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8 de diciembre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Los Adelantados

Los Adelantados
Cuando, a mediados de los setenta, la aparente calma chicha de las aguas del Río Grande se vieron conturbadas por los vientos del cambio, de entre los severos muros de la antigua Fábrica de Tabacos salieron a la luz historias de las que un investigador avezado podría haber sacado partido, ora por la vis cómica que adquirieron, ora por su intrincado valor documental.
Es ésa una parte de nuestra historia reciente bien merecedora de una tesis, que aún está por contar porque quienes la vivieron, o bien se hallan actualmente imputados en algún enigmático ERE, o bien conforman el tejido endogámico de algún consejo asesor, de un proyecto virtual, o de una Agencia Subvencionada de la Desmemoria Histórica.
De la noche a la mañana aquellos amplios pasillos ─ que llevara a sus lienzos el sevillanísimo Gonzalo de Bilbao─ se poblaron de una actividad inusitada, ajena en la mayoría de los casos a su verdadera finalidad.
Consignatarios de ideas, policías de paisano, cármenes de las Españas, conspiradores de cómics, estudiantes de bolsillo, políticos de pacotilla, correveidiles claustrales, defensores consuetudinarios de prebendas familiares, cantautores, y una muy selecta feligresía, florecieron cual narcisos en tan concurrida pradera de San Isidro.
De aquel multifloro cultivo muchos hicieron carrera, sin otro diploma que el de pasear bajo el brazo un ejemplar descolorido de “El Capital”, el de oficiar como ideólogo interino, o el de figurar como cura exclaustrado en las filas de la oposición.
De tan variada cochura surgieron un montón de camaradas y coleguitas, y un conglomerado de siglas ─cuyo significado sería incapaz de entender ni el mismísimo Dios─, que habían de tener en común una letra gloriosa, la oclusiva sorda “p”: la sílaba inicial de “Partido”, de “Panacea”, y de “Panecillo” tibio y candeal…
En manos de los creativos ─que según una torpe aseveración no suelen ser de derechas, bien porque no pasaron hambre, bien por falta de imaginación, o bien por desconocimiento de la “auténtica” realidad─ se echó a suertes la dictadura, las galas familiares del difunto, la copla andaluza, los toros, el fútbol ─ convertido por la feligresía en un aclamado dios─ y hasta el “modus vivendi” de la burguesía, principio y fin de los males, como dijo el cantautor:
Mitad hijos de papá/ Mitad hijos de vecino
Vosotros sólo sabéis/ Vivir como cochinos.
Todo el día discutiendo/ De coches y cosas de esas
Todo el día en los bares/ Con nenas, gastando perras.
Y todo lo que a continuación venía, engastado en los oropeles de la biblia discursiva…
Nada que tuviera la insana intención de molestar a ningún miembro de la familia; porque ya se sabe que donde esté un mal padre, por burgués y por facha que sea, que se quite todo lo demás; que padre no hay más que uno, y a ti te encontré en la calle…
En aquellas circunstancias lo que a todos apetecía era adquirir la vitola; a saber: el trajecito de pana, la bufanda de lana, el jersey de a “ochos”, la elegante trenca de color beige, la gorrita de marinero, y ese simpático anillo que rodeaba al puro habano de Fidel, y que garantizaba un aroma y un sabor bien distintos a otra clase de adicciones:
─ Camarada, ¿te quieres acostar conmigo?
─ Pero, chico… ¿Tú eres imbécil?..., ¿Te patinan las neuronas?… Pero si sólo nos conocemos desde hace un cuarto de hora… ¿Cómo es que se te ocurre semejante barbaridad?
─ Camarada, no te rayes, coño, y déjate de retórica de niña pija burguesa, que no hay tiempo que perder en melindres. Aprende a llamar a las cosas por su nombre. ¿Vale?
Y este tipo de diálogo era una muestra más de los profundos cambios de claves que estaban llamadas a presidir la comunicación del futuro, la ausencia de fanatismos, de chifladuras, y de toda clase de malos rollos:
─ ¿Te acuerdas de Pedro Nieto, el conocido militante del Club de Obreros de Hispano- Aviación?
─ Pues claro que lo recuerdo. ¿No me había de acordar con lo valiente que era? Dicen que anda muy mal de salud…
─ Pues yo diría que es cierto. Una de aquellas tardes le vi saliendo de la comisaria de la Gavidia; llevaba más palos dados que una estera, y el pobrecillo ni recordaba su nombre. No sé cómo no se ha vuelto majara.
No me extraña, como dicen, que se hiciera seguidor del gurú Maharishi, y decidido practicante de la Meditación Transcendental. Por lo visto se cree que es la reencarnación del mismísimo San Pedro. No sé qué es lo que habrá dejado para los otros apóstoles…
Pero amén de la sexualidad pervertida, de las sectas budistas, de las carreras de caballos con los belfos espumantes, y demás juegos de poli─ ladro, la verdadera realidad del universitario era un canto a la ilusión.
Y uno de los espíritus más alegres de aquella Facultad de Filosofía y Letras era conocido por “Gamuqui”; para los más íntimos: Gabriel.
Amén de otras aficiones lo que más ponía al joven eran su novia, el fútbol y una agrupación musical, todo en tan grandes proporciones que si algún atributo le adornaba sobre todos los demás era su pasión por la vida, que algún psicólogo tachó en su momento de Complejo de Superioridad:
─ Podéis creerme o no, pero Nieves dice que canto mejor que Serrat, y que José Feliciano.
Y como el momento era propicio para las sentadas y los manifiestos de cantautor “Gamuqui” fue invitado de telonero por un grupo musical, de reconocida vocación protesta.
La reunión músico─ vocal tuvo lugar en el Aula de Grados de Filosofía, con una nutrida asistencia estudiantil que llenó el recinto hasta la bola.
En la primera parte del acto el conocido grupo de folk repitió la idea de que el pueblo era fuente de todo cambio, y de que si permanecía unido era seguro que habría de vencer…
Y cuando la fruta de la rebeldía estaba en su justa sazón saltó al escenario “Gamuqui”, amigos de los de pasar el rato y representante de la música sin ton ni son.
En un primer número la cantante de tan glamuroso trío, fogueada por los aplausos, levantó al personal con una espléndida exhibición de dientes que invitaba a cantar una nana:
─ “Duerme, duerme, negrito / Que tu mama está en el campo/ Negritoooo”
Pero lo sucedido a continuación sobre las tablas del escenario, rebasó en mucho lo que un atónito espectador se pudiese imaginar. Fue, ni más, ni menos, que la consagración de un auténtico conductor de masas.
Cuando “Gamuqui” se hizo con el micrófono comenzó a improvisar sobre temas conocidos y se lanzó ─ en la línea desenfadada del rockero Silvio Fernández─ a simultanear en las más diversas lenguas y trabalenguas conocidos, principalmente en francés, italiano y latín:
─ “Populus meus chi sei in la colina/ sedutto come un peuple que on meurt…”
Allí fue el mayor despiporre y la más grande ovación que oírse pueda, y que concluyó con aquel mártir del esperanto a hombros de una bulliciosa multitud.
Y como la mala uva es pecado, y religión que no falta en la flor y nata de los españoles, hubo quien señaló que se había boicoteado el acto, y que la actitud de aquel payaso era una falta de respeto a los demás y un choteo a la ideología de Partido.
Por su parte el orgulloso cantante no paró mientes en este tipo de achares, ni se dejó apabullar por la torpe rumorología:
─ Yo soy un adelantado a mi tiempo, y eso la gente lo tiene que ver, por mucho que hayamos salido al escenario de teloneros, o como simples invitados.
Fíjate bien en Picasso. Con quince años ya pintaba como un maestro; y con ochenta quería imitar la originalidad de un niño.
En mi caso la fama es una disposición natural, algo que no es impostado, y que a veces soñé con alcanzar. Ahora un simple golpe de mar me la pone entre mis manos; pero yo siempre he sido un creador, por mucho que a alguien le pese…
Importante declaración pictórico─ musical que dejó a más de un atormentado militante sin las florituras retóricas al uso, sin los galones de que se invisten los necios, y sin la capacidad de reacción necesaria ante la estelar aparición de un nuevo y revolucionario líder.
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