7 de noviembre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Luis Javier Ruiz Sierra. Un peñarriblense en el Instituto Cervantes
“LAS PINTURAS RUPESTRES DEL PEÑÓN DE PEÑARROYA LAS DESCUBRÍ DURANTE UNA VISITA QUE HICE CON ALGUNOS FAMILIARES Y AMIGOS EN EL VERANO DE 1965"
De regreso de una corta visita familiar a Roma, entro en Internet para recapitular un cúmulo de imágenes que han hecho de este viaje toda una experiencia vital. Para mi enorme sorpresa y cuando me disponía a visitar la inolvidable Piazza Navona, viene hacia mí la figura de un paisano. Me lo presenta un viejo conocido, P. Isaac García, a través de un documental que lleva por título “España en Roma”, viste cabellera rebelde, traje de chaqueta claro y una personalidad que se transparenta en su voz y en su mirada que denota el tono reflexivo de quien sabe aquilatar las palabras y de quien acumula experiencias que contar. Según P. Isaac su entrevistado “se encuentra aquí como pez en el agua…” en su condición de arqueólogo pero Luis Javier Ruiz Sierra, Director del Instituto Cervantes en Roma, se mueve en tantas aguas que su biografía habría que desarrollarla en capítulos cual si de una novela se tratara.
Pero como de algún modo hay que empezar esta breve biografía comenzaré diciendo que Luis Javier, compañero de pupitre, es “un joven” de mi edad:
─“Amigo Joaquín, parece que tenemos más cosas en común cada rato que pasa pues también yo nací en 1951 y también conocí, lo sé de oídas pues no tengo memoria de eso, la "Escuela de la Felisa" y que supongo será la misma que mencionas durante unos meses, antes de entrar en el colegio francés de monjas de la Presentación de María colegio que pagaba la empresa minera del Barón Rostchild (S.M.M. de Peñarroya) en la que trabajaba mi padre. Después nos fuimos a vivir a Santander cuando mi padre cambió de empresa y yo tenía nueve años, me examiné de ingreso de Bachillerato en Santander donde me hice arqueólogo y desde 1967, ya viviendo en Madrid, Licenciado en Arqueología y artista visual y de acción, como tantas otras cosas que se reparten por mi biografía, desde Madrid y hasta por varios países…”.
En el organigrama del Instituto Cervantes la presencia de Luis Javier se derrama en el diseño y promoción de actividades que avaloran nuestra lengua y nuestra cultura, amén de subrayar los lazos de unión con respecto a otras y con las más diversas formas de expresión. Beirut, Damasco, Ammán, Roma, Madrid…, son testigos de esa actividad que lleva a Luis Javier a estar en el ojo de la noticia, a disfrutar y a padecer como nuestro manco más famoso la luz y el olor del Mediterráneo:
─ “Tu trabajo erudito me interesa mucho. Soy un apasionado lector de los estudios cervantinos. Me tocó inaugurar y para mí fue un honor uno de los Congresos Internacionales de los cervantistas celebrado en Lepanto, en mi condición de Director de Cultura del Instituto Cervantes y participé con una ponencia personal, que he perdido según creo en el primer Transatlántico de la Brown University al que me invitó Julio Ortega. He amado y coleccionado algunas ediciones comentadas del Quijote: Clemencín, Schevill-Bonilla, Rodríguez Marín (la mejor de todas es su segunda edición de ATLAS en once o en catorce volúmenes, no recuerdo bien, aunque me la he leído de cabo a rabo dos veces y consultado varias), Gaos, Rico, Martín de Riquer (interesante, aunque escolar, porque recurre a la primera traducción francesa)… ¿De Cesar Oudin?, para aclarar las dudas que le producen algunas expresiones cervantinas...”.
Proyectos, contactos con tacto político, presencia en Facebook, programaciones, entrevistas… nuestro hombre tira de tiempo para dialogar con Cervantes, o para tomar un “Cappuccino” o un “Acqua di Cannella” en compañía de los Goethe, Keats, Gogol, Sthendhal, Wagner y si la tertuliana es María Zambrano pues miel sobre hojuelas:
─ “He podido por fin ver un fragmento de aquella entrevista que me hicieron en Roma y que había olvidado, me alegró ver que coincidía con el Homenaje que organicé entonces a María Zambrano quien fue una buena amiga mía y a quien traje de vuelta de su exilio y ayudé a crear su fundación en Vélez, bellos recuerdos romanos de María. Entre ellos la colocación de uno de sus manuscritos en el legendario Café Greco, que ya frecuentara Casanova, donde ella escribió sus “Cuadernos del Café Greco” del que publiqué entonces unos inéditos, traducidos también al castellano. Convencí a su primo Rafael Romero, quien regaló un manuscrito que había comprado al poeta Edison Simos y lo dejamos allí, donde estará enfrente de la mesa de Búfalo Bill, convirtiendo su mesa en la mesa de María Zambrano”.
Buen trabajo el de esos Escritos del Café Greco que publicara el Instituto Cervantes, memoria viva de la cercana Plaza de España, de la Fontana de la Barcaccia que Bernini esculpió para que bebiera en sus aguas la estética andaluza de María Zambrano que sacaba un cuadernito y con el brazo dolorido y la mano temblante, se ponía a anotar…”. Sentados en la escalinata que lleva hasta la iglesia de “Trinitàdei Monti”, el tiempo presta su dorada pátina a los viandantes y a los edificios.
Luis Javier me habla con pasión de sus maestros, de María Zambrano y de Rafael Sánchez Ferlosio, “el fuego y el hielo”, según los viene a calificar y de los libros que publicó sobre Carlos Edmundo de Ory, Jorge de Santayana y Enrique de Rivas, que:
─ “Hoy son libros raros, caros y buscados. Yo he escrito en mi vida mucho sobre arte, especialmente sobre amigos míos como Soledad Sevilla, José Luis Alexanco o el fotógrafo Pablo Pérez-Mínguez y algunos más, la verdad es que no llevo la cuenta. Organicé una docena larga de exposiciones internacionales en Madrid, Barcelona, Nápoles, Japón y creé dos Museos de Arte Contemporáneo, el del pintor surrealista Eugenio Granell que está en Santiago de Compostela, en la Plaza del Toral y un Museo de Arte Español en Japón, que creé para una compañía de televisión local y que finalmente no dirigí aunque lo planifiqué y seleccioné y compré para ellos el inicio de su colección…”. Se refiere Luis Javier a Eugenio Fernández Granell, amigo de Duchamp, de Max Ernst, de Benjamín Peret, de André Bretón, de Wifredo Lam y tantos otros, exiliado trotskista de nuestra guerra civil en varios países, entre ellos en los Estados Unidos”.
Y, coincidencia tal vez, pero hace tan sólo unos días que leí sus Ensayos, encuentros e invenciones, con edición y prólogo de César Antonio Molina. En este libro el pintor más humorístico de nuestro surrealismo dedica un capítulo a “Los silencios de Alberti”, que merece la pena leer y dice cosas tales como que “el español, en esta época de democracia, es un buen animal doméstico”, o que “es necesario salvar al niño de hoy de ese mundo de inmundicia en que el comercio lo ha hundido”, o que “ha sido un gran error suponer igual la mentalidad infantil a la retardada de las señoritas cursis, o a las atrofiadas de los burócratas vacuos”.
Con parte de esta “pedagogía” debía de estar de acuerdo mi paisano cuando en el año 1972 se plantó, en pleno centro de Pamplona, a dar un recital de poesía fonética con un globo negro en la mano. Por aquel entonces no estaba el horno para bollos y él era ya comisario de la exposición de poesías experimentales que se hizo en los Encuentros de Pamplona en 1972 y coautor del único libro que se hizo entonces (1974) y hasta los tiempos recientes, de ese evento contemporáneo. También lo sería de las cuatro ediciones de la serie de exposiciones EXPERIMENTA, Madrid, Barcelona y Nápoles:
─“Me sorprendió mucho que en Peñarroya-Pueblonuevo exista un Museo de Poesía Visual y me sorprende porque se organizó hace unos veinte años, más o menos, una exposición en Córdoba sobre este asunto nutrida exclusivamente con obras de mi colección personal. He sospechado que debió de haber alguna relación genesíaca entre esa exposición y este museo y espero algún día resolver ese misterio rarísimo que hace que uno de los más antiguos poetas concretos y visuales de España, yo, sea de Peñarroya-Pueblonuevo y el más antiguo museo de esta materia de nuestro país (que supongo que lo es) esté en Peñarroya-Pueblonuevo y que no tengan, que yo sepa, ninguna relación entre sí…”. Por la documentación que veo deduzco que mi paisano se ha pasado una vida dedicada al arte de comunicar y de comunicarse, como arqueólogo que es fue el primero en plantear un estudio serio sobre la geología del Peñón de Peñarroya y de su entorno: sobre sus pinturas rupestres y sobre sus cuarzos impregnados de rojo: “Las pinturas rupestres del Peñón de Peñarroya las descubrí durante una visita que hice con algunos familiares y amigos en el verano de 1965, vivía en Santander y me fui un verano con mis abuelos. Tenía yo entonces catorce años, pero ya formaba parte de un Seminario de Prehistoria y Arqueología del Museo de Prehistoria de Santander y había excavado y estudiado con grandes arqueólogos de aquéllos (y de todos) los tiempos. Ese mismo año lo publiqué con un amigo mío, Alfonso Moure, más o menos de mi misma edad, en “Ampurias”, revista de Arqueología de la Universidad de Barcelona. Envié algunos ejemplares de esa publicación a mis familiares y amigos, entre ellos a Rafael Hernando Luna…”.
Como creador Luis Javier ha realizado más de un millón de fotos, unas miles expuestas en Facebook, y ha estimulado la creación en personalidades como Ignacio Gómez de Liaño, autor de “Los juegos del Sacromonte” (1975).
Pero ni aquí se acabarán sus interrogantes, ni se cerrará ese periplo que habría de regresar a tan ocupado estudioso hasta sus orígenes:
─ “Tengo dos tías, una hermana de mi padre y otra de mi madre que viven en Peñarroya-Pueblonuevo, en realidad y como se dice en casa en Pueblonuevo, una con muchos hijos y nietos y la otra en una residencia. Hace muchos años que no voy por allí aunque me invitan a menudo, la última que estuve fue para participar en un congreso que había organizado una prima hermana mía viviendo yo en Roma…”.
Ahora le toca estar nuevamente en Beirut, allí se le podrá ver despachando con individuos e instituciones, hablando de las películas de Almodóvar en la televisión, presentando las tendencias de la moda española en un zoco, presidiendo la presentación de un libro, etc.:
─ “La semana pasada hemos tenido un encuentro con Tomás Alcoverro en el Instituto Cervantes de Beirut, presentábamos su tercer volumen de crónicas de Oriente Medio, o Próximo si lo preferís, que para quienes estamos ahora en ese Oriente no nos resulta ni Próximo, ni Medio, ni Oriente. La historia bajo su balcón. Leyó una crónica recogida en ese libro, la de una Alhambra enorme y a medio hacer que se encuentra en medio del Chouf, todos quisimos ir a ese lugar invisible y real y ahí recordé a Quiñonero, quien forma con Alcoverro una pareja única y extraordinaria que es la de los supervivientes de la Gran Escuela de periodistas y escritores de lengua española. Ambos en activo, uno en París, y el otro en Beirut, ambos necesarios, dos columnas “Retrato improvisado de Tomás Alcoverro” y “Blog de Juan Pedro Piñonero”, noviembre de 2011...”.
El Líbano tose cuando Siria o Israel se resfrían y desde hace tiempo se asiste a una degradación de su economía, de los derechos humanos y de cualquier otra conquista social. La situación en Oriente Medio es delicada, como subraya en sus crónicas Tomás Alcoverro y es en estas circunstancias en las que el Director del Instituto Cervantes tiene que trabajar. Nadie que no lleve la pasión en los ojos, la marca del emigrante, o las vetas del carbón, podría saber lo que se encierra en una sociedad tan oscura y entrañable:
─ “Te agradezco el interés que sientes por mí, pues viene desde la más remota infancia, que es la verdadera patria que cada uno de nosotros tiene y desde el común exilio, uno más estable que es el tuyo según me dices y el otro, más inestable y sometido a los vientos y los caprichos de Neptuno”.
Querido condiscípulo: Aquí un amigo, para lo que quieras disponer…