30 de abril de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Si la miras con mis ojos…
Por las faldas del monte Dersa la ciudad se acunaba en la niebla del desperezo. Desde la altura de un minarete el almuédano llamaba a la oración y un coro de voces, que parecían tomarse el relevo, reverberaba una rítmica y monótona salmodia:
─ Bismillah ir-Rahmani ir-Rahim.
Tetuán significa Ojos de Manantiales en la lengua de los kabileños ─ acepción que justifica Ruiz Orsatti en carta dirigida a Benito Pérez Galdós─, y la humedad esplendorosa de su mirada la debe al río Martil quien, tras duras jornadas de fatiga entre cárcavas, canchales y barrancos se deja ir tranquilamente por el valle, dibujando una acuarela de colores con los verdes del lentisco y del acebuche, los blancos de la flor del almendro y de la cal, los tonos rosáceos del ciruelo, y las transparencias de su cielo azul.
La majestuosa fuerza de la montaña y la amable serenidad del valle hacen que el recién llegado no se sienta extraño allí.
El vehículo transitaba lentamente por las calles del Ensanche, en dirección a Bab Okla , la Puerta de la Reina, en español. Jóvenes motoristas llamaban la atención de los pasajeros con tímidos golpes sobre el cristal, ofreciéndose a acompañarles durante su periplo por la ciudad.
Para limar la desconfianza de los viajeros los jóvenes repetían un sonsonete que “El Pulga” y “El Linterna”, vestidos con ridículos trajes de toreros, escenificaban durante el transcurso de la semana desde la ventana del televisor:
─ Veintidós, veintidós, veintidós…
Luego, con los pies a ras de tierra, los turistas paseaban por la calle de la Luneta, dejando atrás el Feddan y penetrando en la Medina.
La visión de aquel reino nazarí, de casas encaladas, calles abovedadas, estrechos adarves y sugerentes celosías, destellos de un mundo medieval, les atrapó los sentidos.
A la altura de la mezquita un viejo marroquí se sumó al grupo, sin dar la opción de aceptar o no su compañía:
─ ¿Sois de Sevilla? Me gusta mucho el Betis. El Betis y el Valladolid...
Les puedo mostrar las casas donde vivieron distintas familias sevillanas y granadinas cuando vinieron de allí. Se distinguen por los herrajes, por las puertas claveteadas, por los distintos símbolos: la mano de Fátima, el tridente, la granada,…
Los paseantes se dirigieron miradas cómplices. A pocos metros de allí existían las mazmorras, que pocos conocían bien pero que en tiempos sirvieron para cobijar a los presos de la piratería tetuaní, a la espera de un rescate.
El hombre se percató de que su presencia provocaba recelos, y trató de justificar tan singular aparición:
─ Me vais a perdonar, pero no os quiero hacer ningún daño. Me gusta hablar español y disfruto cuando lo práctico. Antes no lo conocía bien, pero me enamoré de su idioma cuando oí a Pepa Flores cantar aquella canción: “Háblame del mar, marinero…”
Y la comenzó a tararear…
Los viajeros se miraron curiosos ante aquella declaración de amor. Y el hombre continuó explicándose:
─ Si el pecho fuera de cristal, podríais ver lo que encierra el mío, que no quiere vuestro mal ni el de nadie.
─Bismillahir Rahmanir Rahim,
En el Nombre de Dios Clemente y Misericordioso, que conoce el verdadero nombre de cada uno de nosotros; que sabe que el hombre existe en función de los demás ; que nos da el don de la palabra para que podamos hablar de su extremada bondad y de su generosa comprensión…