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25 de diciembre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Un paseo por la nieve

Un paseo por la nieve
─ “¿PERO ADÓNDE VOY CON TANTA PRISA? SOSIEGO EL PASO Y ME QUEDO TRANQUILO COMO LA TARDE. MIENTRAS PASEO PIENSO EN TODAS LAS COSAS QUE ME HAN SUCEDIDO EN ESTA ACERA Y CON TODOS ESOS PERSONAJES QUE ME HAN INVENTADO A MÍ.”

Para Pilar Lago Castro, profesora en la asignatura de Didáctica de la Educación Musical y Musicoterapia, de la Facultad de Educación de la UNED, la música es una forma de inteligencia múltiple; y “buena parte del buen funcionamiento del desarrollo y evolución de las capacidades creativas del hombre se verá favorecida a través de una buena educación musical desde edades muy tempranas.”

Tal vez porque los ciudadanos seamos cada vez más conscientes del “valor añadido” que aporta una buena comunicación, y de la importancia de crecer soñando, hay teatros en Andalucía que llevan veinticinco años de una bien cuidada programación musical, capeando con éxito los malos augurios de crisis.

Este pasado domingo se celebró el tradicional Concierto de Navidad en el sevillano teatro de La Maestranza.

Veinte integrantes de la Orquesta de Cámara de la Real Orquesta Filarmónica de Sevilla y su director, D. Vladimir Dmitrienco, a la total disposición de una agrupación de cincuenta niños cantores─ la Escolanía de los Palacios─, y de su joven director musical D. Manuel Busto.

Violines, violas, violonchelos, contrabajo, percusión y concertino, en emotivo diálogo con el tempo y el compás de una batuta; con los teatrales movimientos de brazos del director, y con las angelicales voces de unos niños.

Para explicar la belleza y el simbolismo de la música clásica a los espectadores más jóvenes, y a los menos entendidos, salió a escena una pareja de actores que representaban dos actitudes contrarias, la apolínea, y la dionisiaca: la del aficionado a la buena música, y la del habitual de los ruidos, y de los inarmónicos de un coche a todo gas.

Magnífica idea, a mi parecer, la de relacionar el teatro con la música, amén de incidir en uno de los aspectos más recalcados por la profesora Lago: “la falta de criterios de valoración sobre los niveles de CREATIVIDAD y cultura musical existente en nuestra sociedad actual, sobre todo entre los más jóvenes. Hoy todo se mide por criterios económicos, que no siempre, por no decir nunca, garantizan la calidad creativa de lo que las multinacionales nos imponen casi por real decreto, sobre todo a aquellas personas con poca formación musical”.

La primera de las canciones fue un homenaje a Franz Sinatra ─ “Christmas Waltz”, de Sammy Cahn y Jules Styne─, con motivo de cumplirse el cien aniversario del nacimiento de “la voz”.

“Sleigh ride”, del norteamericano Leroy Anderson, fue el anticipo de Reyes que la ensoñación nos trajo a los mayores: un paseo en trineo por la nevada pradera, animada por los cascabeles de los caballos, y por la mejor de las compañías.

Con el tercero de los temas, de tradición española─ “Ay del chiquirritín”─ hizo su presentación el grupo de voces blancas de la Escolanía. Junto a ellos, y bajo la dirección de su fundador, D. Enrique Cabello, un servidor tuvo la oportunidad de cantar el “Miserere”, del navarro Hilarión Eslava, en la catedral de Sevilla; y el “Carmina Burana”, de Carl Orff, en el antiguo Seminario de Pilas; amén de participar en numerosos encuentros corales.

─ “Entre un buey y una mula/ Dios ha nacido,

Y en un pobre pesebre/ le han recogido”.

Quién sabría explicar la ternura que adquieren unos versos de seguidilla en las voces de estos niños, o en palabras como “chiquirriquitín”, tan sonora y onomatopéyica como un cascabel, una zambomba, una carraca o una botella de anís.

Tal vez nos lo explique mejor uno de esos personajes inventados por Dostoievski:

─ “No empleéis nunca más que amor y así podréis someter al mundo entero. La humanidad llena de amor es una fuerza temible, sin semejanza con nada.”

El “Ave María”, de Franz Scchubert, canción ambientada en un poema épico en el que una dama pide ayuda a la Virgen, para que la proteja de su marido, nada tiene que ver con ese cúmulo de sensaciones que en nosotros despierta la evocación de una imagen ya descolorida por el paso del tiempo: la de la madre que nos dio el ser.

Oyendo esta música cualquiera se podría sentir como una humilde hormiguita, como un sorprendido astronauta, como nostalgia que cuelga de las cuerdas de un violín, o como un solo de trompeta del músico José Forte, Como diría fray Luis:

─ “Aquí el alma navega/ por un mar de dulzura, y finalmente / en él así se anega/

que ningún accidente / extraño o peregrino oye o siente”

“Adeste fideles”, de John Wade, fue el villancico que oímos a continuación.

Aquí la demostración de cómo la música es escuela de idiomas, lenguaje apropiado para hablar con Dios, y tonos “fuertes” y “pianos” que se nos figurn tomados del canto un ruiseñor.

“Campana sobre campana”, “Una pandereta suena”, y “Pero mira cómo beben”, son villancicos que están en la más pura tradición del folclore hispano- americano, de la personificación de los animales; del aguardiente, de la manzanilla, y del alfajor.

Qué andaluz de mi generación no recordará a un Niño Jesús yacente, con las manos sobre el pecho, expuesto a la curiosidad doliente de sus vecinos. Qué pastorcillo andaluz no durmió a un niño entre sus brazos, con una simpática nana, o una graciosa rima popular. Qué niño que se preciara de serlo no jugó al juego aquel del “¡Centinela, alerta!”, al que otra voz respondía: “¡Alerta está!”

“Let it snow”, de Jule Styne, insiste en la tradición navideña del frío y de la nieve. Mientras te abrace fuertemente alguien, y mientras quede un rescoldo de fuego en tu hogar “deja que nieve”, dice esta canción que magistralmente interpreta Dean Martin.

En un contexto similar a aquél se incluyen “O tannenbaun” (El árbol de Navidad), villancico popular alemán, y la mundialmente famosa “Blanca Navidad”, de Irving Berlin:

─ Oh, Blanca Navidad, nieve/ Un blanco sueño y un cantar.

Recordar tu infancia podrás/ al llegar la blanca navidad.

El “Vals de las flores”, música de ballet incluida en “El Cascanueces”, de Pyotr Ilyich Tchaikovsky dio pie al lucimiento de tres jovencísimas parejas de baile, que recibieron el caluroso aplauso de los espectadores, transportados por las vueltas y revueltas del vals hasta la Sala Dorada del Musikverein de Viena.

“Campanero andaluz”, que figuraba en el programa de mano como popular español, fue un digno arreglo musical de D. Manuel Busto.

En su contra, el lamentable despropósito de haber obviado el nombre del popular villancico ─ “Campanas de la Mezquita”─, y el de Ramón Medina, su compositor.

Detalle éste que también aparece repetido en You Tube en la Coral Tulancingo, de Méjico, y en la versión de su director D. Juan Antonio Rodríguez.

Un error imperdonable, impropio de profesionales de talla y de una gran proyección musical; y más si se tiene en cuenta lo conocidísimo que en estos lares es el citado villancico, dedicado por su autor a D. Manuel Soriano, miembro de una renombrada saga de campaneros de la iglesia─ catedral de Córdoba

A continuación “Los campanilleros”, vinieron a poner en la garganta una lágrima de emoción.

Recuerdos de esa Andalucía agraria, injustamente postergada por los habituales caciques, y por los humos de la industrialización.

Expresión humilde del cántaro y de la alpargata. Apasionada canción de amor.

(Cuando me vine de Urretxu, mis compañeros de profesión me pidieron que les cantara una canción de la tierra. Probablemente pensarían en unas alegres sevillanas, pero sólo se me vino a la mente esta preciosa melodía, que estuvo bien acompañada por la voz del poeta leonés Luis Gago Fernández, que en gloria esté).

Por último, “Jingle Bells”, en su versión castellana, fue la guinda de un concierto en el que cantores y espectadores se animaron a participar bajo una misma batuta.

En ese mágico momento, en el que el campo se cubre de una pacífica de nieve, a algunos nos invadió aquel cúmulo de emociones que con tanto acierto y sutileza expresara el sevillano Rafael Montesinos:
 

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