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7 de agosto de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Lo que defraudas tú…

“POR ROBAR UNA PERA ME MANDARON A GALERAS, POR ROBAR UN MILLÓN ME HICIERON BARÓN”. (DICHO ESPAÑOL)

 Lo que defraudas tú…
Según el arabista holandés Reinhart Dozy entre los nómadas del desierto está siempre presente la norma moral de prestarse ayuda entre ellos, y la de compartir como hermanos su pan, su techo, y sus escasas pertenencias.
Ya expresaron los legisladores romanos que la ley moral es el feliz resultado de aquellos acuerdos tácitos que, por fuerza de la costumbre, fueron adoptando los pueblos.
“Lo que defraudas tú, lo pagamos todos”, es el lema de la última campaña de la Agencia Tributaria, destinada a mantener la solidaridad entre individuos y territorios, y a dar una explicación detallada del delito económico y moral que los jueces achacan a las organizaciones mafiosas del caso Nóos, de Díaz Ferrán, de la familia Pujol, y a los aguilillas y jerifaltes de determinadas autonomías.
Penosa religión la de estos maestros del arte del birlibirloque, que sólo admite una reparación: la devolución del dinero defraudado, y el inmediato ingreso en prisión.
Porque hora es ya de hacer valer el espíritu correctivo de las cárceles, donde el individuo insolidario y maleducado tiene la oportunidad de “reeducarse”– a falta del servicio militar, que algunos no hicieron−, y de llevarse “a partir un piñón” con el pueblo, víctima propiciatoria de sus delitos, e hijos de la dura necesidad.
Que nunca nadie puso en duda el amor abnegado de estos personajes en pro de los miembros y de las miembras de tan nutricias familias.
Y que nada malo hay si, como José María “El Tempranillo”, hubieran procurado el beneficio de todos en lugar de arrimar el ascua a su sardina. Como diría Carlos Cano: “¡Colócanos, colócanos, ay titi, colócanos!”; que la caridad con el prójimo es un mandamiento que tienen oportunidad de practicar los auténticos “hijos de algo”, y propietarios de la “manteca colorá”.
Ahí está para demostrarlo el ejemplo de Natalio Rivas, el cacique granadino a quien sus paisanos de Albuñol saludaban con una significativa pancarta: “¡Natalio, colócanos a todos!”; o el del Conde de Romanones, por no hacer hincapié en otros pasajes gloriosos de nuestra historia contemporánea.
Qué grandes “conseguidores” aquéllos, tan preocupados por el bienestar de sus vecinos, y por sus votos, que todo hay que decirlo.
Cuando el golpe de estado de Tejero todos los “patres patriae” se esforzaron, con la salvedad de tres, en investigar entre las ranuras del parqué el tan traído y llevado “fondo de reptiles”.
(“¡Qué buenos son los padres salesianos. Qué buenos son, que nos llevan de excursión!”).
De prohombres y recomendados está llena la Diputación, para rascarse el sobaco. Y todo sin más razón que la del tonto de la clase, “que yo otra cosa no sé hacer, y de aquí no me echa ni Dios; ni tampoco con agua hirviendo”. Con decir que hay pueblitos en los que diariamente se va la luz, porque la Compañía de Electricidad no tiene constancia de que existan los elevados voltajes que entre sus socios reparte la amable Diputación.
−Y qué le vamos a hacer, si los humanos somos así: A un primo mío su padre le invitó a comer pasteles hasta que dijera “¡no va más!”; y al final el que se hartó fue mi tío, que en un momento de desesperación dijo: “¡Basta ladrón, que vas a arruinarme!”
−Entiendo lo que me dices, pero ese goce no es delito. Un delito es defraudar, que es lo que algunos hacen guiados por el mal ejemplo.
Ayer mismo, para no ir más lejos, el propietario de un bar se me enfadó tan solo porque le pedí una lista de precios. Que sólo quería saber si me llegaría el presupuesto, o no.
Pensaría en trajinarme, y la cosa se le torció; como se sintió pillado, rápidamente reaccionó con buen criterio político, y un mal gesto de soberbia:
“Comprenderá que un aliño de tomates me obliga a cortar una pieza. ¿Y qué hago yo con la otra media? Un tomate es una ración, y eso cuesta cinco euros. Pero, para que vea usted que no hay engaño de por medio, yo le regalo la tapa. Sí señor, se la regalo, lo quiera usted o no…”
Y se fue echando bilis, como quien lanza una piedra, sin otras explicación que la de “arreglar” el asuntillo por otra clase de medios:
“Que mire usted, que mi tío no le quiere cobrar la tapa. Y yo no quiero que, ni él ni usted, se vayan a enfadar conmigo”.
−Pues debió enfadarse antes de atreverse a jugar de bolsillo; que puesto en tal dilema aún supo rectificar. Que de haber sido Víctor Manuel, en lugar de haber sido tú, es seguro que le habría soltado al gachó aquella frase antológica de: “Soy comunista, no gilipollas.”
Verdad es que entre tanto “listo” la única culpa va a ser la de quienes nos dejamos llevar por la inercia y por la insana costumbre de no denunciar; como sucediera con Denis Grigoriev, aquel personaje que robaba las tuercas de las vías, no considerándolo un delito, y al final eran los propios jueces los que recibían los reproches del mujick, convertido en un basilisco:
“Hay que juzgar sabiéndolo hacer, no así no más (…) Y aunque estén levantados y muy puestos, pero lo que es el oficio, honestamente”.
No sé si habré leído la frase en un cuento de Chejov, o si la vi impresa en un periódico, o si la soltó un menda en una entrevista; pero me suena a uno de esos reproches que diariamente reciben el Sr. Castro, la Sra. Alaya, y otros jueces de postín.
 

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