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12 de mayo de 2013 | Jerónimo López Mohedano. Cronista Oficial de Peñarroya-Pueblonuevo

1º de mayo: Orígenes y la primera celebración en Córdoba

OCHO HORAS PARA EL TRABAJO, OCHO HORAS PARA EL SUEÑO Y OCHO HORAS PARA LA CASA

Guardia civil disolviendo grupos de obreros
En nuestro actual ombliguito europeo, decadente e insolidario, padecemos una situación similar, aunque salvando las distancias, a la vivida en las revoluciones industriales de finales del siglo XVIII, cuando la aplicación de la máquina de vapor en Inglaterra, y a la mecanización del siglo siguiente permitida por el uso del carbón y el desarrollo de los procesos del hierro, el avance del ferrocarril y las mejoras de las rutas del transporte en otros países continentales y en los EEUU, consintió nuevos modelos de maquinaria que, como en la actualidad, hizo que sobrara la fuerza del trabajo humano, con tal exceso que hoy parece que la maldición bíblica del trabajo se ha transformado en una suerte de bendición para algunos, pues la precarización y el paro se han enseñoreado de la vida de 6.207.000 españoles, número brutal incluso si tenemos en cuenta los dos millones incluidos en la economía sumergida, por no hablar de los que están en condiciones similares en el resto de la Europa de los Mercaderes, que en tan poco se parece a aquella que empezamos a soñar mientras llevábamos los libros bajo el brazo e intentábamos estudiar y prepararnos para poder cambiar el mundo, y procurábamos no caer en las tentaciones de los provincianos, perfumados y festivos mayos cordobeses de aquellos amenes del franquismo.
Alguien nos enseñó que el Primero de Mayo era una especie de cante hondo, cante de vuelta: Que si bien las ideas de redención social por el trabajo se habían iniciado en la Europa decimonónica, los hijos que habían tenido que abandonarla en busca de la tierra de promisión que eran los pujantes Estados Unidos del Norte de América fueron los que las llevaron a la práctica, los que ya en el lejanísimo 1829 solicitaban –inútilmente, como no podía ser de otra manera- a la legislatura de Nueva York la reducción de la jornada laboral a 8 horas, haciendo valer la máxima <<ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa>> y que se proscribiera la ley vigente que prohibía trabajar más de 18 horas diarias, “salvo caso de necesidad”. Algo consiguieron, pues cuando el tan sensible a las cuestiones sociales de su tiempo Charles Dickens viajó en 1842 a los Estados Unidos, en sus “Notas de América” pudo recoger que la jornada laboral generalizada era ya de 12 horas.
En 1886 -dos años antes que se fundara en Barcelona la Unión General de Trabajadores, un sindicato con ideario socialista para defender los derechos de los trabajadores con el impulso del minúsculo Partido Socialista Obrero Español- precisamente el día uno de mayo más de 200.000 obreros estadounidenses mayoritariamente afiliados al Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, o American Federation of Labor, holgaron para reivindicar nuevamente la jornada de 8 horas, consiguiendo que muchas empresas la concedieran a sus trabajadores, aunque en Chicago, la segunda ciudad industrial de los EEUU, el día 3 se produjo una monumental pelea entre huelguistas y esquiroles de una fábrica de maquinaria agrícola, que la policía zanjó disparando a quemarropa y produciendo 6 muertos y bastantes heridos. Fisher, un emigrante alemán, repartió 25.000 octavillas convocando una manifestación para el día siguiente consiguiendo que se concentraran 20.000 obreros en el parque de Haymarket. Se produjo un atentado contra los 180 policías que intentaban controlar a los manifestantes , de los que fallecerían hasta 7 en los días siguientes, y los dispares de respuesta provocaron 38 muertos y 115 heridos entre los obreros, a los que habría que añadir los 4 que fueron ejecutados en la horca y un quinto que se suicidó antes, tras la farsa judicial que se llevó a cabo contra los 31 detenidos –anarquistas y socialistas- responsables de aquella convocatoria que se convirtieron en <<los mártires de Chicago>>, en cuyo recuerdo se instituiría, en el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional celebrado en 1.889 en París, el Día Internacional de los Trabajadores, coloquialmente conocido como el Día del Trabajo en nuestro país y atendiendo a las decisiones de aquel congreso, en el mes de marzo de 1.891 se celebra en Madrid el Congreso Anarquista y se acuerda la celebración del 1ª de Mayo como fiesta de exaltación obrera en todo el país.
Precisamente en la entonces cuenca belmezana se había producido el primero de marzo una importante huelga general reivindicando la jornada laboral de 8 horas, entre otras peticiones, huelga que la paralizaría talleres, minas y ferrocarriles, aunque la fuerte vigilancia de una muy reforzada guardia civil evitara alteraciones significativas del orden público. El conflicto que terminaría 17 días después. El Delegado Gubernativo no denunciaría las reuniones de obreros de las que tuvo noticia, tanto en la capital como en la provincia, a pesar de los temores manifestados desde los círculos burgueses, ante la inminente celebración del 1º de Mayo, pero ordenó la concentración de la Guardia Civil en la capital y en los pueblos de la cuenca minera, como una demostración de fuerza disuasoria contra el movimiento obrero.
El domingo uno de mayo de 1.891 acudirían a la capital cordobesa obreros, mayoritariamente anarquistas, entre ellos las secciones de los pueblos serranos, de las que eran numerosas las de la aldea terriblense y de la villa de Belmez. En la de Peñarroya, de la MZA, se habían acumulado algo más de dos centenares de personas vistiendo sus ropas de fiesta para despedir a los 40 o 50 expedicionarios que subieron a los vagones del tren carreta tremolando sus banderas rojas bordadas, mientras el aire vibraba con las notas de La Internacional en la tranquila mañana, bajo la atenta mirada de varias parejas de la Guardia Civil.
En la plaza de toros cordobesa, cuyos solares ocupa hoy “El Corte Inglés”, se celebró un mitin para los dos o tres mil obreros asistentes, en el que intervinieron oradores de la talla de Ricardo Mella, ejemplo de rectitud y bonhomía y difusor del ideario anarquista; del estudiante y pintor Ramón Montijano y del sevillano Miguel Rubio, además de otros pertenecientes a las secciones locales. No hubo que lamentar incidentes y la vuelta de los obreros a sus pueblos se realizó en un ambiente de exaltación. Las estaciones de Belmez, Espiel y Peñarroya volvieron a verse ocupadas por una pequeña muchedumbre que aguardaba expectante a los que aquella mañana habían partido hacia la aventura que suponía la celebración de aquella primera fiesta de reivindicación obrera en Córdoba.
 

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