23 de septiembre de 2017 | Joaquín Rayego Gutiérrez

Constelaciones

Un verdadero acierto arquitectónico que la solera de una ciudad como Córdoba, y la entidad multicultural de su gente, bien merecido tenía

Constelaciones
Constelaciones
Desde el pasado 20 de septiembre hasta el próximo 7 de enero, tendrá lugar en el Centro de Creación Andaluza, de Córdoba, una antológica que lleva por título: “Constelaciones. Poesía experimental en España (1963─ 2016)”.
A tan sonada cita ─ realizada en colaboración con el Museo de Arte Contemporáneo de León─ ha sido invitado todo un selecto plantel de representantes de la llamada “poesía visual”, entre los que se cuentan creadores tan significados como Max Aub, Joan Brossa, Juan Eduardo Cirlot , Rafael de Cózar, Jorge Oteiza, Francisco Pino, y así hasta un centenar, entre los que figuran los peñarriblenses Francisco Aliseda ─ artífice del “logo” de la exposición─, y Antonio Monterroso, autor de un sugerente y simpatiquísimo guiño al escritor Marcel Proust, que es tanto como decir a las vivencias de infancia, a los grandes “hacedores” de estrellas que son los escritores, y a aquellos libros que nos hicieron crecer como personas.
El “museo” en el que tiene lugar tan singular "puesta en escena" es un lugar amplio y único, en el que sólo se echa en falta una mejor iluminación interior: el llamado C3A, un edificio original, espacioso, y moderno situado a dos pasos de la Torre de la Calahorra, entre el Puente del Arenal y la Avenida del Campo de la Verdad.
Un verdadero acierto arquitectónico que la solera de una ciudad como Córdoba, y la entidad multicultural de su gente, bien merecido tenía.
A la luz del Diccionario Ideológico de Julio Casares, una constelación es un “conjunto de varias estrellas fijas, que, unidas por medio de líneas imaginarias recuerdan más o menos la figura de ciertas cosas, cuyos nombres reciben”.
A la penumbra de unos espectadores poco acostumbrados a "modernidades", como solemos ser una mayoría de los de a pie, sólo podríamos valorar lo que vimos con "tres palabras" tomadas en préstamo: “Im─ pre─ sionante”.
Poesía libre, como el viento, que nos estrecha amablemente entre sus brazos; como huracán que nos empuja, y que nos precipita, hacia nuestro propio “abismo” interior.
Agua fría del pilón, como la que usaba la tía María para despejar las arañas de unos ojos niños.
Espuela, espina, aguijón…
Como ese afilado acicate, que nos arrebata las sábanas de una confortable modorra nocturna, y nos despierta la imaginación.
Zona abierta de seguridad, o angostura de cuello de botella, que nos lleva a plantearnos aquellos innumerables temas que tan sólo acostumbramos a decirnos a nosotros mismos:

─ “¡Niño, que no está bien mear fuera del tiesto!”, “¡Que lo más conveniente sería circular por el carril derecho!, “¡Entérate de una vez: que no hay más cera que la que arde…!”.

Que si de comodidad se tratase lo conveniente sería que siguiéramos usando ese mínimo 10% de nuestra capacidad intelectual, en un cálido ambiente de relax.
Y si de la “cera que nos alumbra” tengamos el valor de buscar la creatividad en ese 90 % restante del que hablan los psicólogos.
Que no hay un solo abecedario que nos cobije; ni nuestro mundo interior se reduce a dos docenas de letras. Que de ser así, no haría falta mucha tinta para trazar nuestra biografía.
Que son incontables los sonidos que nuestra garganta puede emitir; e infinitos los ágrafos, las palabras inventadas, los ritmos acordados, y las pausas, que nos sacuden el corazón y las ganas de vivir.
Que hay muchos diccionarios de uso, fuera del Diccionario oficial de la Real Academia Española.
Y grandes manchas, y dibujos, llamados a ocupar los espacios insondables del alma.
Y personas amables que van perdiendo las palabras y, sin embargo, su inteligencia es cada vez mayor; que callan por no decir idioteces, por no contaminar el medio ambiente, o por ser mejores cada día, ofreciéndose en cuerpo y alma a todo aquello que le rodea.
Y todas las cosas hablan de lo que nadie hablaba, ni se atrevía a decir.
Somos estrellas errantes, y no hay un idioma que exprese nuestra conciencia colectiva: esos vínculos invisibles que a todos los seres nos atan al mismo cordón umbilical.
¡Inventemos un nuevo idioma que ilumine nuevos mundos y perspectivas!
¡Inventemos la piedra Roseta que nos permita explicar ese 90% insuficientemente explicado, y de sobra conocido!
¡Abramos nuestras chacras de luz a un nuevo lenguaje pleno de creatividad!
Pertenecemos a una galaxia de primerísimas estrellas: la “Vía Láctea”; y cada uno de nosotros es el reflejo de un astro de superior calidad.
Somos polvo de estrellas, y conciencia de lo vivido.
¡Ahí es na!

(P. D: Estas apreciaciones, expresadas al alimón con E.M., son producto de un ameno viaje en coche desde Córdoba a Sevilla).
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