la cosa es simular que uno sabe; y así “cuando le preguntaban qué pintaba, respondía lo que “saliere”; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: éste es “gallo” porque no pensasen que era zorra”.

Según el semiólogo Roland Barthes el arte burgués toma a sus consumidores por unos auténticos ingenuos a quienes es necesario darles el trabajo masticado.
Y eso mismo es lo que hacen los usureros de los bancos, y los primorosos artistas de la mal llamada “Administración”; que más que administrar con sabiduría los bienes ajenos, engañan y roban como por “arte de birlibirloque”.
Menudos “puntos filipinos” están hechos.
Que se lo pregunten a los liquidadores del Popular; a los socios numerarios del Club Bildelberg, al que pertenece esa señora de fraudulento apellido; a los del batallón de las puertas “rotatorias” de la Junta de Andalucía ─ ¡que menudo cáncer que nos ha salido!─; a los peritos del Ayuntamiento, que nos “clavan cuadros” como estacas, con el ánimo de “enterrar” a los que ya estamos muertos.

Francisco Flores García, en su libro “De los bohemios verdaderos”, decía que D. Pedro Marquina, y D. Pelayo del Castillo, aspirantes a artistas, rechazaron la oferta del antequerano Romero Robledo de beneficiarles con un cargo en el Ministerio de la Gobernación:

─ Pienso que por un triste salario vamos a perder la libertad, la independencia, y a convertirnos en esclavos miserables, (…) en despreciables “sanguijuelas del Estado”, y eso es indigno de hombres como nosotros: ¡es una deshonra!

Quien te ha visto, y quien te ve, querido pueblo…
Ahora, por hacernos con un oneroso carné los hay que “matamos”, como diría la tertuliana que mejor representa el espíritu de la modernidad:

─Si el castillo de Belmez / se volviera pan de trigo
los golosos los mineros, / ya se lo hubieran comido.

Y en estas aguas sulfurosas buscan asiento los listos; como la galerista Juana de Aizpuru, o como los que meten “la bacalá” a los nuevos doctos vendiéndoles unas bragas rojas, por el módico precio de 38.000 euros; o un vaso de agua, medio lleno, por tan solo 20.000 euros.
La nueva sintaxis de los expertos, y entre otros Susana Díaz, consiste, al parecer, en ahogar a los ricos a base de impuestos, y de plusvalías. ¡Qué arte!
¿A los ricos? ¿Pero no son ellos, los de “la casta”, los privilegiados y nuevos millonarios?
¿Los que reparten favores, los que colocan a dedo, los que ponen su dinero a resguardo en paraísos fiscales, los de la manteca “colorá” asegurada “de por vida”?

─ “Dios mío cómo estás tú/ que no ves la catedral/ aunque te enciendan la luz”.

Que, sobre clase de artistas, la lección que saco hoy es la que tuvo a bien regalar el falsificador Elmyr de Hory a su discípulo:

─ “Mi opinión sobre los expertos es que están demasiado sobrevalorados. Es una especialidad que ni siquiera debería existir”.

Acaso es que vamos para viejo, y que ya no hay confianza en tales prendas; que, como diría el humorista Enrique Jardiel Poncela, los únicos que han sacado provecho en esta suerte de democracia son los menos dotados para agachar las espaldas, y los “listos”; a los otros nos han dejado una enorme carga de asco, y de desilusión:

─ Cuando yo me muera
si muero algún día,
cuando no respire,
cuando ya no exista,
cuando no haga el indio,
cuando ya no escriba
todos mis amigos,
toda mi familia,
todas las personas
por mí preferidas
bailarán la “]ava”
con gran alegría
y serán dichosos...
¡qué asquito es la vida!
Yo sé que lo dicho
sucederá un día,
y esto me hace polvo,
y esto me hace tiras,
y esto me hace azúcar,
y esto me hace harina,
y esto me hace cisco,
y esto me hace astillas,
y esto me hace gachas,
y esto me hace migas ..
Los desilusiones
mi organismo minan
y estoy tan marchito,
tan pocho y tan birria,
y estoy tan cansado
de aguantar perfidias
que ya no resisto
más zarzas y espinas
y salgo de casa
y tomo el tranvía
y me voy al «Reina»
a ver a la Artigas.
 

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