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8 de abril de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Las dos orillas

─ “ENTRE MI SANGRE Y EL LLANTO/ HAY UN PUENTE MUY PEQUEÑO, / Y POR ÉL NO PASA NADA, / LO QUE PASA ES QUE TE QUIERO”

Las dos orillas
Y uno de esos días luminosos en los que cruzaba el puente paladeando los versos de un poeta preferido, el paseante sintió la inspiración de una brisilla marinera que bajaba desde Sanlúcar, y que le animó a soñar una canción, frágil amuleto que resume todos los nortes de un sur:

─ En tus ojos me columpio, / El agua se va en la cal.
El Guadalquivir me esconde / Tus puñalitos de sal.
Ay de tus ojillos, niña, / Suspiritos de romero.

Sin más pretensiones que las de tender un hilo de seda, o un sutil alambre entre dos orillas ─ la de la pena y la alegría, la de la esperanza y la frustración, la de la realidad y el deseo…─ el andaluz viste su copla en un desenfadado ritmo de cuartetas, y seguidillas.
Como ya advirtiera Machado Álvarez en el “Post Scriptum” a los “Cantos populares españoles” de D. Francisco Rodríguez Marín:
─ No son motivos puramente literarios y estéticos los que nos mueven a este género de estudios, sino que en él hallan objeto de interesantísimas investigaciones tanto el literato como el psicólogo, tanto el estético como el historiador, tanto el filólogo como el que aspira a conocer la biología y desenvolvimiento de la civilización y del espíritu humano.

En “El alma de Andalucía en sus mejores coplas” habla Rodríguez Marín de una de esas expresiones poéticas tan nuestras: la de las seguidillas, de sus remotos orígenes, de su estructura, que el folclorista adivina en una glosa de Juan Álvarez Gato, y en las coplas que Cervantes escribía con el nombre de seguidillas y coplas de seguida, indistintamente, consistentes en cuatro versos de siete y cinco sílabas alternativamente, en que los versos pares suelen ir asonantados o aconsonantados.
Con posterioridad a estas coplas surgiría el estribillo, una copla independiente que unida a la primera perdería su primer verso, repetición del primero del cantar anterior.
En este delicado punto el polígrafo andaluz corrige la opinión del francés Foulché-Delbosc, para quien el estribillo de la seguidilla data de la segunda mitad del siglo XVIII, y lo documenta en el siglo XVII, en el cantar de un arriero del acto segundo de “Las paredes oyen” (1622), obra del dramaturgo Ruiz de Alarcón.
Y es precisamente en ese estribillo, y en el añadido léxico de los “metidillos”, en los que la seguidilla adquiere su alegre ritmo por sevillanas:

─ De tu calle a la mía, ¡miau, miau!/ Soy el sereno
No te digo la hora, ¡miau, miau!/ Porque no quiero.
Que si quisiera, / Las horas y los minutos/ Yo te los diera.

─ Taconeaste, mi arma, / Taconeaste.
Pasaste por mi puerta. / Taconeaste.
Viendo que estaba sola/ Por qué no entraste.
Yo qué sabía / Si tú estabas solita, / O con tu tía.

─ Por el puente Triana, ¡uy!/ Pasa la reina
No llevaba corona, / Llevaba peina.
También llevaba / Un mantón de Manila, / Que le arrastraba.
Por el puente Triana, ¡uy!/ Pasa una rata
Recogiendo colillas, ¡uy!/ En una lata.
Pasa un ratón, / Recogiendo colillas/ En un latón.

Expresivos “metidillos” los del “¡uy”, el “mi arma”, el “miau”, el “timbilín”, el “¡Ven acá, primo, y siéntate aquí”, el “ole, salerito y ole”, el “olé ahí, ese tío que va ahí”, o el que introduce una simple repetición silábica como aquélla de “amari- viri- virillo el oro, / blanca la plata.”

Ya en los mosaicos romanos luce la grácil figura de las bayaderas andaluzas, acompañándose de crótalos, o de palillos.
Y entre las variantes de las cancioncillas populares con las que nuestras abuelas inspiraron, con su parla mozárabe, la culta poesía de los poetas árabes las hay también con la estructura de una seguidilla.
Y luego después, en el siglo XVI, con motivo de la boda de nuestro César con Isabel de Portugal en la Granada imperial, y a su paso por la ciudad hispalense, la seguidilla tendrá un especial florecimiento, como acompañante de tan felicísima celebración:

─ Río de Sevilla, / ¡cuán bien pareces,
con galeras blancas/ y ramos verdes!

─ Barcos enramados/ van a Triana,
el primero de todos/ me lleva el alma.

─ Río de Sevilla, / ¡quién te pasase
sin que la mi servilla/ se me mojase!

Y ya en el siglo XIX, cuando en la ciudad se estrena Il barbiere di Siviglia, de Rossini, los curiosos viajeros que por Andalucía pasan documentan nuestras costumbres; y nuestros Fernán Caballero, Estébanez Calderón, y otros tantos escritores y artistas locales pintan el colorido ambiente de los corrales de vecinos, lugar ideal de encuentro donde el pueblo comparte su pobreza, y el ideal que encierra la letra de una canción.
Los viejos tratadistas hablan de hasta veinticuatro variedades de cantes y de bailes por sevillanas.
Ya por entonces, a su paso por Sevilla, un puente de barcas vertebraba la ciudad en dos partes: de una parte está Triana, el islote de las dos cavas: la de los gitanos, y la de los civiles, la patria de la soleá, de la fragua y de los alfares. La Sevilla marinera.
Y de la otra orilla el Arenal y El Baratillo, donde los niños juegan al toro, imitando las faena de sus héroes: los Joselito, Belmonte, Chicuelo, Espartero, Lagartijo, Pepe Luis Vázquez, y Curro Romero.
Y entre la capillita de la Señá Sant´Ana, y la Fábrica de Tabacos, ese alegre ir y venir de mujeres que con relucientes y almidonados trajes, envueltas en floridos mantones, acudían tan resueltas y tan pimpantes a su trabajo diario.
Hoy en día “ya no pasan cigarreras por la calle San Fernando”, que decía Paco Palacios “El Pali”, ni se necesita un Gonzalo Bilbao que las pinte; pero en una sociedad tan vital y tan femenina como ésta, que se mira cada día en los espejos de su río, las cigarreras de Triana seguirán siendo el vivo retrato en que cualquier Romero de Torres que se precie ponga una pizca de sal a ese “Campo de la Verdad” que es la vida.

─ Al pasar por el puente/ Le di tres voces
Manolo de mi arma/ ¿No me conoces?
Yo soy aquella/ A quien robaste el alma./ Vengo a por ella.

─ A la bajá del puente/ Del Altozano,
Se enamoró mi niña/ De un sevillano.
Pintor de loza, / Que pinta palanganas/ Color de rosa.

─ Camino de Cartuja, / Camino llano
Se enamoró mi niña/ De un cartujano.
Y a la revuelta, / Se enamoró mi niña/ de Patatuerta.

─ Arenal de Sevilla, / Torre del Oro
Donde los sevillanos/ Juegan al toro.
Y al estribillo: / Qué bonita es la arena/ Del Baratillo.

─ La torre más bonita/ Que tiene España
Es la torre moruna/ De la Giralda.
¡Olé Sevilla / Que le ha caío en suerte/ tal maravilla!
Desde la Giraldilla/ se ven los toros,
Y los toreros, madre/ De plata y oro.
¡Olé, salero/ Sevilla es lo más grande/ Del mundo entero!

─ La Giralda y la luna/ Dicen a coro:
Como tú no hay ninguna, / Torre del Oro.
¡Qué señorío!/ Te pusieron los moros/ Mirando al río!

─ Joselito y Belmonte/ Van a porfía
Que quién lleva la novia/ Mejor vestía
Gallito gana, / Porque lleva a la novia/ vestía de grana.
Belmonte pierde, / Porque lleva a la novia/ Vestía de verde.

─ Quisiera ser purillo/ Para tu boca,
Cuando te veo en la puerta/ Me vuelvo loca.
Soy cigarrera/ De la calle Castilla, / La trianera.

─ Llevan las cigarreras/ En la mantilla
Un letrero que dice: / ¡Viva Sevilla!
Y en los zapatos, / Un letrero que dice:/ ¡Viva el tabaco!

─ Fábrica de Tabaco / De mi Sevilla
Donde pego, pegando, / Las cajetillas.
Y la mañana/ Me la paso cantando/ Mis sevillanas.

─ La Fábrica er Tabaco, / Si fuera mía
Le pondría cañones/ De artillería.
Como no es mía, / No le pongo cañones/ De artillería.

─ A la vera, verita/ Vera del río,
Yo te dije una noche / ¡Cariño mío!
Pero, entre tanto, / Te fuiste y me dejaste/ Pa´vestir santos.

─ Tírate a la mar serena, / Que yo te recibiré
Con la punta de mi espada, / Pero no te mataré.
Porque yo te quiero más/ Que un dolor a media noche
Con la botica cerrá, / Y el boticario dormío/ Sin quererse levantá.

─ Al son de mi guitarra, timbilín, / Me estoy durmiendo,
Guitarrero del alma, timbilín, / Quítame el sueño.
Agarra una sillita, / Siéntate enfrente
Aunque no seas mi novio/ Me gusta verte.

─ Colorás son las guindas/ Verde el guindero
Y azules son los ojos/ De quien yo quiero.
Azul, azules, / Como el color del cielo/ Cuando no hay nubes.

─ El clavel que me diste/ Lo tiré al pozo
Yo no quiero claveles/ De ningún mozo.
Ay, que me pesa/ El tiempo que lo tuve/ En la cabeza.

─ Tiene una cinturita, ¿lo ves?, / Que me parece
El clavel en la maceta/ Cuando se mece.
Quién fuera viento/ Para estarte meciendo/ Cada momento.

─ Es tu cintura, mimbre, / Que se mimbrea
Y tus labios corales, / Que colorean.
¡Anda con ella!/ ¡Que te la vas llevando!/ ¡Que te la llevas!

─ En tu patio una lila. / Qué lila eres.
No me das un ramito, / Porque no quieres.
Que si quisieras, / Un ramito de lilas/ Tú me lo dieras.

─ De la zarzaparrilla/ Corté un ramito
Me lo puse en el pecho, / Para Antoñito.
Antonio, Antonio, / No le digas a nadie/ Que eres mi novio.

─ Desempiedra tu calle, / Y échale arena
Y verás las pisadas / Que doy, morena.
Arena fuerte, / Y verás las pisadas/ Que doy por verte.

Y yo le digo, padre, / Si usté la viera…
Es tan bonita, / Que sólo con mirarla/ Las penas quita.

─ Una taza sin asa/ Me dio mi suegra,
Cada vez que reñimos/ Manda a por ella.
Y la pobre taza/ Siempre está en el camino, / Pero sin asa.

─ En la pila de Roma/ Metí la mano,
Y saqué los papeles / De un primo hermano.
¡Ay, qué alegría! / Que saqué los papeles/ Que yo quería.

─ Me casé con un enano, salerito, / Por jartarme de reír / ¡Ole ahí, ese tío que va ahí!
Por jartarme de reír/ Le puse la cama en alto/ ¡Olé, salerito, y ole!
Le puse la cama en alto, salerito, / Y no se podía subir.
Eso sí que gue de veras / Que al bajarse de la cama/ ¡Olé, salerito, y ole!
Que al bajarse de la cama, salerito, / Se cayó en la escupidera.
 

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