15 de febrero de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez
La puta necesidad
Acabo de leer un libro que a pesar de haber sido publicado hace ya la friolera de quince años conserva aún la frescura de todo lo que es actual.
Escrito por la ex corresponsal de guerra Isabel Pisano, “Yo puta” debiera figurar no sólo como manual de consulta en cualquiera de las Consejerías de Igualdad y Políticas Sociales, sino también como libro de cabecera de quienes piensen hacer carrera en las diversas ramas de la Política, la Oratoria, la Economía, la Antropología, o la Venta de Seguros.
Porque si alguna conclusión saca el lector de las declaradas razones de rameras y prostitutos es que la necesidad y el miedo son los mejores procedimientos para echar a la gente a la calle, o para evacuar esfínteres, incluidos los de reyes, ilustres, mercaderes de la Cueva de Zaratustra, y prestigiosos titiriteros.
Por necesidad y por amor a la farándula y al circo dejó de lado D. Paco su compromiso con las letras para convertirse en ágil y volatinero Ministro de la Gobernación.
Y únicamente por necesidad, y contra su propio criterio moral, “el primer poeta de España”, el bohemio Max Estrella, aceptó la dádiva de su “tripudo, repintado, mantecoso” y melodramático amigo: un sueldo mensual sacado del “fondo de reptiles” que significaría la supervivencia de su familia, y la constatación de que la honradez y la dignidad son trapos de fregona que sólo se usan para dar una mera apariencia de brillo a los suelos:
─Conste que he venido a pedir un desagravio para mi dignidad, y un castigo para unos canallas. Conste que no alcanzo ninguna de las dos cosas, y que me das dinero, y que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo sin haber tocado alguna vez el fondo de los Reptiles. ¡Me he ganado los brazos de Su Excelencia!
Estremecedoras palabras las del alter ego de Alejandro Sawa, el poeta sevillano al que la sociedad de su tiempo, el miedo al hambre, la indigencia en que vivía la familia, su ceguera, y la puta necesidad, abocaron al suicidio.
…
El día 16 de julio de 1936, con motivo de la festividad de la Virgen del Carmen, y dos días antes del Alzamiento Nacional, otro sevillano y bohemio, el finísimo poeta Manuel Machado, se encuentra en Burgos junto a su esposa, para festejar el santo de “sor Carmen”, la hermana monja.
Por cosa de pocas horas, por coquetería de Manuel según algunos, o por la simple casualidad de haber perdido el último tren, el matrimonio está abocado a permanecer encerrado en la pensión Filomena, viendo cómo los generales Mola y Cabanellas hacen acto de presencia en la ciudad, anunciando por la fuerza de las armas la creación de la Junta de Defensa Nacional.
A partir de aquí Manuel no se augura nada bueno para todo aquello que aún soñaba con vivir. Sus antecedentes familiares: el del conspirador y excomulgado Antonio Machado Núñez, su abuelo; el del folclorista y masón Antonio Machado Álvarez, su padre; y el del también republicano Antonio Machado Ruiz, su hermano, son argumentos suficientes para acabar con la vida de alguien que nunca ocultó su viejo cuño republicano.
La situación se complica cuando meses después el poeta es detenido y encarcelado, tras ser señalado por el dedo acusador de un periodista de “ABC”.
El apoyo de sus influyentes amigos del bando nacionalista, o la mediación de la comunidad religiosa a la que pertenecía su cuñada, dieron un giro a la vida de este animoso “Polilla”, a quien el miedo, la cruel necesidad, el amor a su esposa Eulalia Cáceres, o vete tú a saber qué, cambiaron de ideología hasta el punto de pergeñar una “corona” de sonetos en homenaje a las gestas de Franco, a la belleza de su hija Carmencita, y a la gloria de José Antonio Primo de Rivera, que parecieran hechos para no tener que olvidar el terrible peso de su conciencia, el miedo al ridículo, la tristeza de la muerte en el exilio de su hermano Antonio, y de su madre Ana Ruiz, o las palabras de reproche de su cuñada Matea, y de su hermano José, a quienes nunca más volverá a ver.
Dice Ortega y Gasset que la vida es una realidad extraña a la cual referimos todo lo demás; que la vida nos viene dada, pero que es un quehacer, por la obligación que nos impone de tener que decidir por nuestra propia cuenta y riesgo.
A todos nos problematiza saber con qué alevosa zancadilla nos sorprenderá la vida cada mañana, y más aún defender con esperanzada fe las razones que atan nuestro mañana al mañana de los demás; que en ocasiones ya no sabemos cómo comportarnos, si irnos andando hasta el hospital más cercano, o si avisar por teléfono a una ambulancia:
─ Cada vez que paso y miro/ La puerta del hospital,
Le digo a mi cuerpecito/ Adiós para nunca más.
Pero tener que asumir la sonrisa consentidora, y la cabronada* general, es como para dispensarle una buena inyección de rayos y truenos a tanta beautiful people corrompida, corruptora, y déspota de la necesidad, como se beneficia la tarta que tantas horas de trabajo nos supuso a los demás.
Que en las personas de bien las razones son comprensibles, por influencia del miedo, y de pura necesidad; pero no en quienes se prestaron a corromper y robar por codicia y arrogancia, viendo el gran daño que hacían, y sabiéndose impunes.
P.D: Cabronada no es palabra que sea mérito exclusivo de la Real Academia Española; ni siquiera de Pedro Hernández Cabrón, el marino aquél que dejó tirados a los judíos en las costas de Fez, cuando fueron expulsados por los Reyes Católicos; la “cabronada” es tapar la boca a los mejores; expulsarles de su tierra y de su gente, para impedir que hagan sombra a tanto títere ambulante que se pasa la vida comiendo del momio, viviendo de las momias y chuleando a los vivos, sin aportar ni un pellizquito de sal a la sopa boba.