27 de septiembre de 2016 | Joaquín Rayego Gutiérrez

La cara invisible de un Atlas

─ “EL VIAJE MÁS BARATO ES EL DEDO SOBRE EL MAPA” (RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA)

La cara invisible de un Atlas
La cara invisible de un Atlas
Con uniforme de fiesta, embutido para la ocasión en impoluta camisa blanca de “Tervilor”, e impecable nudo de corbata ajustado al cuello por leve tiranta de goma, el joven observa con atención la fría mirada de un trípode, mientras se deja llevar en vuelo por sonoras letanías, al ritmo ampuloso que le marca un puntero, o la recia voz del profesor:

─ “España limita al Norte con el mar Cantábrico; los montes Pirineos, que la separan de Francia; y la república de Andorra”.

En la devanadera del tiempo, en ese continuo tejer y destejer de Penélope en el álbum delos recuerdos, aún se podía vislumbrar en unos ojos infantiles bien abiertos la sorpresa y la ilusión.
Desplegado sobre la pared, y alas espaldas del niño, cual piel de toro extendida,el mapa mostraba las lacras de un inabarcable imperio del que hasta el rey más prudente dijo que en él nunca se ponía el sol.

─ La Lora, la Bureba, y la Campiña de Arlanzón, son las comarcas de Burgos. La Vera, las Villuercas, y las Hurdes los son de Cáceres. Y Tierra de Pan, Tierra de Trigo, y Valle del Cerrato, de la castellana Palencia.

(¡Que bendición la del pan!, se dice el niño para sus adentros. El mágico nombre de un lugar pudiera inducir a error de que allí no existe el hambre, pero en la inhóspita tierra de Las Hurdes eran el bocio, el paludismo, el cretinismo, y la histeria, “el pan negro” de cada día, al que hiciera referencia D. Gregorio Marañón en un manuscrito de viaje).

Y así, entre rayas negras que separan a unas provincias de otras, al niño pobre del rico, y al culto del analfabeto, aún se podían distinguir los desagües de un mal sueño, la turbia imagen del desasosiego, o el injusto sino de la emigración.
Valga la confirmación de esas palabras testimoniales escritas por Arturo Barea, y referidas a un minero español emigrante en los Estados Unidos, que en carta muy simple y cruda, en plena contienda civil, manifestaba sus vivencias al entonces locutor de “La Voz de Madrid”:

─ “Cuando tenía trece años bajé a la mina a picar carbón en Peñarroya. Ahora soy sesenta y tres años viejo, y aquí estoy, picando carbón en Pensilvania. Lo siento que no puedo escribir como los señores, pero en mi pueblo, al marqués y al cura no les gustaba mucho que fuéramos a la escuela. Decía: ¡A trabajar vagos!
Dios os bendiga a vosotros que estáis luchando por una vida mejor, y Él maldiga a todos los que no quieren dejar vivir al pueblo”.

O esa otra expresión de intimidad, encerrada en el mapa de las neuronas de un airoso peñarriblense que responde al nombre de Andrés:

─ Recuerdo que cuando por vez primera llegué a Bélgica, en compañía de mi hermano y de mi madre, el tren nos dejó en la Gare du Nord;y que mi padre, mal informado, nos esperaba en la Gare du Midi.
Era yo por entonces un crío de unos tres o cuatro años.
Dicen que la memoria es selectiva, y dicen bien, pues aún tengo muy presentes cada uno de los instantes de esa interminable espera, y el terrible miedo que pasé.
Mira si llevo años sin subirme a un tren, y cada vez que paso por el barrio de la Estación del Norte, se me ponen los pelos de punta y me sigo emocionando. Imposible de contar estas cosas a quien no hayan pasado esos momentos de ansiedad, de saber si tu padre llegaría o no.

Cabalgando el suave relieve dela yema de los dedos cualquier pretendido viajero tendrá la oportunidad de ver los irisados reflejos de esa fabulosa imagen que se multiplica por mil en las descripciones de viajes, en la búsqueda de tesoros, de paraísos soñados, y de ciudades perdidas; en inacabables peregrinajes que persiguen una ilusión; en Marco Polos y Quijotes; en galeones hundidos, en leguas y más leguas de viaje submarino; en la tierra de Thule, donde el Capitán Trueno y la reina Sigrid rinden batallas de amores; en la Ínsula Barataria, donde el bueno de Sancho Panza imparte lecciones de buen gobierno, y de sentido común…
El arqueólogo Heinch Schieliemann buscó la perdida ciudad de Troya en la colina de Hisserlik, en Turquía; y fue gracias a las miguitas de pan que dejó esparcidas entre sus relatos un poeta ciego: Homero.
Y el judío mallorquín Abraham Cresques hizo el Atlas Catalán tomando por referente las distintas fuentes bíblicas, y las bellas e innumerables descripciones de viajeros.
Llegado a este punto no es de extrañar pues el interés que siempre mostró por los mapas nuestro Luis Javier Ruiz, poeta, arqueólogo, artista plástico, dinamizador cultural, y director en Brasil del “Instituto Cervantes”, amén deun reconocido “natural” de su cultura, y de su gente:

─ Yo también fui coleccionista de mapas. Tengo una colección interesante de mapas del Sahara y del Marruecos español que fui comprando en los años 70 y 80. Luego lo dejé. Y presté algunas docenas de mapas del siglo XIX a una exposición titulada “Imagen de Sahara” que se hizo por la Fundación Municipal de Cultura de Valladolid en el año 2003, o tal vez en el 2004, según creo recordar.

Como también es de admirar que en entrevista reciente, y magníficamente planteada por el granjeño José María Luján, “la máxima autoridad mundial en materia de cartografía histórica de Andalucía”, el peñarriblense Joaquín Cortés José, se siente a la mesa de sus queridos paisanos para hablarles con naturalidad de la cara invisible de Atlas, el famoso titán que portaba sobre sus hombros la bola del mundo: amén de otros nombres propios ─ como el de Claudio Ptolomeo, Al Idrisi, Auguste Henri Dufour, etc…─de cuyo extraordinario trabajo, y de cuyos nutricios sueños, nuestra sociedad siempre será acreedora, como un poeta andaluz supo entender:

─ La niña rosa, sentada.
Sobre su falda,
como una flor,
abierto, un atlas.
¡Cómo la miraba yo
viajar, desde mi balcón!
Su dedo, blanco velero,
desde las islas Canarias
iba a morir al Mar Negro.
¡Cómo la miraba yo morir,
desde mi balcón!

¡Oh Jardín de las Delicias, por donde el irresistible Humphrey Bogart paseaba sus encantos junto a “La reina de África”!
¡Oh, paraíso de cine, de nuestra adolescencia y de nuestra infancia, a cuyos cielos azules se asomaran el capitán Cook, la mona Chita, Tarzán, y el Tigre de Mompracem!
¡Oh lapicitos de colores que nos pintáis un Edén!
Ni la Temura, con su mágico baile de letras, ni la Gematría, en su afán de desentrañar el gran misterio de Atlas,atormentado por las sombras de un mal sueño y de incontables vigilias, podrán nunca descifrar el porqué de esas líneas isobaras que condicionan un destino; ni las curvas de nivel de tan particular y único alfabeto que nos hace un mini mapa, y tan diferentes a todos; ni la obsesión de la aguja que marca sobre una esfera nuestro Nortey nuestro Sur, como decía aquella letra que entonaban los músicos de “Aguaviva”, apoyando probablemente el dedo índice sobre un mapa:

─ Mi vida limita al norte con la muerte.
Al sur, con mi madre herida.
A la derecha, mi amo
contabilizando el aire.
Y a la izquierda tu sonrisa,
Amiga de amar, amante.
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