7 de septiembre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Y sin embargo se mueve…
“Eppur simuove” es la respuesta que dio Galileo al tribunal eclesiástico de Santa María sopra Minerva, contrario a la teoría heliocéntrica y presto a defender lo que ya por entonces se intuía como una sentencia políticamente correcta.
Apócrifa, o no, la misma respuesta nos damos diariamente a nosotros mismos, esperando que alguien le eche el valor necesario para plantar cara al gerifalte de turno, incluido aquel felicísimo “revolucionario”─ también se evoluciona al revés─ que creyó no haber medrado lo suficiente y que, tras su jubilación, se contrató en un país sudamericano como Consejero de Sanidad, sin saber qué cosa era un simple fonendoscopio.
Que el españolito de a pie, ibérico como los jamones, no deje de mirarse el ombligo, de rumiar las mentiras de Felipe, o de esperar que el maná le baje del cielo en forma de reivindicación personal, está a tono con lo que se espera de nosotros; máxime cuando el político, gente memoriosa y vengativa, trabaja como una piña cuando se trata de meternos el miedo en el pecho, y las cabras ajenas en su corral.
Lo que nadie esperaba es que la imagen de un niño, rota como un juguete sobre la arena de la playa,aglutinase las conciencias de Caperucita y del Lobo, de Galileo Galilei y del Gran Inquisidor.
A tan sólo unos días de tan penoso suceso, los alemanes aceptan ayudar a 800. 000 refugiados;los austriacos les abren sus puertas de par en par; y el Real Madrid, que acaba de realizar un gran negocio con el mundo árabe, hace donación de un millón de euros para lo que nos toque compartir con los demás países europeos.
Cual si fuese un fugaz espejismo, mentira parece que tan singular reportaje nos haya hecho olvidar a las niñas nigerianas secuestradas como esclavas sexuales;a las rociadas con bombas de napalm, made in USA; a la publicidad desgarradora de Save the Children; a los niños de nuestro país, malnutridos, y con riesgo de pobreza extrema; a los millones de niños esclavos que trabajan en las minas, en los basureros, en los prostíbulos, y como beneficiarios de Nike.
En muchas ocasiones, como ésta el fotógrafo estuvo allí y, como en el caso de Sebastiao Salgado, también recibió serios reprochespor parte de tirios y de troyanos.
¿O ya quedó atrás el drama de esa anciana peñarriblense acosada por el IBI;el de los ancianos a quienes se les deja morir de inanición;el de las camas que invaden los pasillos de los hospitales; el de los asesinados por ETA, o el de quien lleva pegada asus bronquios la maldición de la mina?
Hace tan solo unos días que el Santo Padrede Roma pidió a sus representantes que concedan el perdón a las mujeres que aborten, y que estén arrepentidas. Desconozco si sólo habla para los cristianos, y si se haría necesario que se arrepintiesen en confesión.
Lo que sabemos es que en España nuestro Sistema Público de Salud superó los dos millones de abortos, pero desconocemos totalmente el dilema a que se vieron abocadas esas madres, su situación socio ─laboral, y la relación de ayudas que les serían necesarias para poder mantener a sus bebés.
(“¡Ah, pues yo soy liberal, y a mí que me registren! ¡Que cada uno en su casa haga lo que le dé la real gana! ¡En no afectándome a mí!”).
Nuestros juristas pretenden elevar ahora la “edad de consentimiento sexual desde los trece hasta los dieciséis años”, lo cual no supone ningún obstáculo para que se tengan relaciones sexuales con menos edad aún, y sin necesidad de ningún tipo de consentimiento.
Para entrar en las páginas “porno” de Internet un joven de diez años no tendrá reparo alguno, ni nada, ni nadie que se lo impida. Cómo lo había de tener si ese niño vive con una llave colgada al cuello, porque sus padres trabajan fuera de casa, de sol a sol, y no le pueden atender.
Lo demás viene rodado, cual película de ficción.
Tiempo tuvo de enterarse de esto el actual portavoz de la Junta de Andalucía, profesor de profesión, antes de dar conferencias vacilonas a los niños trianeros.
Ray Bradbury ya lo predijo en un relato estremecedor que lleva por título “La sabana”; escrito hace ya la friolera de medio siglo.En aquella “lujosa casa insonorizada cuya instalación había costado treinta mil dólares” los niños se sentían protegidos, cual si recibieran los mimos de su propia madre: “una casa que los vestía y los alimentaba y los mecía para que se durmieran, y tocaba música y cantaba y era buena con ellos”.
Con tanta tecnología aplicada, que personaliza la felicidad al gusto del receptor, para qué son necesarios los padres, si no es por simples ganas de incordiar. Y qué decir de los ancianos, que poco tienen que aportar en un mundo de preguntas y respuestas cortas, que maneja como nadie el Sr Google.
¿Y eso es todo lo que podemos ofrecer a los niños que lleguen aquí como refugiados? Si les tratásemos como a nuestros propios hijos, les daríamos el mando de la televisión, para que se sirvan ellos solos, y para que vean la Champions League por Vodafone.
¡Pobre infancia!, ¡Pobre gente inocente y desprotegida!, ¡Maldito Club de Satanás!
Y no lo digo solamente por el niño que murió acunado entre los brazos de una ola. Ése, al fin, descansa en paz, libre del papanatismo de unos políticos bocazas, de la falsa caridad de los santones, de la manipulación programada, y del cinismo social.
Y sin embargo la Tierra se mueve, y las conciencias se remueven.
Eso nos anima a tener confianza en el individuo y, al tiempo, en nosotros mismos.