14 de abril de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Sefardíes
El pasado año figuraba en las carteleras de nuestros cines una de esas películas francesas que conviene ver sin los ruidos impertinentes del molesto comedor de patatas y “palomitas”.
De El hijo del otro dice la sinopsis que aparece en Internet: “Cuando está a punto de comenzar el servicio militar en el ejército israelí, Joseph recibe una terrible noticia: fue intercambiado cuando sólo era un bebé con Yacine, un niño de origen palestino; por lo que las personas a las que siempre había tomado como padres no lo son. Será entonces cuando las dos familias tengan que volver a considerar sus valores, sus identidades y convicciones”.
No voy a contaros la peli por no pecar de indiscreto, y por si la queríais ver, pero sí me llaman la atención algunas cosas que quería señalar, tales como las palabras del rabino a Joseph, diciéndole que sólo es judío quien nace de madre judía, y advirtiéndole de todas las fases que tendría que superar para alcanzar semejante condición; la facilidad de las mujeres para limar las situaciones más complejas y delicadas; los prejuicios de los hombres y su poca “cintura” para la comunicación; los odios y racismos fomentados por las luchas religiosas, la economía y el poder; la música, como instrumento de comunicación universal; la importancia de la educación y de la genética en las tomas de decisiones, etc…
De perseguidos a perseguidores; de filósofos de izquierdas a imperialistas; de asimilados a sionistas; de la ojeriza más terrible a la más delicada expresión, como se advierte en los versos del Cantar de los Cantares, en la música de Charles Chaplin, o en el Salmo 136:
─ Capital de Babilonia, ¡criminal!/ ¡Quién pudiera pagarte los males/ que nos has hecho!/ ¡Quién pudiera agarrar y estrellar/ a tus niños contra las peñas!
Qué mala hiel se encierra en esos versos. Qué le vamos a hacer, son gente de nuestro tiempo, gente peligrosa y terrible, tan frágil y contradictoria como Woody Allen, tan paranoica e inteligente como Groucho Marx.
¿Por qué, en individuos y pueblos, se da semejante condición, sin que exista un término medio entre el cielo y el infierno, entre el amor y el odio, entre la soberbia y la sumisión?
Oí en la tele que Gallardón preparaba una ley para la reparación de una injusticia histórica: la expulsión de los judíos en 1943.
El ministro de PP salió con viento fresco, y no hemos vuelto a saber de aquello; pero, por si acaso, hemos de tener cuidado con la puerta de casa, sobre todo si no hemos cambiado la cerradura en años; que muchos de aquellos judíos de la diáspora aún conservan las llaves de su hogar, que un mal día les arrebatamos.
¿Te has mirado bien la nariz en el espejo? Si viviera D. Francisco de Quevedo y Villegas es seguro que te sacaba la filiación; que fue él quien decía aquello de “Érase un hombre a una nariz pegado”, referido a ese tipo de nariz hermosa y ganchuda de aquellos exiliados.
Los apellidos que aluden a toponímicos, detalles geográficos, cualidad física, profesión, o terminados en “erez” (de Eretz, tierra de Israel), son sospechosos de tener orígenes judíos. Los Valencia, Castro, Fuentes, Montoro, Prieto… segurísimo que lo son.
Y sospecho que Rayego, que no me extrañaría que mi apellido aludiese a los habitantes de la “raya”, en los límites fronterizos de Portugal y Badajoz.
En Sevilla estuvo la segunda comunidad judía más importante de España. Fernando III se sirvió de ellos para la repoblación. Más tarde Alfonso X, el rey de las tres culturas, se afanó en promocionarlos a tutiplén (que “poderoso caballero es Don Dinero”).
Se ubicaron, a la sombra del Alcázar, en la zona que conforman los barrios de Santa Cruz y San Bartolomé; un cúmulo de callejas en las que no se pone el sol, ni tiene necesidad alguna de las conocidas “velas”.
Para quien quiera saber de ello puede repasar unos artículos que salieron en El Correo de Andalucía que hablaban de esta parte de Sevilla: del Patio de Banderas y del callejón del Aire (junto a las murallas del Alcázar); de la Placita de Dª Elvira, antiguo Corral de Comedias, donde el rumor de la fuente y el olor de azahar se disfruta mejor entre azulejos que sentado en un velador; de la Plaza de Santa Cruz y de su cruz de cerrajería, allí donde se ubicó una sinagoga, convertida en iglesia mudéjar, y desaparecida después por empeño de los gabachos…
Luego te dejas guiar por los ojos –que no hay un sentido mejor−, a donde te lleven los pies. Calle de la Susona −la judía que traicionó a su pueblo por proteger a su amado−, calle Vida, convento de los Venerables, Hostería del Laurel, testigo de amorosos lances de Tenorios y Mejías que tomaron por juguete a una novicia angelical.
De regreso al centro entramos en San Bartolomé. En Santa María la Blanca visitamos la sinagoga mayor, convertida ya en iglesia, que deja ver unos antiguos arcos que recuerdan un tiempo que se fue.
Al lado un hotel, convertido en “Las Casas de la Judería”.
Si entras en él comprobarás esa arquitectura laberíntica que te lleva bajo tierra, a resguardo del sofoco y la “caló”, hasta desembocar en la calle Verde. Es algo digno de ver.
La actual iglesia de San Bartolomé, con su preciosa torre, también fue en aquel tiempo sinagoga. Junto a ella las casas de D. Miguel de Mañara (un modelo en el que se fijó Zorrilla para dar vida a D. Juan), y la de Fernando Villalón, caballista por los campos de Morón, y el poeta que imaginó una raza de toros con los ojos verdes:
─Viudita habías de ser, / Viudita cascabelera, / Y yo casarme contigo./ Luna, lunera…
Y ya bajando por la calle Mateos Gago podemos entrar en el antiguo bar de José María Asprón, uno de aquellos santanderinos que vinieron a la ciudad del Betis, y se hicieron cargo de coloniales, de abacerías, y de este tipo de establecimiento.
Desde aquellas cristaleras que dan a la calle bien ponemos admirar, con los ojillos a cuadro, el Palacio Arzobispal, la Catedral, la Giralda…
O mejor, nos vamos de tapas a la bodeguita Morales y recordamos allí viejos tiempos de estudiantes, cuando los amigos nos invitaban a paladear un “poeta”, que no es otra cosa que un vermut con sifón.
Hasta podríamos pensar que estamos en la “Bodeguita del Medio”, entre el humo del habano y el olor a hierbabuena y ron de los “mojitos”.
Pero ésa es otra historia que algún día te contaré.
¿Te hace, pues, el aperitivo para descansar del paseo?
¡Chin chin! Por la amistad. Y por aquellos españoles del exilio, que sueñan aún con besar la tierra de sus antepasados. Salud…