13 de abril de 2015 | Joaquín Rayego Gutiérrez
Flor nueva y pan de pueblo
Ya en 1605 el poeta antequerano Pedro de Espinosa recogió una selección de poemas bajo el nombre de Flores de poetas ilustres. Bonito nombre para un libro. En Andalucía, la expresión “echar una flor a alguien” significa regalarle con un piropo. La expresión contraria es la de “echar margaritas a los cerdos”, referida a alguien de escasos merecimientos, o poco permeable a un regalo de tal calibre.
A un alumno de Triana no le debí desmerecer cuando tuvo a bien regalarme un librito que lleva por título Vías de Flamenco; de él recogí este buen ramillete de flores que, con la música de fondo sería ya "para morir":
−Yo te digo la verdad/ si Sevilla fuera mía/ yo te diera la mitad.
−En el puente de Triana/ las barandas dan suspiros,/ cuando pasa mi gitana.
−Serrana, por tu querer/ me atrevo a pasar la mar/ en un barco de papel.
−Las campanas de Carmona/ no tienen tan buen sonido/ como tiene tu persona.
−Si quieres venir, te vienes/ en Cordobita la llana/ se hacen los cambios de trenes.
−Si Despeñaperros paso/ ya no entiendo el extranjero/ y entre penitas me abrazo.
−Mi camino es pasajero/ ya no paso por tu puerta/ pa no echar más leña al fuego.
−Yo te quise a ti hablar/ pero tú estás como Cádiz/ de murallas rodeá.
−Que contigo yo no igualo/ eso será en el dinero/ porque en el querer te gano.
−Con los ojitos hazme señas/ porque en algunas ocasiones/ sirven los ojos de lengua.
−Dígale usted al cochero/ que apriete el paso,/ que a Córdoba la llana/ vamos llegando.
−Dios mío cómo estás tú/ que no ves la catedral/ aunque te enciendan la luz.
−La vela de mi barquita/ tiene cuarenta remiendos, / y siempre llega a la orilla/ acariciá por el viento.
−El barquito de vapor/ está hecho con la idea/ que en echándole carbón/ navegue contra marea.
−Barrio de la Triniá/ ¡cuántos paseos me debes!/ qué de veces me ha tapado/ las sombras de tus paredes.
−Tiro piedras por las calles/y al que le dé que perdone/ tengo mi cabeza loca/ de tantas cavilaciones
−Yo tiré un tiro en el aire/ cayó en la arena/ confianza en el hombre/ no hay quien la tenga.
−Pregúntale a mi sombrero/ mi sombrero te dirá/ las malas noches que paso/ y el relente que me da.
─¿Cuánto te quieres poner?/ ¿qué te quieres tú apostar?/que me coloco en la esquina/y no te dejo pasar
−Presumes de ser la ciencia/ y yo no lo comprendo así/ porque sabiendo tú tanto/ no me has comprendido a mí
−Ni Veracruz es vera cruz/ ni Santo Domingo es santo/ ni Puerto Rico es tan rico/para que lo veneren tanto
−Llorando coplas y penas/ a Cádiz me vine un día/ y se coló por mis venas/ el aire de su bahía.
−Yo te tengo compará/ con el correo de Vélez,/ que en cayendo cuatro gotas/ se le mojan los papeles.
−Yo me arrimé a un pino verde/ por ver si me consolaba,/ y como el pino era verde/ de verme llorar lloraba.
−Cantando por los caminos/ van los pobres arrieros,/ cantando por los caminos,/ pa´ que vayan más ligeros/ en reata de pollinos/ y que lleguen los primeros.
Que en una sociedad tan poco "alfabetizada", como aquella de otros tiempos, la gente tuviera respuesta para todo ─ para lanzar una indirecta con "arte", para decir un piropo, para expresar un estado de ánimo─ nos reafirma en la idea romántica de la enorme capacidad que el hombre tiene de trascender los sentimientos.
De mi abuelo Pablo aprendí a que las emociones más grandes se expresan “por lo bajini”. Mi abuelo se entonaba bien y era un gran aficionado al cante; sus íntimos le llamaban "Porrinas", como al flamenco de Badajoz. En más de una ocasión le oí cantar para sus adentros, sentado al amor de la mesa de la cocina, acompañándose de rítmicos golpecitos, mientras mi abuela Joaquina, con su sedosa y pulcra cabellera blanca ─que cuidaba con "Petróleo Gal"─, le oía entonarse, en venerable expresión de silencio. Qué estampa. Ninguna figura de calendario la podría imitar.
A mi padre, en cambio, nunca le oí cantar; pero paladeaba, como nadie, los aromas del flamenco, del que solía decir que era "¡La Gloria mareá!". Cuando se sabía poco valorado, o cuando no se hacía entender, entonaba una letrilla que, en mis limitaciones de niño, no acababa de comprender:
─ ¡Válgame Dios, tío Rufino/ las vueltas que el mundo da!/ Siendo un minero tan fino/ y a dónde he venío a pará...
Otra que solía decir, y que mostraba la pasión que siempre sintió por su gente, me resulta tan actual que bien pudiera servir a algunos de nuestros jóvenes para explicar la cadena migratoria en la actualidad:
─Con mi burro y mi serón/ me voy por los olivares/ buscando la mantención/ de mi padre y de mi madre.
Aunque los expertos digan que, en su etimología árabe, la palabra “flamenco” alude al "campesino perseguido" (fellag- mengu), me da a mí que esta manera de hablar tan propia de nuestro pueblo no es la expresión de los "siervos", más lo es la de un "señor", la de una aristocracia "de espíritu" a la que le sobra "todo", como al hombre sin camisa del cuento; que nada necesitó que no fuese alimento del espíritu y néctar del corazón .
Cuando era pequeño, mi amigo Candidín ─Cándido Bonilla Fernández es su nombre─ me hizo una pregunta que no acabé nunca de entender. El tema a debate era la letra de una canción que cantaba la Paquera de Jerez; si la conocida frase que decía "era valiente con los dolientes", debería decir: "era valiente con los valientes".
Y en esto mi amigo llevaba razón, porque "apretarse el cinturón" con alguien que es "incapaz" de responder en igualdad de condiciones es un acto de cobardía, y una deslealtad...
A este rincón de mi casa no me llegó nunca el olor a hierba fresca de los parques; ni el de la leña quemada con que se asan los espetos; ni veo rebaños de ganado paciendo, ni pastores que vengan "de la Extremadura" al ritmo de las esquilas; ni se oyen por la sierra los cencerros y los balidos de las ovejas, ni el golpear de los cascos de los burros contra las piedras; ni se cantan canciones de trilla, romances de ciego, o el romance de la loba parda ─ que un día le oí decir a un pastor─. Ni siquiera hay un José Tamará Hernández que escriba su nombre en las piedras, para dejar huellas de su paso por allí; de su epigrafía de calle.
Cómo os podría saludar hoy si no si no me hubiese acordado las “voces” de nuestros abuelos, del sabor a pan de pueblo, del olor de una amapola, de las melodías de la radio, y de esta luna y de este sol que nos miran de reojo cada día...
¿Qué tiene la música que remueve lo que ya estaba muy dentro y que no sabíamos descubrir?
Se cuenta que un puertorriqueño ─que se encontraba combatiendo en Panamá─, pidió a su hermano que compusiera una canción que le recordara a su patria chica y sus días felices, en momentos de angustia y de confusión.
Y Noel Estrada compuso “En mi viejo San Juan”, para que todo el mundo añorara el no haber nacido allí. Qué bella interpretación.
A mil kilómetros por horas gira la noria gigante del progreso. Un enorme caleidoscopio nos mueve a su alrededor.
Los sentimientos nunca cambian; tan solo varía nuestra forma de expresión.