20 de diciembre de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Como por arte de birlibirloque
Tanto en la jerga flamenca, como en el léxico andaluz, existen numerosas palabras tomadas en préstamo del “caló”; así, decimos “diñarla” refiriéndonos a la muerte que nos afecta; “geta” referido al hocico, y por extensión a la cara; “chaval”, o “chavea”, para dirigirnos a un muchacho; “canguelo” para expresar nuestro miedo a algo, o a alguien; “achares”, como forma de dar celos; “birlar” como sinónimo de robo, o de estafa.
De “birlar” procedería la palabra “birloque”, y ese otro dicho tan popular en otros tiempos: “por arte de birlibirloque”, que traduce el medro, la estafa y el latrocinio en una forma de arte, de la que ya hablaba Cervantes en sus "Novelas Ejemplares", e interpretaba a su propio aire el vallisoletano D. José de Zorrilla:
─ Aquí, en nuestra buena España,
donde se duerme la siesta,
donde se canta la caña,
donde el trabajo molesta (...)
A este sol del mediodía
se filosofa tan mal
que España tiene hoy en día
en una guitarrería
su piedra filosofal.
En el país de Monipodio, y del hidalgo D. Quijote, recientemente la prensa dio la noticia de que el Excelentísimo Rector de la Universidad “Rey Juan Carlos” de Madrid, había sido señalado como autor del plagio de una tesis doctoral y de toda una relación de artículos académicos.
A D. Fernando Suárez, catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones, se le cruzó en su paso la autoestima; y probablemente le pasó como a aquel protagonista de un cuento chino ─ “El príncipe bobo que se engañaba”─ a quien la afición al deporte del arco le llevaba a presumir de una fuerza que realmente no tenía; y así la falta de modestia, y de sentido común, le llevarían a tomar parte en un concurso del que solamente sacaría la escandalosa risotada de los demás.
Nada nuevo como para hacer de aquello un drama, pues sabido es que la rueda del coche de Fernando Alonso es una mera transformación de las ruedas de piedra que antaño tiraban de la carreta; y que todo es un lento proceso que consiste en mejorar las prestaciones hasta hacer del varal, el adral, el larguero, la bolsa, el estribo, y las restantes piezas, un hermoso Ferrari “Testa Rosa”.
Inherente al ser humano es el afán de mejorar, y de darse pisto; y sabido es que el plagio ha sido siempre una moneda de cambio, bien considerada en otros tiempos, incluso cuando aún no existía Internet, ni la SGAE velaba con mano firme por los derechos de autor.
Opositores hubo cuyos méritos rechazó un Tribunal de Oposiciones, pues con aquel bagaje tan vasto era imposible de todo punto que tan intachable trabajador hubiese dedicado ni un solo minuto de su tiempo al trabajo en plaza. Y es que estar en misa y repicando es una situación difícil de sobrellevar.
Incluso conocí a una persona que, por su carácter generoso, y por su disposición a colaborar, no dudó en compartir su ciencia con aquel amigo del alma, que tan interesado estaba en sacar buen provecho del saber de los demás:
─ Diego ¿qué era aquello de que me hablabas, y que según tú bien podría ser objeto de una tesis doctoral?
Y como quien tira del sedal las siguientes preguntas irían saliendo como por arte de magia, o como por aquí decimos, como “por arte de birlibirloque”, en proporciones cada vez más complicadas y engorrosas para tan humilde profesor:
─ Como tú sabes mucho más que yo de este tema, supongo que no te importaría detallarme los aspectos claves del estudio, incluyendo en el paquete una pormenorizada bibliografía.
Y de modo tan singular, bandazo va y bandazo viene, el obstinado sablista conseguiría en un plazo límite para sus ajustadas posibilidades el grado de Doctor en Medicina.
Lo gracioso del caso fue que al propio “perjudicado” no se dio nunca por aludido, tanto le alegraba el oficio de enseñar al que no sabe; y aún por demás se divertía con el azoramiento de su amigo cuando, haciéndose eco de las recomendaciones de su director de tesis, se esforzaba en variar cada dos por tres el orden de los conceptos:
─ Con tanto cambio como hemos hecho, ya no hay Dios que entienda semejante jeroglífico.
Y el agraciado en el juego de aparentar, sin haber demostrado nada, se estiraba suavemente del nudo de su corbata, y se ajustaba al cuerpo el almidonado faldón de su terno, no dudando en replicar, esponjado de orgullo:
─ ¡No sabes tú bien el trabajito que cuesta obtener un Sobresaliente Cum Laude!
***
De D. Marcelino Menéndez y Pelayo se cuentan numerosas anécdotas que le califican como un sabio con alma de niño, y como un infatigable estudioso, sin tiempo para andar con novias, ni para medrar, ni aún para entretenerse en politiquerías.
De él dijo el mejicano Octavio Paz que era como una enorme montaña, desde cuya cima se podía divisar todo el panorama de la literatura española, que él mejor que nadie supo valorar y descubrir, para bien de su patria.
En sus “Semblanzas”, el nicaragüense Rubén Darío llegó a decir de él que era “el cerebro más sólido de la España de este siglo”, y todo un ejemplo de colaboración y humildad:
─ Es difícil encontrar persona tan sencilla, dueña de tanto valer positivo, viva antítesis del pedante, archivo de amabilidades, pronto para resolver una consulta, para dar un aliento, para ofrecer un estímulo.
De ese modo tan característico se señalaría ante el mundo científico aquel prodigioso atleta, partidario de armonizar el progreso y la espiritualidad en el ámbito de las ciencias.
La primera vez que fui a Toledo con mis alumnos del IES Triana, el profesor D. Antonio Castro me mostró “in situ”, con su humor habitual, cómo se controla a unos niños con unas tremendas ganas de juerga, y de pasárselo bien con los compañeros de clase, en un viaje de fin de curso.
Al anochecer, cuando el cuerpo llamaba al descanso, y era el asunto más fácil caer en brazos de Morfeo, allí aparecía nuestro incansable profesor y se sentaba a hacer guardia en mitad de aquel árido pasillo, arropado por las energías del propio D. Marcelino:
─ ¡Nada! ¡No nos podemos mover esta noche! ¡Será mejor acostarnos, y esperar hasta mañana! El profesor no quiere que haya ruidos en las habitaciones, y para ello está dispuesto a pasarse la noche entera sin dormir. Se ha traído para leer un tocho: la “Historia de los heterodoxos españoles”.
Razones muy serias tenía el espíritu festivo de aquellos jóvenes, sabiendo que D. Antonio, el espíritu de la precisión y de la formalidad, comulgaba con gente tan selecta como aquel santanderino de quien Cánovas decía, aludiendo a su precocidad, que empezaba “por donde otros acaban”.
Y efectivamente, D. Marcelino fue en su tiempo el catedrático más joven de España.
Tan joven que el Gobierno de turno se vio en la obligación moral de promulgar una ley, que derogaba una anterior de 1875, y que permitiría concursar a tan celebrado estudioso, y al hijo del conocido político liberal D. José Canalejas.
Cuando cogió vuelos la noticia, los periódicos de izquierdas pusieron veto a aquellos tribunales que, de antemano, ya consideraron injustos; e hicieron todo un alarde de influencias en contra de D. Marcelino, y a favor de los restantes opositores: D. José Canalejas y Méndez, D. Antonio Sánchez Moguel, y el Sr. Milego, profesor de Instituto.
¡Ay Dios, en qué despojos se convierte a veces la tan cacareada Justicia Social!
Con los acertados consejos de su amigo D. Aureliano Fernández─ Guerra, que le insistía en hablar pausadamente, para que el tribunal lo entiese sin posibilidad de error, D. Marcelino se dispuso a no hacer alarde de su erudición habitual, para evitar así el inconsistente reproche de quienes le calificaban, sin conocerle, de “erudito a la violeta”.
El autor de “Horacio en España”, no sólo venció, también convenció, dándose el caso único de que el numeroso público asistente al acto interrumpiera continuamente con sus aplausos tan magnífica y brillante oratoria.
Y a pesar de las triquiñuelas, y de tanto charrán suelto como anida en el Reino de Picardía, la propuesta del tribunal sería la de apoyar la candidatura de D. Marcelino por seis votos contra uno; mereciendo así el santanderino la cátedra que D. Amador de los Ríos había dejado vacante, por fallecimiento, en la Universidad Complutense.
***
Del “arte de birlibirloque” habría que hablar referido a las distintas artes, como música, literatura, pintura, diseño… y tantas otras actividades humanas donde en la formación de la mentalidad, y del gusto, tiene un papel muy importante la demagogia, la mercadotecnia, el trapicheo, los intereses comerciales, la moda más pasajera, el esnobismo, el mundo de las encuestas, y tantos otros ingredientes que hacen del público el objetivo principal de tanto circo, y de tan brillante y colorido alarde.
Y es que “dependemos tanto de la posesión y nos sentimos tan felices con cualquier señal de felicidad que incluso sentimos cierta complacencia cuando una fiebre nos visita regularmente”, como dice sin rodeos el intelectual judío Moritz Heimann.
Así de orgullosos y de absurdos, de tiernos y frágiles, de manipuladores y de manipulables, somos en todo tiempo las mujeres y los hombres.
Y para ello derrochamos una energía y un arte...