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10 de mayo de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez

El festín de Babette

El festín de Babette
"El festín de Babette" es un film dirigido por Gabriel Axel, sobre un relato de Isak Dinesen, que en su momento se hizo merecedor de un Oscar. Su argumento es como sigue:

En 1871, huyendo de las guerras que asolan su país, llega hasta una aldea de la península de Jutlandia una mujer parisina.

En medio de una lluvia pertinaz, y con una carta de recomendación de Achille Papin en la mano, Babette llama a la puerta de dos almas caritativas, buscando en ellas la seguridad que no encuentra en su país.

Philippa y Martina son hijas de un intransigente pastor luterano ─ “mi mano derecha y mi mano izquierda”─, y los pilares de una secta que el padre fundó, y de cuyas ideas participa un pequeño número de fieles.

Las dos hermanas solteras, y ya de avanzada edad, habían renunciado en sus años de juventud al amor del apuesto Lorens, en el primero de los casos; y a un brillante futuro de cantante de ópera, según le pronosticara el famoso tenor Achille Papin, en el otro.

Con la llegada de Babette la alegría, y la caridad han desembarcado en la aldea. De su gracioso desenfado en el arte de comprar se benefician las dos hermanas, que han notado un gran progreso en sus ahorros; y de sus primorosas manos de cocinera se nutren los tullidos y necesitados, que cada día la esperan, a la hora de comer, como quien se acerca a comulgar de las delicias de un cielo.

Las circunstancias, que en otro tiempo le fueron tan adversas, tras la muerte violenta de su marido y de sus hijos a manos del general Gallifet, vienen ahora visitar a Babette desde su querida tierra, en la forma de una carta donde se dice que ha resultado beneficiada con un jugoso premio de lotería.

Como agradecimiento a sus protectoras amigas, y coincidiendo con el aniversario de la muerte del fundador de la secta, Babette solicita de las hermanas la posibilidad de regalarles con una comida de la refinada cocina francesa.

En las fechas posteriores fechas a tan extraordinario consentimiento, comienzan a llegar a la aldea un sinfín de animales vivos (tortugas, codornices, etc…), de exóticas frutas, de extraños licores, de botellas de vino, y de una frágil y preciosa vajilla, que invitan a pensar que la austeridad es una mandamiento que Babette estaba dispuesta a saltarse a la torera.

Tras horribles y penosos sueños que proclaman el pecado de la carne, y tras numerosos cónclaves con sus correligionarios, de quienes las hermanas solicitan su perdón, aquellos buenos puritanos hacen firme su decisión de no gustar de las delicias del paladar, y de hacer frente a aquel terrible Pantagruel que los viene a visitar, para probar la firmeza de su fe.

Como acompañante de su estricta y rica tía, al evento ha sido también invitado el coronel Lorens quien, en la cima de la fama, ha llegado hasta allí para comprobar si había tomado la opción más apropiada al inclinarse por los dictados del corazón, o de la propia vanidad.

Aquella cena que Babette preparara con tan amoroso cálculo, y que resultó ser una especie de festín de los dioses, sería capaz de cambiar la estrecha mentalidad de los comensales, de despejar calladas rencillas, de ponerles a las puertas del paraíso, y de deshojar la ternura de un amor:

─ He estado con usted todos los días de mi vida. Dígame que lo sabe.

─ Sí, Lo sé.

─ También debe saber que estaré con Ud. todos los días que me sean concedidos. Todas las noches, me sentaré a cenar con usted. No con mi cuerpo, que eso no tiene importancia, sino con el alma. Porque esta noche he aprendido que en este hermoso mundo nuestro, todo es posible.

El final de la película nos revela que Babette había sido un prestigioso chef, cuyas “perdices en sarcófago” había degustado el coronel Lorens en el “Café Anglais”, recordándolas al instante de ser servidas en tan opulento festín:

─ El general (se refiere a Gallofet) me dijo que en el pasado se había batido en duelo por causa de una hermosa mujer. Pero que ya no había una mujer en París por la que derramaría su sangre excepto por esta cocinera. Tenía fama de ser el mayor genio culinario de su época. Lo que estamos comiendo ahora no es nada menos que "codornices en sarcófago.

Y la felicísima conclusión es que Babette, una vez dilapidados sus ahorros, continuará sirviendo a la causa de tan agradables amigas, sin dejar de ser la amable luz de un perdido paraíso en el que un buen día, y de improviso, adquirieron su verdadero sentido las palabras del pastor:

─ La misericordia y la verdad se han encontrado. La justicia y la dicha se besarán mutuamente. En nuestra humana debilidad, creemos que debemos elegir en esta vida. Y temblamos ante el riesgo que corremos. Conocemos el temor Pero no. Nuestra elección no importa nada. Llega un tiempo en el que se abren nuestros ojos. Y llegamos a comprender que la misericordia y la gracia son infinitas y lo único que debemos hacer es esperar con confianza y recibirla con gratitud. La misericordia y la gracia no ponen condiciones y dirá: Todo lo que hemos elegido nos ha sido concebido, y todo lo que rechazamos también nos lo es dado. Sí, incluso se nos devuelve aquello que rechazamos porque la misericordia y la verdad se han encontrado.

Y la justicia y la dicha se besarán.

***

En otros de estos artículos que escribo en “Infoguadiato”, que se van convirtiendo ya en una especie de testamento, creo recordar que traté de “un buen menú”, del pan de pueblo, de las excelencias del café, y del espíritu de tolerancia y de las muchas puertas que abre una copita de vino.

Unos día antes de regalarme con el festín de Babette, tuve la suerte de ver otro gran film relacionado con la gastronomía: “Un viaje de diez metros”, es la historia del encuentro de unos paladares delicados, hermanados en una cultura universal que va más allá de intransigencias, y del rechazo, de espíritus estrechos, y de los talibanes de cualquier forma de expresión del amor y de la cultura.

Y es que, como diría D. Ramón Gómez de la Serna, en quien se sabe “una conciencia que retiene algo de la conciencia de los demás”, cabe todo un paraíso. Como diría Novalis:

─ El mundo es el Macroantropos: hay un espíritu del mundo, lo mismo que existe un alma del mundo. El alma debe transformarse en espíritu; el cuerpo debe transformarse en mundo.

Y el mundo se incorporará al hombre a través de sus percepciones, de su inteligencia, de su imaginación, de sus propias creaciones míticas y artísticas, y de su particular forma de asimilar todo lo que le viene de fuera, ya sean las influencias magnéticas, o astrales, o nutritivas; y de participar, como sujeto y objeto a la vez, de ese interminable “reciclaje” de la energía.

A partir del siglo II, en tiempo de los emperadores Adriano y Trajano, mitad del S. II, nuestra alimentación se enriquece con productos ya conocidos en la actualidad, excepto los que son de procedencia americana.

El cuidado de la comida, los recetarios de cocina, y el alma de la improvisación, quedarán a partir de ya en las manos de refinados cocineros, que con el tiempo habrán de ser talentosos alquimistas, exploradores de la comida sideral, científicos del ázoe y del carbono, dietistas de las vitaminas y de las proteínas, conocedores de la teoría de la digestión, y benefactores de la psicología, como defiende el humorista Julio Camba en su libro “La casa de Lúculo”:

─ Toda comida debe dejarnos al final una satisfacción psicológica, y si no nos la deja es que le falta algo, por muchas vitaminas, albuminoides e hidrocarbonatos que contenga.

Y todo aquel progreso que nos legó el Mundo Antiguo, tanto en el tema de la higiene como en el de la alimentación, se perdió en aquella oscura nube que nos llegó de la Edad Media, y que con el olvido de antiguas costumbres, propició las grandes hambrunas.

Con los nuevos tiempos se ha intentado atajar la miseria, a cambio de ofrecernos una mala alimentación en los famosos “Burger”, y en esos alimentos contaminados procedentes de China, que ni los perros apetecen de comer, pues como diría el referido humorista gallego:

─ El ruso Pávlov ha hecho en este sentido experiencias interesantísimas sirviéndose de perros, y, a propósito, ¿creen ustedes que los perros sean tan amigos del hombre como se dice por ahí? Yo opino que son amigos de la cocina, y nada más. Los alimentos no condimentados les repugnan tanto como a nosotros, pero como ellos son incapaces de condimentarlos, hacen toda suerte de bajezas para que nosotros se los condimentemos. Andan en dos pies, saltan por un aro, nos lamen las manos, mueven la cola… Algunos hasta tiran de unos carritos, o guardan las propiedades, o se meten a policía. N hay duda alguna de que el hombre ha conquistado al perro sacándolo del estado salvaje y reduciéndolo a una condición de domesticidad, pero esta conquista se la debe única y exclusivamente a la cocina. La sumisión del perro es un triunfo del arte culinario y yo quiero consignarlo así antes de pasar adelante.
 

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