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19 de septiembre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Con los pies en la arena

BAJO UNA DURA LOSETA SE ESCONDE LA FINA ARENA DE LA PLAYA

Con los pies en la arena
Con los pies en la arena el viajero se aventura a salir de casa, donde el mundo se resuelve en pañuelo, y donde las complejas teorías de Einstein se escenifican en el ideal escenario de una tarta.
Late enmar de fondo la certeza de que todo está por descubrir, y la firme convicción de que bajo cualquier loseta se esconde la fina arena de una playa con la que todo el mundo sueña:
─ Es una suerte disfrutar de una familia tan extensa, como la mía. Si vieras lo bien que lo hemos pasados juntos estas vacaciones; y cómo se llevan mis hijos con los de mi ex marido; y los de mi actual pareja con los de su ex. Cualquiera diría que son hermanos. ¡Es genial!
Las palabras de Clara encierran toda una filosofía del viajero. Lo importante es dejarse llevar por el río de la vida, echar un pasito tras otro y sacarle brillo al aire, como quien se reencuentra con su propio y personal paisaje. Un paisaje interior que se espeja en mil cristales, y que las olas mecen “al aire de su vuelo”.
En el faro del fin del mundo, a los pies de un altar que levantaron las mouras, los esperanzados peregrinos continúan la tradición de bañarse desnudos, de quemar un objeto que les sirvió de compañía, y de contemplar una puesta de sol.
Tierra, agua, fuego y aire, he aquí el fondo de la cuestión: el hombre, como un conglomerado de fuerzas en estado de tensión y distensión, de orto y de ocaso a la vez.
A la Costa de la Muerte van los ríos a morir para, como el ave Fénix, renacer de sus cenizas; que ninguno se aventura a llegar desde tan lejos, tan solo para ser testigo presencial de un repetido naufragio.
En aquel cruce de caminos es fácil,para el viajero, pensar que uno de esos ortostatos megalíticos es un pequeño altar, donde uno de aquellos jóvenes alternativos posiblemente dibuje ─con un tinte hecho de óxido de hierro, o de carbón vegetal, y sobre fondo de una mezcla de caolín con mantequilla de vaca─ un emotivo mensaje:
─ “Habille- toi de noir et/ rejonstesfrères du chemin./Apprendstoutes les langues/ pourparlercelle du coeur./ Dans le silence, trouveta note./ De toutes les forces/ et sansprudence/ celebre la gloire/ de l´existence.”
Toda lengua es una expresión de aire y de fuego, escrita al dictadodel genio creador de los individuos y de los pueblos.
Hasta llegar aquí el viajeroha tenido queacostumbrarse a los más dulces sonidos ─Carantoña, Cariño, Xuvia, Ortigueira, Zas, Cee…─, esos que creyó oír en el vientre materno, y el mejor modo que tenemosde interpretar el mundo que nos rodea, o bien de localizar el murmullo de una ola, el serpear de un arroyo, el golpe certero de un rayo, o el melodioso canto de un ruiseñor:
─ “Airiños, airiños, aires, / airiños da miñaterra; / airiños, airiños, aires, / airiños, levaime a ela”.
Antes de llegar hasta aquí, el viajero que viene del Sur ha de pasar por las Médulas. Allí esa España mágica ─donde tan importante como la palabra es el simbolismo que trasmina─ simula un gran queso de Gruyère, horadado de tenebrosas cuevas, que defiende el más fiero de los cíclopes.
Las Médulas son las entrañas doradas de El Bierzo: “la quinta provincia gallega”, como se acostumbraa decir.
Muy cerca de este magnífico entorno, Ponferrada se olvidó de la excelencia de sus minas de carbón que tanta calamidad como riquezaatrajo hasta allí, y que a día de hoy invita a los viejos mineros a buscar amparo y guía bajo el manto de Santa Bárbara, su brava patrona.
La patrona de Ponferradaes la Virgen de la Encina, según el viajero pudo ver en estos primeros días de septiembre.
A sus pies los bercianos se congregan, cual granos de una granada, para ofrecer lo que tienen: los trabajos de sus días, los productos de sus huerta, o simplemente una rosa y un clavel: “¡Claveles y rosas para la batalla!”.
Bajo la advocaciónde tan humilde talla de encina El Bierzo entero desfilapor las calles de la población con sus primorosos trajes, con sus gaitas en ristre, con el ruido del tambor, y con elsonido de sus crótalos:
─ “Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran, / me esparcen el corazón, / y me aventan la garganta”
En esta ocasión al viajero se le impregnaron los ojos de salitre, del “ángel” y el “aqué” de su tierra ─“Spain”, dijo alguien, es una “sílaba dorada”─, que una peina, un mantón, y unos volantes de un vestido de gitana se empeñaron en remover:
─ “Andaluces de relámpago, / nacidos entre guitarras/ y forjados en los yunques/ torrenciales de las lágrimas”.
Y el viajero no pudo menos que emocionarse ante el espectáculo de una España campesina y minera, vestida con camisita blanca y traje de gala para tan feliz ocasión.
 

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