8 de diciembre de 2011 | Gabriel Molero Caballero, hijo de ferroviario.
A Joaquín Villajos Nevado
UN GRAN AMIGO… UN HOMBRE BUENO
El cielo azul estalló de espesas telarañas,
la nube de la rabia y el dolor vino hacia mí,
el aire se detuvo y mi corazón se pintó de grietas,
de agujeros de bala en la cortina del tiempo.
Tu nombre, Joaquín, hurga en mi herida,
escucho el eco de tu voz.
¡Oh Dios! ¿Hay un porqué?
Ninguna montaña podía contener tu melancolía,
siempre regresabas al Valle.
Te ponías las botas de siete leguas
y regresabas a atrapar aquellas casetas de obreros;
rincones de tu infancia.
En el anochecer de voces y penumbra,
la suave cuesta te conducía
por senderos, ferrocarril y campiñas.
Sin tí nos sentimos solos,
como una calle vacía, un rincón hueco.
Cierro los ojos y mis pupilas sangran
¡Oh Dios! ¿Hay un porqué?
Cuando sople el viento
una blanca ardilla me traerá tu mirada
y en las alas de una alondra navegando estarás.
Mientras el sol esté en el cielo y
las olas se estrellen en el mar,
siempre habrá un hilo de tu luz en el silencio de las casetas.
¡Nunca serás ceniza!
¡Siempre vivirás en nuestros corazones!
Desde la distancia te veía con claridad.
Amistad y vida, así eres tú.