30 de noviembre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Febrero, de Julia Castillo
En el libro de Horas del Duque de Berry, el mes de Febrero está representado por un paisaje nevado y frío. En el interior de una casa una pareja de ancianos calienta al fuego sus vergüenzas, sin ninguna clase de pudor, mientras la dueña de la casa, primorosamente vestida de azul, se muestra en disposición de recibir a un posible visitante.
Febrero es también el mes en que se conmemora el triunfo del amor, el regreso victorioso de Psique de su viaje a los infiernos, su posterior aceptación en el mundo de los dioses, y la ansiada unión con Cupido, el niño dios representado por un arquero que lleva una venda en los ojos.
Y “Febrero” es el nombre escogido por Julia Castillo como título de uno de sus poemarios, editado por Abada Editores, que vio la luz en Madrid, en el año 2008.
Julia es también el nombre que lució mi madre, y una de esas palabras que ilustran mi infancia.
Casada con el peñarriblense Luis Javier Ruiz Sierra, la antropóloga Julia Castillo conserva la estampa de juventud y aquel flequillo rebelde de cuando, en 1974, fue entrevistada por Pilar Trenas en las páginas de ABC.Por esas mismas fechas la madrileña había obtenido el Adonáis de Poesía por Urgencias de un río interior, con sólo dieciocho años, y todo un cúmulo de experiencias impropias de su tiempo, de su edad, y de su condición.
Después de aquélse seguirían otros libros, como Poemas de la imaginación barroca (1980), Demanda de Cartago (1987), Siete movimientos (1990), Palimpsesto (1999), Dos poemas (2001); amén de pliegos y plaquettes: Tarde (1981), El hombre fósil (1982), Auieo (1983), Quién guarda este rebaño (1988), Inéditos (1983); e incluso una edición de poemas de Emily Dickinson (1984).
En sus 214 páginas el poemario que ahora tengo entre mis manos se presta a una lectura discontinua y fragmentaria “llegando a ser puntual, o transversal, lo que en todo caso es posible gracias a que el poema trata únicamente de sí mismo desde el primer al último verso”.
Las palabras de la contraportada nos ayudan a descifrar las claves de tan peculiar estructura:
─ “Pero Febrero no quiere ser solo un tema, sino a la vez interlocutor y objeto de un diálogo, el modo de abarcar también lo subjetivo, de apropiarse de ello”.
Alguien dijo: "La gente debería hacer un esfuerzo por comer comida". Y estos versos se prestan a ser alimento del lector más ilustrado, del afanado escritor, del destripador de textos, del crítico, y hasta de quien, como yo, empezó a leer muy tarde y toda su cultura la basó en el disfrute de los tebeos y de las novelas del Oeste.
Se mire como se mire, en su expresión automática o como escritura sensible, en su sencillez aforística o como epopeya vital, “Febrero” es la expresión de los trabajos y los días; la historia de una pasión que, como en el caso de Cupido, tiene como objetivo la unión entre el Alma y el Amor, entre el creador y la cosa creada, entre el cervatillo herido, y el fogoso cazador:
─ En el poema el ciervo huye,/ pero es el espectador/ el que está herido.
Acaso el cazador, / a veces en mitad de la calle,/ cree sentir lo que el ciervo.
Dice uno de los Evangelios que “En el principio existía el Verbo, y el Verbo era Dios”; así mismo refiere que gracias a la palabra del Creadortomó vida el Cosmos, y todos los seres que vivimos en él:
─ Las palabras/ pueden parecer/ claveles.
Si sólo tuvieran / nombre.
Como remansos / a los que aferrarse / con uñas.
Montañas/ como si no lo fueran. / En la niebla.
También mi calle/ es de un negro insaciable.
El orden y el caos, el todo y la parte, la norma y la contradicción, son la expresión de quien todo lo hizo a su imagen y semejanza; de Aquél que se definió, a preguntas de Moisés, como el Innombrable, el que más allá de sus múltiples apariencias se nos dará a conocer por sus obras. Como diría el Evangelio, “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
─ Los dientes,/ bien apuntalados/ por el dolor.
La lengua, arañada/ y arañando/ restos de lo verbal.
Yo creo que dentro/ de aquella tarde/ había otra tarde.
Recuerdo el plomo, / perdido/ entre las jaras.
Los sustantivos, / es un sustantivo solo.
O que un día estaban / todas las hojas quietas, / menos una.
¿Cómo iba a ser?
De dos palabras, / naranjo y naranjo, / ¿cuál te gusta más?
¿El naranjo / muestra una habilidad, / o existe como ejemplo?
La pregunta es / infinita.
Nosotros tragamos / el silencio− / y no nos pertenece.
Con cerrar los ojos / está apagado− / antes de abrirse / el abanico de la voz.
En la mezquita, / un buque, / la mar de callada / entre columnas.
En el aire / el alminar busca / su apoyo.
La reflexión es una isla.
Sólo el misticismo / es lo natural.
En las brumas del sueño y de la noche, lo creado se nos revela en su más tremenda contradicción.¿Acaso no ha observado usted el cataclismo que produce un bloque de hielo cuando se calienta; o que sus palabras encierran todo un cúmulo de recuerdos infantiles, y de tesoros que escondió siendo niño? ¿No gustaría de mirar el firmamento con los fríos ojos de un pez; o poseer una muñeca hueca de madera, por el simple hecho de saber qué se contiene en su interior?¿Se atrevería usted a describir el mar desde la oreja de marfil de una caracola; o se planteó tal vez que una espada, un tirachinas, o un poste de la luz, tienen la sabiduría vegetal de un chopo?
─ La realidad tiene su recorrido.
Cada mañana, en la punta de los dedos, vuelve en sí.
Por qué la noche como un sunami ocupa/ todas las tardes.
Ante un árbol/ que mucho tiempo / no nos dijo nada, / exigimos un poco de felicidad.
Las venas hacen/ sus cabriolas. / Y se dirigen, serpenteando, / al hormiguero / del corazón.
Estamos ante barrotes invisibles / de una prisión ilimitada.
Nos vemos ante el umbral / como ante algo nuestro─ / ante un fracaso.
Y temblamos al mismo tiempo / que el silencio en su hueco. / Ante la carga oscura.
Es el instante en que ensayamos / esa combinación futura / de atrevimiento y de humildad.
Nosotros estamos a un lado u otro / del cristal.
Y lanzamos la bola / o hablamos, firmamos. / Jugamos o estamos convencidos.
De cualquier modo el futuro/ está embalsamado en el aire.
Y lo que duele de la infancia/ es uno con el vaho.
En el negro agujero del tiempo, el pensamiento global que todo lo abarca en sí mismo, desprovisto de referentes, y como expresión de lo innombrable, es el premio a aquellas almas que se atreven a bucearpor abismos insondables:
─ La fantasía no es visible/ en estos agujeros.
Los sueños circulan/ por las calles─ / y nuestros labios/ son planetas.
Cada instante/ es una enfermedad.
La eternidad ha comenzado/ por las hojas.
Casi siempre/ buceo─/
Vuelvo a la repentina/ mina del olvido,/ a acertar con el sueño/ lo que sabemos.
Más que nada/ coloquios.
Miro al magnolio/ porque está ahí.
Le veo/ en todo su aislamiento─/esperar/ confiado.
Ideal pero ajeno.
En este instante/ soy todo lo que tiene─/ sin que le pertenezca.
Con qué lentitud/ consagra en mí/ la imagen que yo tengo de él.
Y su penumbra/ es un periplo.
¿Qué será pensar,/ cuando mirar no vale.
La mirada apenas reconoce/ el campanario, la orilla, / un campamento.
Y eso no sin larga caricia/ de pestañas.
Nunca el ojo el que viaja.
Siempre la maravilla/ la que agoniza.
Lo que está congelado no es la imagen/ que apenas se recuerda, / sino la posibilidad de que/ las cosas sucedieran/ de otra forma.
Lo que nuestra mirada abarca es poco más que un panorama engañoso, expresión de un ideal que está fuera de nosotros y que, como aquel “amor constante más allá de la muerte” de que hablaba Quevedo, ni desfallece, ni está condenado a morir, todo lo más a renovarse:
─ La belleza no puede / destruirlo todo.
Ha sobrevivido/ porque no/ son palabras.
El escudero que somos / está dentro de nosotros, / el caballero, fuera, / y lo abarca todo: / es el día, / es la hora,/ es la encina.
El caballero es la extensión, / es la verdad.
Por eso, / no te quites la vida− / porque todo / volvería a comenzar / de nuevo.
La mirada nos invita a contemplar la renovada musicalidad del cosmos, el rostro de su Creador, lo que de divino hay en nosotros, los más íntimos secretos de nuestra enigmática naturaleza:
─ La clarividencia/ no es más / que la tapia/ en torno al jardín.
¿Qué sería / si no la ves?
Toda la humanidad / ha sumado / jardines.
En la falda del tiempo.
Y sin embargo, / el jardín no existe.
Ya es suficiente / que parezca cierto.
Yo creo / que todos miramos. /
Y cuando dejamos/ de mirar, / guardamos algo fosforescente/ en lo interior.
La vida sólo es / como un forro.
Nos es dado sentir/ sólo lo contrario/ a una puñalada−
A la del alba/ vuelven los gorjeos/ a escarbar en mi oído.
Mi cobardía está sola, / se ha despertado y escucha, / abochornada, / la exquisita verbena/ de trinos, / que así miman, / mimáis la oscuridad.
Para cantar las virtudes, o para llamar por su nombre a la esperanza, lo menos necesario de todo es usar palabras vacías de contenido. Lo más prudente es callar, y abrir los ojos como platos, perdida nuestra atención en el caleidoscopio de un embeleso:
─ Todavía, si abres un balcón, / entra la noche.
De momento el sentido/ permanece en suspenso.
El grillo canta/ sólo para ti.
Es un sendero para esquivar/ la vigilancia−/ de lo triste.
Y cuando uno escucha, / sólo cuando uno escucha, / uno ya ha sido / derrotado.
Una palabra es ya / una máscara del sonido.
¿Todo resulta / musical, no extraño?
Ideas, / pasos, cobardes, vela
Uno fija / su mirada, / invariablemente.
Y piensa: singular / marchitas.
Prendida con la fragancia/ su atención.
Sobra pues la conversación. Sobra toda aquella hermenéutica en que se desmenuzan los textos.
La lectura de “Febrero”, de Julia Castillo, ha traído para mí uno de esas historias mágicas que de pequeño no leí; todo un cúmulo de sentimientos que, mirado en su extensión,es posible que poblaran mi infancia.
Sin saber en absoluto de flamenco también hieren los sonidos negros y la voz sugerente y única de Camarón.
Mucho por agradecer…
─ Toda la precisión/ no en el fluir,/ en el desaparecer.
Hoy/ sentí como un temblor/ bajo mis pies,
Al oler el jazmín.