26 de diciembre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Las figuras de un Belén
CONTEMPLANDO LAS FIGURAS DE UN BELÉN, A MENUDO ME PREGUNTO DE QUÉ BARRO ESTAMOS HECHOS
Como cada año por Navidad los alfares andaluces dan muestras de esa creatividad que tan bien les caracteriza.
Junto al Archivo de Indias, y junto a los dorados cobres de la vieja catedral, los artesanos del barro han puesto sus tenderetes para volver a impresionar nuestras retinas con las mismas escenas de siempre, y para volver a ensimismar esa mirada de niño, que no pierde intensidad así que pasen mil años.
Aquí la imagen desgastada, y posiblemente anacrónica, de aquel primer portalito que tan ingenuamente canté en años de juventud:
─ “El alma no despierta en la aldea, hasta que el gallo no quiere que amanezca.
Y cuando canta con fuerza ─ ¡kikirikí, kikirikí!─ la aldea abre sus párpados.
Pasan los tiempos lentos, y el silencio pesa sobre los tizones apagados.
Por el camino, quebrado entre cerros, suben las mulas, cargadas de aperos (…)”.
Anacrónica imagen dije porque las mulas han dejado paso en la actualidad a los volquetes, remolques, jeeps y camiones, llevándose con ellas todo un mundo de vivencias y sensaciones que se nos quedaron grabadas en el paladar gracias al abracadabra de las palabras: arriero, reata, carretero, carreta, galga, talanquera, ataharre, varal, macho de varas, siguen conservando para mí la nobleza y el sudor que es emblema de mi gente.
¡Qué bello carrusel de fantasías para quien conserve aún el espíritu de niño!
¿Pero porque no hay molineros ya, o porque no se tenga la necesidad de usar ruedas de molino para triturar los costales de trigo, nos veremos obligados algún día a prescindir de nuestra pequeña ración de pan, o de nuestro destartalado baúl de los recuerdos?
─ “Cuentos de siempre. Viejas patrañas. Historias del abuelo Cebolleta”, que algunos dirán.
Me pregunto si habría que derribar las aceñas y molinos que adornan el cauce de un río, porque a un señor muy ilustrado se le antojara que semejante arquitectura resulta hoy en día anacrónica
¿Le parecería a usted bien que un crítico talibán se ensañara a porrazos con los preciosos óleos con los que Gonzalo Bilbao, Sánchez Perrier, Jiménez Aranda, y otros afamados paisajistas, inmortalizaran las riberas del Guadaira?
Me imagino que a los ojos de un hombre de ciencias casi todo lo actual es susceptible de ser anacrónico, viendo la velocidad con que se mueven los trenes, y el relativismo con el que el viajero observa los numerosos detalles que se les van quedando atrás.
Mirando desde tu perspectiva de hombre el paisaje y paisanaje de un Belén es probable que te sientas el más empollón de la clase: ese dios en pequeñito que todo lo sabe y lo ve.
El pasado, el presente y el futuro, lejos ya de las leyes del azar, se presentan ante tu vista como un concurrido hormiguero, en el que cada individuo traza su propio caminito, tras un objetivo final que a él mismo le resultará inexplicable.
Con semejante metáfora plasmó su visión del cosmos el entrañable paleontólogo Teilhard de Chardin, basando su reflexión en cuatro “creencias” propias, que están llenas de poesía:
─ “Yo creo que el Universo es una Evolución.
Yo creo que la Evolución se dirige hacia el Espíritu.
Yo creo que el Espíritu se apoya en lo Personal.
Yo creo que lo Personal supremo es el Cristo Universal.”
Allí el dios encarnado, que duerme junto a una mula su legendaria humildad; allí el personaje cagón, tocado de barretina, que no sospecharía nunca que es objeto de risa por parte del personal; allí los Reyes Magos, que desconocen aún si los caminos que siguen les llevarán hasta su destino, o acaso hasta un erial; allí el padre, la madre, la familia, los amigos, y los abuelos, prestando calor de hogar a las pajas de un pesebre; allí el zapatero, el herrero, el latonero, el lechero, y el carnicero, que ni siquiera son conscientes de la importancia de su rol en tan imaginativo juego.
Como diría el filosófico jesuita Pierre Teilhard de Chardin “la vida se nos hace más real aún que la vida misma”, observando con paciencia las múltiples formas que presenta el barro en este enorme portal de Belén en el que alguien nos inventa, y en que cada día nos inventamos los unos a los otros :
─ “Yo amo apasionadamente al Mundo, pero yo amo con el mismo apasionamiento al Dios que se expresa a sí mismo en Cristo.”
Y dice bien Teilhard cuando habla de ese “Manuelito” encarnado; de ese personaje tan humilde: Cristo obrero, parado, doliente, incrédulo, incendiario, o apaga fuegos; Cristo inocente, que sin ciencia, y sin motivos razonables que le inviten a creer, se nos hace a cada instante presente, como materia viva de un universo que adquiere sentido gracias a Él.
Como trocito de barro sin el que tu vida y la mía serían un triste vacío.