23 de octubre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
¿Qué se cuece en la trastienda?
─ “¿QUÉ ESTÁ TRAS UN NOMBRE? LO QUE LLAMAMOS UNA ROSA / POR CUALQUIER OTRO NOMBRE OLERÍA TAN DULCE.”
Cuando forzadas por las circunstancias aquella reunión de amigas abandonó Tetuán todas se prometieron que, pasados unos años, se volverían a ver.
Las horas y los días caían del calendario con inusitada rapidez, y cada una de aquellas hojas fue adaptando sus raíces ─como suele hacer la hiedra─ a una nueva necesidad.
Y alejadas del humus del nutricio suelo, aquella confusión de hojas y de raíces acabó convertida en un dorado dosel, en el que apenas si se aguantaba el peso de una mariposa, o de una delicada flor.
La vida se iba en correr, como el conejito de Alicia en el País de las maravillas, en mirar hacia el cielo y en sopesar el riesgo que conllevaba algún oscuro nubarrón.
Sólo en determinadas ocasiones el lugar de nacimiento afloraba a la memoria, pues les era imposible olvidar que, en el lenguaje de los rifeños, el nombre de aquella ciudad en la que crecieron significa Ojos de Manantiales.
Y así como el río Martil aparece, y desaparece como un oscuro Guadiana, la llamada del corazón fue imponiendo su criterio, a golpes de latidos.
Y un buen día las más íntimas en camaradería se volvieron a reunir.
Cualquier excusa era buena para reanudar aquella interrumpida conversación: Sevilla, Cádiz, Zahara de los Atunes, Málaga, Pizarra… fueron mudos testigos del cariño que se profesaban desde su más tierna juventud.
Los cónyuges y los hijos también se sabían partícipes de las buenas vibraciones que ellas se encargaron de repartir a manos llenas, y de la parte de algarabía que a cada uno le correspondió.
Y uno de esos días de luz, en los que hasta la oquedad tiene nombre, la más alegre de todas fue mostrando a sus amigas un tesoro, que durante años guardó en espera del maravilloso momento en que lo había de compartir: una galería de cuadros, que ella misma intituló “La soledad de las cosas”.
Quién lo había de decir, la más graciosa de todas, la que tenía un aspecto más desenfadado y juvenil, la que llevaba por emblema la “garnata” musulmana , esbozaba una sonrisa de justificación para mostrar su lado más vulnerable en breves trazos de intimidad:
─ Después de tanto tiempo sin vernos me alegraba que supieseis algunas cosas de mí…
Al escritor griego Esquilo le predijeron que moriría tras caerle una casa encima. Y para sortear su destinoel celebrado dramaturgo se fue a vivir al raso, y en plena naturaleza. Y fue allí, en medio del campo, donde le impactó en su cabeza una tortuga, que un águila transportaba entre sus garras.
En el Guadiana de nuestras vidas el rumor de aguas ocultas en ocasiones encierra un mensaje tan certero que excluye cualquier otra posibilidad.
Así de claro debió de verlo Conchita cuando se dio a la tarea de expresar todo lo bello y lo absurdo que se encierra en el decurso de los días.
A cualquier espectador objetivo, y poco versado en arte, la obra que la tetuaní había colgado en su espacio virtual, era de difícil lectura; y de una manera, o de otra, venía siempre a incidir en esa especie de desconocimiento que todos tenemos de nosotros mismos y de la realidad aparente que nos ha tocado vivir.
Lo que al autor de estas líneas le sugirió este relato, fue sólo el reflejo de un lienzo en el que las cortinas de una bañera se erigían en el motivo central, y en la que sólo un pequeño resquicio, en la parte central del cuadro, mostraba al espectador un rollo de papel higiénico.
¿Qué se cuece en la trastienda, me pregunté? Qué puede haber detrás de una cortina, que vela una intimidad, resuelta en ese papel tan cotidiano, y tan simbólico a la vez…
Quizás la respuesta estaba en una tela de fondo amarillo, orlada de sencillas flores blancas, subrayada por el rojo intenso de un “¡OH!”
¿Se burlaba la pintora de cualquier inquisición, o era un estado de euforia propio de una noticia que conturbaba su espíritu espontáneo y juguetón?
Quizás nadie se atreviera a preguntárselo, a proyectar la imagen de aquel cristal que es el tiovivo de la vida. O quizás, como el basilisco, temió que su aliento emponzoñado rebotara en el cristal y le mostrara un retazo de su vida.
El marcado con el título de “Intromisión” lo constituían dos cuadros: en uno el tiesto con flores, expresión de la estética que se ha concretado; y en el otro, paletadas sueltas de formas sin concreción.
Como si alguien preguntase “¿Qué buscas en tu pintura?”, y el artista respondiese: “¡No lo sé!”
Lo demás: la gota insomne que no se arriesga a dormir ─ “Un grifo”─; las huellas que unas manos dejan sobre la pared ─ “Muertas”─; la rosa azul metálica, despojada de recipiente ─“Abandonada”─; la florecilla azul que se deshoja; las olas de un mar que la luna preside ─ “Promesas”─; dos manos abiertas, cual pájaros en vuelo, y dos manos cerradas, con los brazos cortados de raíz ─ “Tensión- Relajación”─; un pie femenino embutido en su zapatilla de ballet; unas cartas en disposición de vuelo ─ “Correo Aéreo”─; un pendiente que simula un árbol de hojas ovaladas ─“Alegría”─; un esbozo de mujer que, en el azul de su estela, persigue una luna azul, en competencia con un cometa incandescente ─ “Subiendo”─; fuegos artificiales y brazada de espigas dispuestas a compartir ─ “Explosiones de Color”─; una bañista en tanga, con un paraguas de sol ─ “A juego”─; etc.
Es tan difícil saber lo que el gremio de tenderos tenemos guardado en la trastienda que detrás de cada reja oxidada bien se pudiera esconder un himno a la alegría, una elegía a la tristeza, o la tela de araña de la soledad…
Cuando Conchita creyó que era llegada la hora de hacer “mutis” por el foro, dejó sus cosas bien atadas. Legó sus cuadros a gente amiga, y dispuso su despedida a la orilla de su mar.
Dejó el encargo de organizar una comida, para que se conociesen sus íntimas a uno, y al otro lado del Estrecho, en su rincón familiar.
A los postres se leyeron palabras de despedida, y todos los allí presentes vieron pasear por el jardín una figura de porte grácil y aristocrático, de frente ancha y despejada, de cabello, enrizado y soñador…
Después la vieron partir en la cola de un cometa, en el festón de una ola, con la promesa cumplida del más puro azul añil.