9 de junio de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Los años peñarriblenses del doctor Pedro Martínez
─ “POR LA CALLE HONDA/ UN HOMBRE EN SILENCIO/ VA OLIENDO UNA ROSA.”
A estas horas de la tarde, con el peso de la calor, no hay ni un alma en los bares; todo lo más un parroquiano de paso, un servidor, y el dueño de la cafetería que, atados a la ventana del éxito de un flamante televisor, dejamos que las refrescantes burbujas de una Coca Cola acaricien nuestro ego, al tiempo de aparcar la lectura de unas grises letras de molde en las que hoy anuncian los periódicos que “Sánchez y Díaz se centran en enfriar la proyección de Unidos Podemos”.
La fallera explosión de colores de la pantalla de plasma, la profundidad de la imagen, y el atractivo diseño en que se emplea la industria coreana, no son suficientes razones como para despertar a la gente de tan relajante sopor; y así es aunque el regidor y el director del programa se empeñen en destacar los renglones torcidos que es capaz de producir una mala baba, o una pesada digestión: la pregunta a debate entre los “colaboradores” se centrará para la ocasión en torno a si “se teme, se aprecia, o se respeta”, a una chismosa y ya arrugadita “colaboradora” que tiene el morbo de estar enclaustrada en una isla, y de emplearse a dentelladas con medio mundo, incluidos sus vecinos de hamaca, sus más íntimos, y hasta un histórico “ex”.
Respiro tranquilo porque la persona con la que he quedado citado no tenga ese sentimiento de tribu que da en apuñalar por la espalda a quien no piense lo mismo que él, o que pretenda redimirme reconvertido en amable pacifista, en burócrata de la pomada, e incluso en lacto─ vegano.
Nada he de temer pues del cuco que violó mil nidos, ni del “sorpasso” de una nueva coalición, ni de la trivialidad de un perfumista resentido, ni de la falta de decoro de quien pregona una falsa mercancía.
El bueno de Pedro Martínez llega hasta mí con esas rotundas brazadas que tanto distingue al hombre confiado del pájaro atildado y “sexy”, que da pasitos volanderos en su intento de ganar una posición de prestigio.
Desde hace casi cuatro décadas mi amable contertulio figura por méritos propios en la categoría de amigo, y de muy leal camarada en el juego de la amistad.
P.─ Cuántos años que nos conocemos. ¿Recuerdas?
R.─ ¡Por supuesto que sí! ¡Si parece que fue ayer! Fue uno de los primeros días de agosto del año 79 cuando por vez primera supe de tu familia, y de ti.
Al otro lado del teléfono estaba Encarna María, amiga y compañera de estudios de Merche. Me pidió encarecidamente que cuidara de tu padre, que se encontraba mal del corazón. Y, como a mí me interesó desde siempre aquella especialidad, sabes bien que así lo hice, y que no tuve inconvenientes en pasarme por tu casa para reconocer a tu progenitor, a quien recuerdo como un hombre alto, campechano, y muy parecido a ti.
Algo que no te había dicho antes es que ese mismo día me llamaron también para decirme que, al finalizar el año terminaba mi interinidad, y que tenía que marcharme del pueblo.
Pocos minutos después se rompía por la mitad el sillón de la consulta, dando con mis huesos en tierra. Curiosa casualidad…
P.─ Supongo que, de considerarte supersticioso, habría sido una mala premonición… Pero más gracia tuvo tu entrada triunfal en el pueblo…
R.- Aquello fue la visita de los chistes, o un simpatiquísimo paseíllo de comedias de los Hermanos Álvarez Quintero…
Después de unas sustituciones en Sevilla, y en el pueblo serrano de Alájar, en Huelva, me tocó la lotería de una doble interinidad en la ciudad cordobesa de Peñarroya─ Pueblonuevo.
Correspondía la plaza de Peñarroya a D. Rafael Canalejo, ganador del concurso “Un millón para el mejor”, e ingenioso y emprendedor alcalde de Belmez; la otra plaza era competencia de D. Antonio Pérez y Pérez.
Hasta allí llegaba yo, caballero en reluciente vehículo a motor, con el carné de conducir recién sacado, y con la compañía de mi progenitor que se dignó a acompañarme en un trance de tanta repercusión para mi futuro.
Y una vez que dejé a mi padre en la parada del autobús, lo primero que se me ocurrió para una primera toma de tierra fue entrar en el bar Marloy´s, y regalarme con la exquisitez de una taza de café.
Y apenas si cogí un sitio en la barra rápidamente me percaté de que el personal me miraba con cara de pocos amigos.
No conocía la noticia de que precisamente aquel día todo el pueblo estaba en huelga por el consabido tema de la minería, cuando alguien se me acercó, y haciendo gala de una descarada osadía me preguntó si yo andaba por allí en calidad de policía secreta.
Y aunque mi elegante y sintética gabardina nada tenía que ver con la pañosa de cuadros del enigmático Sherlok Holmes, pronto caí en la cuenta de que algo se cocía que, de una manera u otra, empañaba mi bien ganada reputación; con lo que me esmeré en explicarle a mi interlocutor la razón de mi estancia en aquel precioso pueblo.
Como si en una frase se compendiase todo el abracadabra del cuento rápidamente aquel individuo cogió confianza e intimó y, tras la pertinente presentación a la compañía, el recién estrenado amigo me llevó a trote ligero por las calles de la población para presentarme, locuaz y festivo, en la casa de un colega: el magnífico Pediatra D. Manuel Quintana.
P.─ Y después de tan detectivesca experiencia ¿Qué tal te fue con mis paisanos?
R.─ No te miento si te digo que mi estancia de tres años en tu pueblo fue realmente inolvidable.
Recuerdo que encontré hospedaje donde la Señora Lutgarda, en las últimas calles que conducen hacia el Peñón, y donde pude observar las secuelas que había dejado la guerra en forma de metralla, derramada sobre los hierros de las ventanas, sobre los muros de las casas, y sobre las más recia de las maderas.
Desde el punto de vista económico aquello me fue mejor de lo que habría podido imaginar. Fíjate bien que ganaba dos sueldos, amén de las “igualas”, que era una especie de seguro familiar por el que cada familia pagaba trescientas pesetas al mes.
Bien es verdad que trabajé como un bestia en las referidas plazas, con mis pacientes de las “igualas”, y con los enfermos de la Beneficencia, cuyos problemas atendía en el edificio que hacía las veces de Ayuntamiento, en Peñarroya; que el “pellizco” de la profesión fue un maravilloso extra que heredamos mi hermana y yo de mi padre, que fue un médico rural de aquilatada vocación.
P.─ Y sobre la cuestión social… ¿Qué conclusión sacaste de mi pueblo y de mi gente?
R.─ Ya me habrás oído repetir, por activa y por pasiva, que tu gente me pareció de una personalidad especialísima: generosa, amable de trato, bragada ante cualquier tipo de problema, de marcada rebeldía, y con esa forma de intimar que implica la lealtad y la buena camaradería.
Bien es verdad que te hablo de la gente llana del pueblo, que en los tiempos que corrían una cosa muy distinta era la clase dirigente, más acorde con las pautas que marcaba la política, en plena etapa de la Transición.
P.─ ¿Y de tus compañeros de profesión?
R.─ Si he de serte sincero el que mayor ascendiente tuvo hacia mí fue D. Francisco Bartolomé Padorno, un madrileño descendiente de gallegos, que gustaba de circular por el pueblo en una de esas enormes motos de gran cilindrada. Era un hombre muy liberal, un buen amigo, y un magnífico profesional, siempre dispuesto a hacer favores, e incluso a sustituirte en caso de necesidad.
Pero, fuera aparte de ideologías, que allá cada cual con la suya, lo que sí puedo decir es que allí reinaba un verdadero espíritu de hermandad, en que cada profesional podía contar con el apoyo, el conocimiento, y el buen hacer de los demás.
Y en tan noble idea uno de los que más se significó fue D. Eladio León Marcos, siempre atento a que hubiera una magnífica relación de grupo, y a que de ese buen clima se beneficiara el resto de la población.
Sus palabras siempre encontraron un magnífico eco entre nosotros, que nos solíamos reunir en el Llano. No en vano su padre, D. Antonio León y Castro, fue un excelente aglutinador de conciencias en aquellos tiempos históricos en los que ejerció de alcalde, y en que se fusionaron Peñarroya y Pueblonuevo del Terrible.
Los demás compañeros eran D. Manuel Quintana, y D. Manuel Soriano ─ pediatras─, D. José Bellón Castro, D. Antonio, D. Francisco Gómez, y D. Manuel Fraga, cubano, y Director del Centro de Salud.
Otro nombre de felicísimo recuerdo para mí fue el del D. Herminio Camacho, humanísimo practicante con cuyos hijos compartí una entrañable amistad.
Concretamente su hijo fue un magnífico dentista que, si la memoria no falla, se marchó a vivir a Sevilla. Después, y con mi traslado a Benamejí, perdimos la pista de ellos.
Otros compañeros de viaje fueron los practicantes Yáñez, que ejerció de alcalde, e Hilario Ruiz, de quien me has referido alguna vez que fue uno de tus condiscípulos en la Academia de Dª Felisa.
P.─ Recuerdo haber estado en tu casa, en la Calle Trinidad, en una de las pocas ocasiones en que volví por mi pueblo.
R.─ Tras casarme con Mercedes Serra, en enero del 79, aquella casita de escaleras empinadas se convirtió en nuestro hogar; desde allí teníamos la enorme suerte de ver cada día el Castillo de Belmez, en la distancia, y el cercano y coqueto parque de D. Eulogio Paz (más conocido por el popular nombre “de las Ranas”).
Los fines de semana Merche y yo solíamos salir a dar un paseo hasta el río; o bien a tomar unas tapas en la terraza del Bar Flores, junto con Paco Gómez, su esposa Remedios Chacón, y algún que otro amigo, como Francisco José Aute, cuyo nombre te sonará por sus artículos, y trabajos de investigación.
P.─ Curiosos datos que impregnan tu biografía de esos momentos que dedicaste a sobrevivir, a relacionarte con los demás, a crecer… Pero, una vez jubilado, ¿qué tiempo siguen ocupando en tu vida los demás?
R.─ Como sabes, para mí es muy importante la familia, a la que dedico mi tiempo en mil cosas insignificantes, y tan peregrinas como sacar a pasear a la perra, una especie de arca donde mi familia puso una gran inversión de cariño. Cultivo también la amistad, en los fines de semana. Asisto, con todo mi bagaje de galeno, a la Pastoral de la Salud. Salgo a pasear por las calles con amigos incapacitados, que ahora pasan por momentos difíciles. Defiendo la vida, y los valores sociales de manera altruista, y busco fuerza en la oración, y en la Virgen, que son Norte de mi vida, y que me ayudan a sobrevivir.
P.─ Y en este bello escenario que es la vida ¿qué concepto te merece la política como espectáculo?
R.─ Admiro a Felipe González, y reconozco el progreso que el socialismo ha propiciado en el seno de esta sociedad, a la que hizo mucho más igualitaria. Entiendo que la política no es norma o patrón que en todo momento venga como anillo al dedo a nuestros propios intereses; pero me perdonarás si te digo que los políticos, en general, son los fontaneros del capital; hombres de paja movidos por beneficios, a cuya oscuridad penetran por amplias puertas giratorias, a donde nunca tiene acceso el pueblo, que está asfixiado.
P.─ Y por último, ¿ qué consejo darías a quienes fiaron de ti como médico: que se hagan un buen chequeo, que tomen muchas vitaminas, que no se olviden de tomar la pastillita de siempre, o que apaguen la televisión, y no se tomen una sofoquina sin necesidad..?
R.─ Yo siempre les aconsejaría que hiciesen caso de su médico; que no se obsesionen con la enfermedad; que disfruten del entorno familiar; que practiquen el paseo, y el deporte; que se apunten a los viajes, y al baile; que cultiven la comunicación con sus vecinos; y que no duden en aportar al mundo su experiencia, que es cosa de gran valía.
Terminada la larga cháchara, y completado el último trago de una vieja y siempre renovada amistad, nos disponemos a salir de la confortable cafetería. En la calle el aire se ha vuelto más respirable.
En la ilusión soñolienta de los últimos calores observo que mi amigo camina por la vida a ritmo de pasodoble, dedicando a todo el que pasa un alegre guiño cómplice.
El doctor Pedro Martínez es un cordobés "de adopción" a quien el destino sumó a la causa; un paisano "de corazón" con quien tengo la suerte de hablar de "nuestro" pueblo, y de su gente.
─ “ PIEDRA. CORAZÓN / TERNURA DE HIERBA/ PISADA...
POR LA CALLE HONDA/ UN HOMBRE EN SILENCIO/ VA OLIENDO UNA ROSA.”