14 de mayo de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Un personaje de antaño
La concesión de una cafetería en un centro público del Estado no es un tema pueril, solía decir el Sr Eulalio a todo el que le quería oír.
Hasta que metió cabeza en el negocio la cosa no le había ido todo lo bien que podían imaginar algunos de sus envidiosos y detractores. Anteriormente, cuando regentaba el bar de la Peña, se sentía obligado a respirar el habano con que a diario le regalaba el taurino reconvertido a la prepotencia del ladrillo, a tragar el humo del tabaco que los parroquianos se empeñaban en compartir con él, a aguantar los malos humos provocados por los efluvios del tinto peleón, a cerrar caja a altas horas de la noche, en los instantes previos a que el buen aficionado terminara de calentar la voz y los sonidos negros del flamenco comenzaran a fluir.
Se soñaba un hombre nuevo con la nueva situación. Sólo tenía que poner la cafetera una hora antes de que el colegio comenzara a funcionar, estar atento a lo que el cliente quería, dar a cada uno su lugar, no emitir opiniones que pudieran molestar a nadie, en particular a lo concerniente al fútbol, los toros y la política... y no podía faltar el zumo de piña y la tónica que, de tarde en tarde, alguien consumía, ni el saquito de poleo que pedía Dª Pilar, ni el vino de manzanilla que tomaba D. Luis - ¡en un vasito de café, por cierto!- con la poca propiedad que los tiempos permitían, ya que las nuevas leyes prohibían servir todo tipo de alcohol.
A decir verdad, no le resultaba tan prioritario el hacer una buena caja al mediodía - que sin cerveza ni vino no podía servir tapitas, ni el profesorado se quedaba a comer- como regalarse con el chiste del día, o arropar la bonhomía de su amigo D. Luis:
—Eulalio, un zumito de uva en vaso corto, por favor…
Y el Sr. Eulalio se perdía en los bajos de la barra, para traer en sus manos el más bruñido de los soles, y en su cara una pícara sonrisa, que no un gesto delator:
—Sin aditivos, ni colorantes. Es la gloria “mareá”, D. Luis. Lo mejor de lo mejor.
Corría el riesgo de que alguien le denunciara a la Inspección, pero para él los mediodías del jueves tenían un aspecto más académico si veía a D. Luis mirando el mundo a través de su ambarino cristal, como evocando la lección más magistral del día. Y el Sr. Eulalio, “el bien hablado” si nos atenemos a la etimología del nombre, se volvía más locuaz compartiendo lo aprendido en la escuela de la experiencia:
—Aquí, amigo D. Luis, a los niños se les fía. Todavía está por ver que se vaya uno sin pagar. Y ya ve que el recreo es difícil de controlar, que si el bocata de tortilla, que si un bocadillo de queso, que pongas mojo picón… Y gracias a que me echan una mano mis hijas, porque si no... En cambio, los adultos si te descuidas hacen mutis sin pagar…
—Será algún desmemoriado o alguien que esté pasando por una mala situación…
—Que no es problema de memoria, que no se entera usted D. Luis, que es la picaresca de alguna gente, como D. Calixto “Panza al trote”, el más ilustre tagarote con título de maestrante, con escudo de hidalguía y un cuartillo de sangre azul, de los que no necesitan trabajar para sobrevivir. Que el otro día, cuando usted invitó a todo el mundo por su santo, seguro que no le escucharía bien: “Eulalio, que ya has oído al menda, que no me cobres la consumición, que está estupendo y me invita”, como si no le costase rascarse el bolsillo al gachó, que es más rácano que el indio gorrón del chiste…
Y llegado al punto en que la conversación adquiría visos de seriedad el señor Eulalio, que nunca se tomaba la licencia de resultar cansino a sus parroquianos, desleía el azucarillo de su simpatía para desplegar todo un repertorio de sabrosísimos chascarrillos, anécdotas y chistes, aprendidos, según él mismo decía, en la entretenidísima cátedra de la minerva popular.
Ya por entonces, como si adivinara la transcendencia del tiempo tras las manecillas del reloj, D. Luis, como siempre espléndido, solía echar mano de una de sus frases preferidas:
─Señores, siento poner fin a tan agradable reunión. Mañana será otro día y verá el tuerto los espárragos. Soy de ustedes, pero me retiro…