18 de abril de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Un lazo indisoluble
─ SE TIRÓ DE CABEZA AL MATRIMONIO, COMO QUIEN SE ECHA AL AGUA SIN HABER APRENDIDO A NADAR
No todo en la vida había de ser la pasión de Romeo y Julieta, ni el amor heroico de Frondoso y Laurencia; ni el brillo poético de los Esposos de “El Cantar de los Cantares”:
─ Mi amado es fresco y colorado, se distingue entre millares. Sus manos son anillos de oro, guarnecidos de piedras de Tarsis.
Ni siquiera el amor sencillo y cotidiano de Unamuno por su mujer ─ “Eres tú, Concha mía, mi costumbre”─, o el que de Charlie ─ protagonista del “Diario de un Don Nadie”, de George & Weedon Grossmith─ por Carrie:
─ Me has llamado preciosa y mientras lo sea a tus ojos soy feliz. Tú, mi querido Charlie, no eres apuesto, pero eres bueno, lo cual es mucho más elevado.
Le di un beso, y ella dijo: “Me pregunto si habrá baile. Llevo años sin bailar contigo”.
En “Amor de pez”, el escritor ruso Anton Chejov cuenta la triste historia de un pez que se enamora de Sonia Mamohkina, y que cada mañana, cuando la joven acude a darse un chapuzón, nada hacia ella para besar con ardor las piernas, el pecho, el cuello…
Como el pequeño carasio nada tenga que ver con el dios Júpiter, que disfrazado de cisne se lanza a enamorar a Leda, la imposibilidad de consumar su unión con la amada le lleva a plantearse el suicidio.
Un buen día en que la joven se acerca a la orilla a pescar, el enamorado nauta parte raudo hacia el anzuelo, y cuando ella tira de la caña se le lleva la boca de un fuerte golpe.
Y otro día en que Iván, el joven poeta, acudía hasta allí para bañarse el ciprínido le besa, transmitiéndole su pesimismo.
Y desde entonces los poetas sólo escriben versos tristes y melancólicos.
Tan desafortunada como la historia del pez es la historia del autor de tan breve relato, un hombre que disecó la realidad con el bisturí de su pluma, y que planteó lo que de absurdo tiene la condición humana.
Como le ocurriera al pez, el matrimonio de Chejov con la actriz Olga Kniper, del teatro de Stanislavsky, de Moscú, se vio frustrado por la incapacidad del escritor de vivir junto a ella, a causa de que el frío moscovita habría resultado fatal para su tuberculosis.
Para Honoré de Balzac, autor de “Fisiología del matrimonio”, y de “Pére Goriot”, drama de la ingratitud filial, su pobre concepto de la familia y del matrimonio es solo una consecuencia directa del abandono que sufrió por parte de su madre, Laure Sallambier, casada a los diecinueve años con un hombre treinta y dos años mayor que ella. Y es que, como dice la copla:
─ No te cases con viejo/ Por la moneda. / La moneda se gasta/ Y el viejo queda.
En otras ocasiones es la millonaria esposa el objeto de la codicia, y víctima de un malvado, capaz de internarla en un manicomio sin haber mostrado ni un solo síntoma de locura. Como hiciera el poeta T.S. Elliot con su desafortunada mujer.
En las relaciones de pareja son muchas las anormalidades que la literatura denuncia.
Así lo demuestra el relato de Guy de Maupassant que lleva por título “Una vida”, editado en el año 1883.
La salida de un internado a la tierna edad de diecisiete años, el regreso a la casa de sus padres, en Normandía, y el posterior casamiento con un vizconde, no supondrá para la jovencísima y piadosa Jeanne Le Perthuis de Vaud la felicidad que todo el mundo pretende; antes bien, será el punto de partida hacia la resignación, y el conformismo en soportar las rarezas, la dureza de alma, la avaricia y la infidelidad de su marido; amén de las convenciones sociales─ basadas en el dinero, en los títulos, y en el poder─, y los cambios de fortuna sobrevenidos: la muerte de sus padres, un aborto, los sufrimientos provocados por un hijo ladrón, la soledad, y la pobreza.
En “La Regenta” (1884), obra maestra del ovetense Leopoldo Alas, “Clarín”, Frigilis plantea “científicamente” el matrimonio de Ana Ozores ─ huérfana de madre, apartada de un padre descreído, y educada por unas tías muy rígidas─ con Quintanar, el Regente de la Audiencia, que había de significar el apoyo paternal y la seguridad económica para la joven.
En Ana se hace presente un sentimiento de culpa, a causa un incidente infantil que la llevó a pasar una noche con un muchacho; y es un espíritu delicado y sensible, junto a su gran insatisfacción personal, los que le llevan a ponerse a tiro del canónigo Fermín de Pas, del seductor Álvaro Mesia, y de la ciudad de Vetusta que, como aves de rapiña, están atentos a la caída de la presa.
En “Fortunata y Jacinta”, obra editada en 1886, es Pérez Galdós quien plantea una realidad de época: el triángulo amoroso conformado por la esposa, la amante, y el tarambana de Juanito Santa Cruz.
En “Los pazos de Ulloa”, esa España negra viene representada por D. Pedro Moscoso, marqués ilegítimo del lugar, que da riendas sueltas a su sexualidad con su criada Sabel, de la que tendrá un hijo: Perucho. Cuando más tarde casa con Nucha, para dar una mejor apariencia de normalidad a su vida, el matrimonio tiene una hija, ante el desconcierto del marqués. D. Pedro reanuda sus amores con Sabel, y a la muerte de su esposa legítima será Perucho quien esté llamado a ser su heredero.
Para el ruso León Tolstoi, situaciones de este calibre son la ejemplificación de la idea de que el matrimonio es tan solo violencia y falsedad, como plantea en su libro “La sonata a Kreutzer”:
─ Pero, con todo eso, ¿cómo vivir con un hombre cuando no hay amor? ─ continuaba la señora, apresurándose a emitir opiniones que debían parecerle muy nuevas.
─ Antes no se hacían semejantes distinciones ─replicó el viejo en tono grave─; ahora es cuando ha entrado eso en las costumbres. En seguida que ocurre la cosa más pequeña, dice la mujer: "Ahí te quedas; yo me voy de esta casa". Hasta entre los aldeanos se ha impuesto la moda: "Toma ─dice ella─, aquí tienes tus camisas y tus calzones; ¡yo me voy con Vanka, que tiene el pelo más rizado que tú!" ¡Vaya usted a entenderse con ésas! Y, sin embargo, lo primero para toda mujer debe ser el temor.
El viajante nos miró al abogado, a la señora y a mí, reprimiendo una sonrisa, y dispuesto a burlarse de las palabras del comerciante o a aprobarlas, según la actitud de los demás.
─ ¿Qué temor? ─ preguntó la señora.
─ ¿Qué temor? ¡El temor del marido! ¡Ése!
─ Eso, señor mío, se acabó.
─ No, señora; eso no puede acabar. Eva, la mujer, fue creada de una costilla del hombre, y no será otra cosa hasta el fin del mundo ─ dijo el viejo, meneando la cabeza tan severamente y con tales aires de triunfo, que el viajante, creyendo decidida en su favor la victoria, soltó el trapo a reír. ─Sí, eso piensan ustedes los hombres ─replicó la señora, sin darse por vencida, y volviéndose hacía nosotros─. Ustedes se han reservado la libertad para su uso; en cuanto a la mujer, quieren encerrarla en el serrallo. A ustedes les es permitido todo, ¿verdad?
─ Nada de eso; lo que hay es que si el hombre anda en malos pasos fuera de su casa, por eso no se aumenta la familia; pero la mujer, la esposa, es un vaso frágil ─continuó el comerciante con la misma severidad.
Su tono autoritario subyugaba evidentemente al auditorio. La misma señora se veía derrotada, aunque no se rendía.
─ Sí; pero usted admitirá, supongo, que la mujer es un ser humano y tiene sentimientos, como el hombre. ¿Qué debe hacer si no quiere a su marido?
─ ¡Si no lo quiere! ─ repitió el viejo frunciendo el ceño─, ¡Pues no faltaba más! ¡Se la obliga a quererlo!
…
Fechado en Madrid, en 1880, “La Ilustración Española y Americana” nº XII, pág. 103, publica un artículo que titula: “Rumor del proyecto de ley sobre el divorcio”:
─ Otra notoriedad de nuestros días, por lo mucho que de él se ocupan la opinión y la prensa de todos los países, es Mr. Alfred Naquet, miembro de la Cámara francesa de diputados, y autor de la célebre proposición pidiendo que se decrete el establecimiento legal del divorcio en el territorio de la República francesa y sus colonias. No nos toca hablar de la gravísima reforma que Mr. Naquet trata de introducir en la legislación de su país, y cuya trascendencia bastaría para cambiar radicalmente el modo de ser de una Sociedad. Por otra parte, desde Jesucristo y los Padres de la Iglesia, que en los antiguos tiempos establecieron la indisolubilidad del matrimonio, hasta el Pontífice León XIII, que hace poco la ha afirmado nuevamente, y todos los grandes pensadores de la cristiandad han establecido su opinión contraria a la que sostiene Mr. Naquet en frecuentes conferencias que excitan en alto grado la curiosidad del público parisiense, ávido siempre de emociones.
Respecto a la personalidad de Mr. Alfred Naquet, diremos que goza de una merecida reputación en el mundo científico como sobresaliente químico, antiguo profesor de la Academia de Medicina do París, y autor de varias obras profesionales. En este mismo periódico ha escrito Mr. Naquet varios artículos notables sobre la extracción, del yodo del fosfato de calcio, la metamorfosis de la langosta de mar, el proyecto de túnel submarino entre Francia e Inglaterra, la catástrofe del globo “Zénit”, la philloxera vestatrix, los colores del alquitrán, y otra porción de asuntos del orden científico. (Véase nuestra colección del año de 1875). En la pág. 205 publicamos el retrato de Mr. Naquet, cuya proposición sobre el divorcio ha tenido recientemente un eco en la Cámara italiana, también con contrario éxito.
Y haciéndose eco del comentario, el ursaonense D. Francisco Rodríguez Marín no tardará en sacar a luz un delicioso cuentecillo que lleva por título “Mr. Naquet antes que Mr. Naquet”, que reproducimos aquí, y que junto a otros ochenta y seis cuentos, exhumados de libros, periódicos y revistas, está recogido en una edición inédita aún, con prólogo y anotaciones de un servidor, que lleva por título: “Cuentos Completos de D. Francisco Rodríguez Marín”.
…
Y luego que firmó aquel largo escrito y anotó en la hoja correspondiente de su libreta de honorarios: “Alegato de bien probado, nueve pliegos, ciento ochenta reales” ─que tal era la baratura de los letrados de antaño ─, don Domingo de Silos Estrada, abogado, anticuario y labrador de Osuna, se fue a almorzar al amor de la lumbre, junto a la chimenea de campana. Quedaron en el estudio un procurador mixto en escribiente y un escribiente que iba para procurador: la piel del diablo en dos trozos.
Momentos después, como trasquilado por iglesia, colóse en el despacho un jareño: para que lo entendáis mejor, un vecino de la aldea de Martín de la Jara ; preguntó por er señó on Domingo y se sentó a esperarle. Y cogiendo el Procurador la Gaceta de Madrid llegada por el último correo, hizo como que leía para sí unos momentos y entabló con el Escribiente este diálogo:
─ ¿Has leído en la Gaceta la nueva ley sobre el divorcio?
─ Así..., por encima. ¿Qué dispone?
─ ¡Una barbaridad! ¡Esta gente, por lo visto, no respeta nada! ¡Mira que meterse a enmendarle la plana a la Santa Madre Iglesia, que siempre dijo que el matrimonio es indisoluble!... Pues nada: ahora, por quita allá esas pajas, echa el marido por un lado y la mujer por otro, y ¡como si tal sacramento no hubiera existido!
─ Y con los hijos, ¿qué se ha de hacer?
─ Verás, hombre, verás. Voy a leerte la ley, que es muy corta. ¡Para que te espantes del atrevimiento de estos hombres de la gloriosa!
El Jareño era todo oídos.
─ Dejo atrás el preámbulo, y vamos a lo principal:
“Artículo Iº. Todos los españoles que no se lleven bien con sus mujeres, porque éstas sean holgazanas, o respondonas, o callejeras, o demasiadamente beatas, o alguna otra cosa peor, podrán descasarse desde el día de la publicación de esta ley.
“Art. 2º. El que por alguno de los motivos expuestos se quiera descasar, acudirá ante el párroco por medio de instancia en que los alegue, y, practicada información testifical, si resultaren comprobados, éste decretará la separación de los cónyuges, que se llevará a efecto sin ulterior recurso.
“Art. 3º. También se procederá a la separación de los bienes, entendiéndose que pertenecen al marido todos los que se hayan adquirido por compra o permuta durante el matrimonio.
“Art. 4º. En cuanto a los hijos, los varones se irán con sus padres y las hembras con sus madres. Sin embargo, quedarán con ellas los varones menores de cinco años, hasta que cumplan esta edad.
“Art. 5º. Los descasados podrán buscar mujeres más de su gusto y contraer nuevo matrimonio; pero en tal caso no podrán volver a utilizar los beneficios de esta ley, porque quien sale del purgatorio y por su gusto vuelve a entrar en él, no merece protección ninguna.”
En esto, oyóse la tosecilla de don Domingo, que volvía. Consultóle el Jareño sobre una cuestión de lindes, dejó sobre la mesa la consabida y tradicional peseta en plata y fuese a la posada para pagar el ataero y emprender, cabalgando en su burro, la vuelta hacia la aldea.
Llegó a su casa a la caída de la tarde, y, al apearse del borrico, preguntó a su costilla:
─ ¿Qué has jecho e comé?
─ ¿Qué quiés que haiga jecho? ─le respondió ella con desagrado ─. Lo e siempre: la reberenda oya .
─ Mia que te aprebengo ─ dijo él ─ que er biento se ha cambiao: que ya hay una ley nueba pa esapartarse, y más pronto que er desirlo me boy an cá er Cura, y ya estás piyando er tole.
La mujer del jareño de las lindes no chistó. Tendió sobre la mesa un mantelillo, puso en medio un plato barreño , acudieron los muchachos, que estaban jugando a la tángana en la plazuela, y todos comieron en paz y en gracia de Dios la proverbial olla de tres vuelcos .
Media hora después, en la tabernilla de la esquina explicoteaba nuestro hombre ante un numeroso concurso de bebensales ─ que comensales digo yo que no se podrá llamar a los que se ocupan, no en comer, sino en beber, ─ y éstos escuchaban absortos el relato del recién llegado de Osuna, y comentaban a su talante la justa y beneficiosa ley que permitía que se esapartaran los matrimonios mal abeníos. La noticia se propagó rápidamente por todo el pueblo, y aquella noche hubo sanfrancia y grímpola en la mitad de las casas: entretenidos en remojar la fausta ley, fueron muchos los hombres que llegaron a ellas tarde y con daño.
Pero todo aquello era tortas y pan pintado. ¡A la mañana siguiente sí que fue ella! La casa del Cura era un jubileo. A pares iban acudiendo los hombres para descasarse, y a pares acudían las mujeres en solicitud de que no se hiciera tamaña picardía. Y ¡qué diálogos más pintorescos!
─ ¡Han tocao a escasar y bengo a ajogarme en la buya!
─ Señón Cura, aquí están mis testigos.
─ ¿Aónde ba usté, cristiano? Yo estoy primero; que he yegao al arboreá .
Y entretanto las mujeres gritaban:
─ Señón Cura, no jaga usté caso de este piyo, que me quié ejá plantá con los sinco muchachos que tenemos.
─ Pero, ¿qué confiscá ley es ésta?
─ ¡So charrán , anda pa er trabajo, que es donde tú estás jasiendo farta!
......
Al fin el Cura logró enterarse de qué se trataba, y por más que decía a voz en cuello: “¡Eso es un disparate! ¡No puede haber tal ley! ¡El matrimonio es indisoluble!”, ¡que si quieres! no le hacían caso, y le respondían:
─ ¡Ya berá usté si es insalubre!
─ ¡Esa ley se ha leío en cá e on Domingo Estrá!
─ ¡Arrepase usté por la bista los papeles e Madrí!
Y el bueno del Cura hojeaba los últimos números del Boletín Eclesiástico, y seguía la gresca, y llevaba trazas de no terminar en todo el día.
─ Mande usté un propio a Osuna con una carta ─ dijo uno
─ Eso será lo mejor ─ repuso el Cura.
Y escribió.
La respuesta fue un chorro de agua fría para los que intentaban descasarse:
“Señor Cura párroco de Martín de la Jara.
“Muy señor mío: No hay tal ley del divorcio, y bien ha entendido usted que no podía haberla. Lo que sí hay son dos tunantes que la han inventado, y hasta la han leído en mi casa, a presencia de un vecino de este pueblo. Vea usted cómo arregla a esa docena de casados, y yo veré cómo arreglo a este par de mozos.
“Suyo afectísimo amigo y s., q. b. s. m.,
DOMINGO DE SILOS ESTRADA.”
……
Cuatro meses después, al echar la quinta cigarrá del día una cuadrilla de segadores, trabaron conversación sobre el trimurto que acabo de referir y decía uno, con la aquiescencia de todos los que le escuchaban:
─ ¡Aqueyos que alebantaron la ley pa esapartarse no eran ranas! A móo que era mesté arrempujayos pa deputaos, pa que ayí en Madrí jincaran la cabesa jasta que esa ley saliera alante.