12 de mayo de 2016 | Joaquín Rayego
Olé por usted, Sr. Mohedano!
Cuando vuelvo de la Biblioteca Infanta Elena, harto de buscar ese libro que me enseñe lo que yo querría saber acerca de esa extraña enfermedad que tanta belleza afea, y que amarga la natural alegría de mi gente; cuando, empapado por la lluvia, me ahoga la tristeza por dentro con sólo saber que un familiar se nos marcha en estas fechas al extranjero, tan sólo por arañar un trocito de ilusión al negro carbón del futuro, me encuentro en mi buzón de correos con un “precioso” ejemplar impreso de "Infoguadiato".
Subo a casa con una renacida energía, y una vez en la soledad de un dos por uno, donde mi silla rodante, mi mesita, y mi viejo ordenador, me doy de bruces con un montón de noticias que, a modo de cafeína, me echan a volar en el humo sutil de la imaginación.
Me encanta todo lo que de bueno afecta a mi pueblo: los progresos de “La Maquinilla” en conseguir que nuestro patrimonio industrial sea declarado Bien de Interés Cultural; las fiestas andaluzas de del mes de mayo, y su concreción en esas primorosas cruces que han hecho mis paisanos; el Encuentro Peñarriblense, en Cataluña; las fotos de la Peña Andaluza de Vilvoorde, donde me quemo las cejas en un baldío intento de localizar a la familia; la simple mención de la Virgen de la Estrella, que tantos favores me regaló gracias a la intermediación de ese mágico “no─ creyente” que fue mi padre.
Pero es al llegar al artículo “Las peras del olmo”, donde se me escapa un “¡Olé por usted, Sr. Mohedano!”.
Ni conozco personalmente a mi paisano, ni tengo otra razón de él que sus magníficos escritos, aunque su apellido me suene en la boca de mi madre; pero sí me gustaría decirle que me sumo en espíritu a todo lo que dice, y que lástima que en este país siga estando tan de moda ese barroquismo inflado y huero, que da en decir perogrulladas ─ Pero Grullo, a la mano cerrada llamaba “puño”─ que ni el mismo que las dice las ha sabido digerir.
La lectura de este artículo me recuerda aquella anécdota referida por Mariano Cavia, en las páginas de “El Imparcial”, bajo el título de “Vitalidad manifiesta”.
Cuando a los postres de un banquete le preguntan a Otto von Bismarck por la nación que, a su parecer, tiene una mayor vitalidad, el estadista alemán dice que si nos atenemos a la época contemporánea el país más vital es España, pues ninguna otra nación habría podido sobrevivir a tantos quebrantos y convulsiones, a tantas guerras civiles y coloniales, a tantos gobiernos desastrosos, y a tantos problemas sociales.
Para el “Canciller de Hierro”, este enfermo incurable debía de tener siete vidas como los gatos.
Y, en tan difícil situación, todo lo que se les ocurría a nuestros políticos era repetirnos cien veces el cuento de la buena pipa; recurrir a las malas artes del birlibirloque; jugar a las cartas de la recomendación, y al caciquismo humillante; afanar sus ahorros a la clase media; y atacar esa “caja de pensiones” que ha resultado ser la familia.
─ “¿Y esta gente, qué querrá, que llama de madrugada?”
¿Qué nos tiremos de cabeza al río, como hizo el granadino Ángel Ganivet, desesperado de ver desangrado a su país?
¡Oh, ingenio de Quijote al que un grupo de chiquillos, que aún no estaban desasnados insultaban sin cesar!:
─ “¡Rosario! ¡Échales un cubo de mierda a esta gente..!”
Del artículo de Mohedano me gusta incluso el poema visual que ha escogido para ilustrarlo: es del amigo Antonio Monterroso.
¡Más madera, paisano!
Me pregunto si no habrá un buen gestor cultural que se encargue de distribuir los "regalitos" de la Diputación en algo menos volandero que la música del Sr. Chinarro; que no se vaya todo en poesías; que, puestos a pleitear, a todos apetecería un trocito de pastel de la asociación gremial de los “listos”, y de los “subvencionados”.
Recientemente, en el pueblo sevillano de Utrera, he podido comprobar que buenos gestores “haylos”.
El Sr. Alcalde de la citada localidad se ha puesto a ello; y sabedor de que el museo en la calle es otra buena fórmula cultural para atraer al turismo, ha solicitado la colaboración del escultor y académico Salvador García Rodríguez para que, gracias a su desinteresada colaboración, reputados escultores andaluces regalen el fruto de su trabajo al pueblo de los dulces “mostachones”.
En un futuro no muy lejano esa bella población recibirá a unos turistas entusiastas del arte, como otras localidades reciben a los aficionados a ver castillos, o a un turismo de amantes de las flores, o a jugadores de golf.
Y me pregunto, qué hace ahí parado mi paisano Monterroso, con tanto arte, y tantas inquietudes que lleva dentro. ¿No hay ningún interés en exprimirle como se exprime a un limón? ¡Qué derroche de energías! ¿Tan altos son sus emolumentos que no le permiten embellecer a su pueblo con uno de sus proyectos artísticos? ¿Y qué es de los del CPV, que no muestran su arte en la calle, como el que adorna la fachada del FNAC, en la sevillana Avenida de la Constitución?
Me encanta ver ese paseo marítimo de Torre del Mar con hermosos poemas enmarcados en bellas cerámicas; o en Arcos de la Frontera, enmarcados los poemas en las blancas paredes de sus casas; o en Leganés, haciendo pedagogía con los viejos y con los niños.
Y pienso que la “intrahistoria”, el sentido profundo, y la vitalidad de los pueblo, se nutre también de pequeños símbolos; que no todo va a ser la propaganda política, o las estilizada modelo anuncio de “El Corte Inglés”.
Me duele ese perro Terrible de flaco y penoso aspecto que preside el legendario parque de mi niñez; y me duele que se juegue con el futuro de mi gente, porque alguien sin espíritu de futuro es alguien incapaz de proyectar ilusiones, más dado al juego de los favores, al acertijo del "si", y el "no", y al desgobierno de la suerte, que a dejarse llevar por los “vientos del pueblo” de que hablaba Miguel Hernández:
─ Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón / y me aventan la garganta.
Soy un hijo del apasionamiento, consciente de que "meter la pata" es un deber que nos ganamos a pulso, y un derecho que nos regalan los años, la intención de ser útil a nuestros vecinos, y el innecesario apego a extraños intereses; y usted me va a perdonar si en algo herí sus sentimientos, pero me lleva en volandas el Sr. Mohedano cuando habla del integrismo de los que pretenden vendernos “que fuera de sus propias ideologías no hay salvación ni forma de sacar adelante el país, y es que lo de pensar es un bien escaso en España, casi protegido, diría”.
─ Los bueyes doblan la frente,/ impotentemente mansa,
Delante de los castigos: / los leones la levantan
Y al mismo tiempo castigan/ con sus clamorosas zarpas.
Y, como el mío no es “un pueblo de bueyes”, ni hemos nacido para el yugo, si en lo poco, o en lo mucho que uno vale, estuviese a la mano ayudar, cuente conmigo paisano.
Un abrazo, y hasta siempre.
P.D: Releyendo la poesía del poeta cordobés D. Antonio Fernández Grilo, me digo que cómo es posible que tan pobres antiguallas tengan su precioso rótulo en las calles en mi pueblo, y que no se haya acordado nadie de Elizabeth Pintado Sanjuán, y de esa gente extraordinaria que se da en cuerpo y alma para beneficio de todos. Esos sí que son ejemplos “locales”, dignos de que los conozcan de memoria nuestros hijos, de la misma manera que conocen la alineación de su equipo de preferido.