25 de mayo de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Cuestión de gustos
En mis años mozos conocí a un compañero de milicias que gustaba de asistir al espectáculo de la ópera, más que por la música en sí por el mero hecho de disfrutar de un ambiente exquisito.
Hasta tal punto su afición que no dudó en fabricarse una imprenta, y en falsear los recibos de una fingida academia de idiomas, para así obtener de su progenitor el dinero necesario para tan aristocrático “vicio”.
“Sobre gustos no hay disputa”, que dice un adagio latino; pero que no me pega que sea así cuando tanto difiere nuestra sensibilidad en todo aquello que concierne a la moda, la decoración, la música, la lectura, e incluso a las dispares opiniones políticas.
En “La distinción. Criterio y bases sociales del gusto”, el sociólogo francés Pierre Bourdieu se encarga de subrayar, mediante criterios estadísticos, los distintos estereotipos culturales de la sociedad francesa de la década de los años 70.
En palabras de Bourdieu, el gusto es la forma de diferenciarnos de los demás, y de perpetuar las diferencias de clase; hasta el punto que bastaría con que un trabajador ascendiera en su puesto de trabajo para que variasen sus aficiones, y para que pasase a asimilar los gustos de su nuevo estatus de directivo.
“Renovarse o morir”, que diría una de esa repetidas frases hechas.
─ Pues a mí, particularmente, no se me ocurriría volver a ver aquellas películas de Passolini, o de Ingmar Bergman, que tan profundas reflexiones provocaban entre los habituales al cine─ club, y de las que hoy en día pienso que no hay dios que las aguante sin un fuerte dolor de cabeza”─ me comenta el Sr. X.
Indudablemente en la historia personal de nuestros gustos ha habido notables cambios, como el que lleva a mi interlocutor a prescindir de aquello que en un tiempo le fue tan grato. Aunque sólo sea “de boquilla”.
En el corto espacio de tiempo en que conozco al Sr. X. me dio la impresión de ser uno de esos individuos “cool” a quienes su afán por saber un mucho de todo le llevó a ser el típico consumidor de alta cultura, tan autorizado para discutir de arte, como para largar de corrido un poema de Borges, destripar una de esas películas de culto, o plantear un oscuro teorema de Física sobre la barra del bar.
Experto en el arte de sazonar conocimientos muy minoritarios con una pizquita de todo, mi nuevo y reciente amigo es una antología de datos que, en no pocas ocasiones, te llevan a transitar desde la cultura popular a las novelas de El Coyote, desde los mil y un pasos de la rueda cubana a un detalle muy característico del Swing.
Como le pudiera suceder a cualquier individuo que aspire a subir en una escala de valores, e incluso tal vez de estamentos, pensé que era fácil advertir en mi amigo un cierto espíritu competidor y subversivo, al tiempo que narcisista.
Y si bien su particular sentido del gusto ya presuponía, según el referido manual, una cierta actitud excluyente hacia los demás, no me resultaba menos cierto que era fácil de apreciar en él un gracioso dominio de los distintos códigos culturales, y una buena predisposición para compartir lo que sabe, lo que le permitiría andar como pez en el agua entre personas de distinto sexo, edad, o condición.
Pero para no perderme en torpes divagaciones que a ningún final conducen, ayer mismo le confié a tan cercano individuo mis muy porfiadas conjeturas:
─ Desde pequeño ─ me dijo─ el mundo me pareció de una belleza tan extraordinaria e insondable, que lo único que se me ocurrió fue allegar datos de las más diversas procedencia para ver si, por mor del azar, se producía en mi cabeza alguna extraña asociación que me permitiera resolver tan extraordinarias preguntas.
A eso tan solamente se reduce mi saber: Mi cabeza es un desván donde acostumbro a acumular toda clase de cosas inservibles, que luego tú calificas como "de alta cultura".
Al contrario de quienes temen enseñar sus cartas al personal, para no mostrar que va desnudo, mi amigo es de esa clase de personas que no teme compartir mesa y mantel con individuos de otros gustos, ni que ello le suponga una sensible merma de su condición.
***
En tan solo unos días he apurado la lectura de toda una epopeya del pueblo argentino: la que refiere la vida y milagros del gaucho Martín Fierro:
─ Aquí me pongo a cantar / Al compás de la vigüela,
Que el hombre que lo desvela/ Una pena extraordinaria
Como la ave solitaria/ Con el cantar se consuela.
El lenguaje rústico de los cantos de payadores encuentra su mejor expresión en el tono coloquial del octosílabo castellano; la temática de la soledad, el tiempo, la eternidad y la noche, en estrofas de tono culto como las sextillas, las décimas, las redondillas, y las cuartetas; y la defensa del gaucho, o la violencia de que hacen gala el indio, y el “milico”, en la esquemática sobriedad de la pampa, y de las cuchillas:
─ No me hago al lao de la güeya/ Aunque vengan degollando,
Con los blandos yo soy blando/ Y soy duro con los duros,
Y ninguno en un apuro / Me ha visto andar titubeando.
Nací como nace el peje / En el fondo de la mar;
Naides me puede quitar / Aquello que Dios me dio
Lo que al mundo truje yo / Del mundo lo he de llevar.
Nada tan radicalmente distinto para el lector habitual de aquellas tan traídas y llevadas novelas del Oeste que forjó la imaginación de Marcial Lafuente Estefanía a partir de un viejo mapa de los Estados Unidos.
Las diferencias existen, en tanto que la obra de José Hernández es fiel reflejo de la personalidad de un país, de unos valores morales, y de un determinado gusto.
El gaucho Martín Fierro sigue la estela que ya señaló D. Antonio Lussich, en su obra “Los Tres Gauchos Orientales”, y en ella su autor José Hernández (Buenos Aires, 1834 ─ 1836), no sólo plasma su propia experiencia como gaucho, y las terribles incursiones de indios pampas a las que hizo frente; también critica las onerosas leyes del presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento, que permitían la leva de los gauchos, reclutados por la policía para luchar contra los indios, y tratados como malhechores cuando alguno de ellos se atrevía a disentir:
─ Viene el hombre ciego al mundo, / Cuartiándolo la esperanza,
Y a poco andar ya lo alcanzan / Las desgracias a empujones,
¡La pucha, que trae liciones / El tiempo con sus mudanzas! (…)
Yo he conocido esta tierra / En que el paisano vivía
Y su ranchito tenía / Y sus hijos y mujer...
Era una delicia el ver / Cómo pasaba sus días.
Como durante años de destierro el apaleado Martín Fierro no podía ni enviar un simple escrito a sus hijos, y a su mujer, éstos buscarán acomodo en otras haciendas, o bien conchabados de peones.
Y cuando Fierro aprovecha un pequeño resquicio para huir, para la sociedad pasará a ser un proscrito, y un temido delincuente.
Y se hará gaucho matrero, y dormirá su desconfianza al amparo de las estrellas, y llevará una vida de animal errante, oculto entre oscuros pajonales.
Y una noche en que la policía lo cerca, Fierro defiende su vida a golpes de faca. Y tan sólo la conciencia, y la humanidad del sargento Cruz, le permitirán huir de tan mortal encerrona:
─Tal vez en el corazón / Le tocó un Santo bendito
A un gaucho, que pegó el grito / Y dijo: ─ !Cruz no consiente
Que se cometa el delito De matar a un valiente!─
El muy celebrado episodio dará pie a Jorge Luis Borges para escribir uno de esos magistrales cuentos que pueblan las páginas de “El Alep”, y que lleva por título: "La biografía de Tadeo Isidoro Cruz".
─ Vamos suerte, vamos juntos / Dende que juntos nacimos;
Y ya que juntos vivimos / Sin podernos dividir...
Yo abriré con mi cuchillo/ El camino pa seguir.
Aqui no valen dotores, / Sólo vale la esperiencia;
Aquí verían su inocencia / Esos que todo lo saben,
Porque esto tiene otra llave / Y el gaucho tiene su cencia.
“El gaucho Martín Fierro” se publicó a finales de 1872; y “La vuelta de Martín Fierro” fue publicada en 1879, significando la definitiva consagración de una obra que, a la consideración de algunos se presenta como una de esas grandes epopeyas que responde al espíritu de un idioma; y que, al gusto de otros, no pasa de ser una obra plagada de solecismos, barbarismos, e incorrecciones, donde hasta la sextilla se presenta bajo una forma incorrecta ─ la denominada “hernandiana”─ sin antecedente alguno en la versificación española.
El sentido autobiográfico de esta obra, la reivindicación de lo popular, la crítica del poder, la problemática social planteada, el tono coloquial de las payadas, y la sencillez de sus recitativos, nos llevan a pensar en un tipo de manifestación musical muy poco valorada por la crítica, y por quienes nos mostramos incómodos con su radicalismo transgresor: nos referimos al rap, una música de recitados muy rítmicos, que los jóvenes han convertido en una expresión artística de carácter multicultural.
─ Yo no soy cantor letrao, / Mas si me pongo a cantar
No tengo cuándo acabar / Y me envejezco cantando:
Las coplas me van brotando / Como agua de manantial.
Con la guitarra en la mano / Ni las moscas se me arriman,
Naides me pone el pie encima,/ Y cuando el pecho se entona,
Hago gemir a la prima/ Y llorar a la bordona.