5 de septiembre de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Una excursión memorable
“UNO ES DE DONDE HA HECHO EL BACHILLERATO” (MAX AUB)
Hay historias muy reales que, con el paso del tiempo, se convierten en ficción; cada protagonista utiliza distinto enfoque a la hora de contarlas y el final deviene en quijotescas elucubraciones de la imaginación y en caprichosas volutas de humo, de las que nadie que tenga una mínima vocación de notario debiera confiar.
De humo espeso y negro como la carbonilla era la historia de aquel tren de vía estrecha, de metálicos achaques, que surcaba cual galerna los surcos y las besanas de nuestro viejo país, de esa España profunda que se extiende desde la población minera de Pueblo Nuevo del Terrible hasta las sierras, pastizales, alcornocales y monte bajo de La Granjuela y Valsequillo; kilómetros de tierra salpicada de rojizos farallones, de fosas comunes, y de bunkers, convertidos por la metralla en horrenda cicatriz; glorioso banderín de enganche llevado a hombros por los bravos legionarios, por los fieros marroquíes o por los entusiastas voluntarios del batallón Chapaiev.
La mañana se presentaba desapacible. Todo hacía presagiar que el día estaría metido en aguas y, a menos que el tiempo cambiara, no era el momento oportuno para organizar una excursión. Pero, para aquellos amigos, que desconocían las desazones de la guerra y los resabios del poder, no había ningún obstáculo que pudiera chafarles tan acariciado sueño.
Para ellos representaba muchísimo más que un viaje a los Madriles: era toda una aventura hacia la libertad. Que en todas las demás cuestiones los chicos se sentían unos iguales: iguales para soportar, a diario, la presencia hostil de la palmeta Baldomera, Tizonade la Pedagogía, y tomiza de la desazón para quienes no hubieran sabido desarrollar un problema de Matemáticas, captar los matices de una traducción, o aprender de carrerilla las lecciones de Historia, de Biología, de Política, Religión…
Acababan de superar, con relativo éxito, las pruebas de Bachiller y, aunque no se tenían por los reyes de sus respectivas casas, tenían la conciencia de que haber cumplido a rajatabla con el sueño ajeno de sus padres y con la negra que llaman obligación.
En el cálido refugio de aquel viejo vagón de madera, donde no se notaba que hubiera llegado la soberbia de la industrialización, los chicos entretenían su excitación cantando las coplas más verdes de la vieja y el viejo que “que van pa´Albacete”, o aquellas otras que oyeran a sus mayores en tiempos de Carnaval:
Hubo un baile azul en El Terrible
Lo que nos divertimos y disfrutamos…
Y tras una persiana, que estaba rota
Había una muchacha, muy guapa
Durmiendo en pelotas.
Hubo, incluso, quien se atrevió a recitar un gracioso poema, en un alarde de memoria:
─ ¿Don Lucas Praga y Regato?
(Se aproxima el mozalbete)
─ A ver: lección diecisiete
─Viriato. ¿Quién fue Viriato?
Aún no se habían enterado de que aquel epigrama lo había escrito D. Ramón López Montenegro, colaborador de la revista Blanco y Negro. Para qué tenían que saber, si ya bastante hacían con aprender de memoria aquel disparate histórico que maridaba a Cicerón con Friné, y hacía contemporáneos a lord Wellington, a Polavieja, a Juana “La Beltraneja” y don Cristóbal Colón…
Desconocían que su destino iba a ser el que quisieran aquellos americanos que traían a España la leche en polvo, las cajas de mantequilla al por mayor, y las raciones de comida destinadas a llenar los estómagos de los colegiales de aquellos pueblos y aldeas, o de su alter ego, el inolvidable Villar de Río, inmortalizado por Berlanga para escarnio del país.
A la llegada a La Granjuela les esperaban Manolo y Lina a la puerta de la estación, como alegre y sofisticada estampa deD. Rafael de Penagos; la pareja se lucía junto a un gracioso “Seat 600”, un cochecillo poco serio que no podía pasar, por entonces, por artículo de primerísima necesidad.
Antes de presentarse en la finca donde había de tener lugar la reunión, los ocho jóvenes concertaron una excursión motorizada al pueblo y para ello hubieron de encajar, en tan breve habitáculo, la delgada anatomía de los Nono, Ortega, Prieto, Montoro, Fuentes, Rayego y Lina, amén de la del conductor.
El recorrido fue breve, pero muy perturbador para la tranquilidad de aquellas mujeres que barrían sus puertas con delicado primor. El sonido del progreso las puso de inmediato en aviso, y las hizo correr hacia el interior de las casas; y una vez libres de cualquier complicación, asomadas discretamente a la ventana, vieron de nuevo pasar a aquellos locos en su cacharro, disfrutando como niños con las revoluciones del motor.
Luego, en la tranquila amenidad del campo, con el coche en la cuadra, los jóvenes se procuraron la compañía de un burro, como convenía a la ocasión.
Ortega, San Cristóbal bonachón a quien todo lo valioso se le confiaba, depositó en sitio seguro la garrafa de vino que portaba sobre sus hombros.
Paqui, la hermana mayor de nuestro anfitrión, se dispuso a elaborar un pollo de campo con arroz. De invento aquel saldría un arrocito blando y pastoso, pues la generosa cocinera aún no se había acostumbrado a la cocina del “montón”; pero nadie puso pegas a la hora de comer, que sabido es el viejo refrán que dice que “aceitunas amargas con vino se pasan”.
Y tras una feliz sobremesa presidida por la cháchara, el buen humor y la alegría de compartir, los amigos dispusieron el regreso.
De vuelta hacia la estación, acalorados por el vino, y embutidos como sardinas en el interior de aquella cajita tan singular, algún cinéfilo del pueblo no pudo menos que susurrar con un cierto tonillo displicente:
─ Americanos, vienen a España gordos y sanos…
Luego, el humo negro y espeso de la renqueante máquina de vapor les devolvió alegres a la tranquilidad del hogar. Antes de que se descompusiera tan memorable reunión uno de ellos puso fin al conocido epigrama, poniendo en la cara de los presentes un gesto de satisfacción, que no era para menos tras la experiencia de un magnífico día y de saberse compensados con el muy gracioso título de Bachiller:
─ No está usted conforme en nada
Con ningún historiador.
Pero como a mi entender
De todo cuanto le oí,
Si no ha sucedido así
Pudo muy bien suceder,
Mientras de un modo patente
Se demuestra, hay que aguardarse:
Prada, puede retirarse.
¡Y le dio un sobresaliente!